jueves, 30 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo XX

Berlín, abril 1945. Cualquier calle

Capítulo XX

El 22 de abril de 1945, la última de las batallas de la II Guerra Mundial, en la vieja Europa, se libraba en las calles de una ciudad que, solo tres lustros atrás, estuvo considerada como el mayor escaparate cultural del continente. Una crónica de la época relataba: “Las fuerzas disponibles para la defensa de Berlín…  eran varias divisiones de las Waffen-SS, restos de varias unidades de la Wehrmacht, jóvenes de las Juventudes Hitlerianas, ancianos reclutados en el Volkssturm, policías, y veteranos de la Primera Guerra Mundial. A pesar de la superioridad numérica del Ejército Soviético la lucha en la ciudad fue muy feroz y se tuvo que pelear casa por casa”
Se luchaba, en combate desigual, casi tan desigual como lo que ocurrió en el otoño de 1939 en Polonia, los Países Bajos, etc. Durante las primeras semanas de la Guerra.
Los restos de las diezmadas tropas de la otrora todopoderosa Wehrmacht, huían casi en desbanda hacia el oeste, prefiriendo entregarse a las Fuerzas Aliadas que ser apresados por los soviéticos.

Al atardecer del día 30, los primeros soldados rusos en llegar al Reichstag, izarían la enseña soviética sobre el mismo frontispicio de la fachada principal del emblemático edificio gubernamental, símbolo del poder Nazi. Tan solo horas después del suicidio de Hitler. En tan solo unos días, el 2 de mayo, el general Weidling, rinde Berlín y firma la rendición incondicional de Alemania.

Sachenhausen, 22 de abril.

Los hombres de Harmel habían estado trabajando con su habitual eficiencia, durante toda la noche y, al alba el campo estaba minado y los barracones bañados en queroseno. Todas las puertas y ventanas habían sido condenadas con tablones y las cerraduras soldadas. Todo estaba listo. Para cuando llegasen allí los rusos, el campo de exterminio de Sachenhausen habría dejado de existir.
El subteniente de las SS Fritz Schmidt llamó a la puerta de la antigua residencia del comandante del campo.
¡ Heil ! Herr Kommandant. Todo está a punto. Solo esperamos la orden.         Las tropas ya están en los vehículos, dispuestas para partir hacia Berlin
El comandante y su subordinado se dirigieron a la puerta principal del campo. Allí el subteniente Fritz había dispuesto el detonador que haría volar por los aires a los infelices prisioneros. Quería ser el propio Harmel el que se encargase de ello.
Fritz: Kommandant, haga usted los hono… res

La última sílaba de la palabra que estaba pronunciando el subteniente Fritz, salió de sus labios, pero… estos, junto al resto de su cabeza ya no estaban sobre sus hombros, estaban a unos ocho metros por encima del resto de su cuerpo.
Un obús de artillería, perteneciente a las baterías del 1er Frente Bielorruso, comandado por el General Georgy Konstantinovich Zhúkov, había impactado justo entre los dos militares. El cuerpo del comandante se había desintegrado y del subteniente apenas si había quedado nada. La primera andanada de proyectiles iba especialmente dirigida al convoy de vehículos blindados, dispuesto ya en la carretera, fuera del campo. Las desorientadas tropas que sobrevivieron, huyeron en desbandada en todas direcciones.

Minutos más tarde, la Infantería soviética entraba en Sachenhausen.
De los cerca de 165.000 seres humanos que pasaron por allí, entre  30.000 y 100.000  perdieron la vida en aquellas instalaciones, sin contar a los prisioneros de guerra, de los que no se llevaba ningún registro y que eran fusilados nada más llegar al campo. Posteriormente se supo que, sólo de soldados soviéticos, hubo 18.000 fusilamientos.  El campo iba a ser liberado, pero… los horrores que se cometían entre sus paredes durarían hasta 1950, costando otras 12.500 vidas adicionales.  Stalin ordenó remodelar las instalaciones y en agosto la  NKVD Naródniy komissariat vnútrennij del o Comisariado del pueblo para asuntos internos, es decir, la Policía Política de Stalin, convirtió Sachsenhausen en el  Campo especial número 7 NKVD. Renombrado en 1948 como Campo Número 1, acogió en un primer lugar funcionarios nazis, presos políticos y condenados por el Tribunal Militar Soviético.

Tras la desactivación de los explosivos y el desbloqueo de los accesos a los barracones, los soviéticos, procedieron a efectuar un exhaustivo interrogatorio a todos los internos, especialmente a los hombres de entre 15 y 65 años. Entre ellos estaba Ludwig Himmelfahrt. Libre de toda sospecha y habiendo constatado su origen judío, los liberadores de Sachsenhausen, le dejaron en libertad, junto a su hijo Jakob, de 11 años.

Una vez terminada la guerra, tan solo 12 días después, Ludwig y su hijo regresaron a lo que había sido su hogar, antes de tener que esconderse, al ático de la Kurfürstendamm. En su lugar no había más que escombros. Berlín había sido arrasada casi en su totalidad y muy especialmente en la zona centro. Buscó sin éxito a Wolfgang Ritter, su colega de la Filarmónica y benefactor que les acogió en el desván de su casa, desde que se iniciara la persecución de los judíos. Ya nada les quedaba en Berlín.
Gracias a su antiguo trabajo, tenía muy buenos contactos, especialmente entre sus colegas de profesión por todo el mundo. En cuanto tuvo ocasión, hizo unas cuantas llamadas y, dos semanas después se encontraban en Zúrich. Un antiguo colega suyo, miembro del prestigioso conservatorio Das Musikkollegium Winterthur, instaurado en la ciudad suiza de Winterthur,  desde 1626, le había conseguido una plaza de profesor y, la dirección del conservatorio le consiguió un apartamento en las cercanías de la escuela de música.  Pasarían casi diez años hasta que tuvieran noticias de que el edificio donde se ubicaba su antigua casa de Berlín había sido reconstruido y los pisos, confiscados por los nazis, iban a ser devueltos a sus legítimos propietarios. Ludwig y Jakob, convertido éste ya en un apuesto hombretón de más de 21 años, regresaron a Berlín a finales de 1964. Ludwig recuperó su plaza en la renovada Berliner Philharmoniker y Jakob fue admitido como 3º pianista, en la misma orquesta que su padre.

Todo parecía ir bien hasta que una mañana de octubre de 1969… el portero del edificio le entregó al profesor un sobre que una mujer había dejado la noche anterior al vigilante nocturno del edificio.
El sobre contenía la siguiente nota, escrita con una caligrafía exquisita:

 “Señor Himmelfahrt, desde hace ya varios años, mi conciencia no me permite descansar en paz. Durante los años de locura y sufrimiento que el nazismo desató en toda Europa y también en nuestro país, cometí el error de ponerme al servicio del Reich. Tuve que ponerme una venda en los ojos para tratar de ignorar todas las atrocidades que irremediablemente tuvieron que ver.
En diciembre de 1944, cuando la Gestapo les detuvo, su esposa, Greta Himmelfahrt fue conducida a la clínica en la que yo prestaba mis servicios. Como recordará estaba a punto de dar a luz y, dada la circunstancia de que su origen étnico era ario, fue incluida en un programa especial, cuyo objetivo era el de tratar de preservar los bebés nacidos de madres arias. Eso no garantizaba en modo alguno la supervivencia de dichas madres. De hecho, si había algo que los fanáticos nazis más recalcitrantes odiaban más que a un judío, era a las mujeres arias que se unían a un judío.
Greta se me asignó a mí para que la cuidase y mejorase sus condiciones de vida, hasta el momento del parto. Habitualmente, tras el nacimiento del bebé, la madre, si sobrevivía era deportada a cualquiera de los campos de exterminio donde eran utilizadas como esclavas sexuales hasta su extenuación y muerte.
Su esposa dio a luz a una niña preciosa. Pesó 3.400 gramos y nació sana y fuerte.  Tomé la decisión de evitarle a Greta un destino tan terrible como el que presuntamente le esperaba y le inyecté una dosis excesiva de sedante antes de la intervención para “extraerle” el bebé. Ya no despertó y… a nadie le importó ni le extrañó.
Poco después, oí que la niña iba a ser trasladada a una institución del Reich, una especie de orfanato, reservado exclusivamente para niños de presunta raza aria. Yo, que me había encariñado con la niña, a la que había tenido que cuidar desde el mismo momento de su llegada a este mundo, el día 12 de enero de 1945. Solicité acompañar a la niña en la ambulancia que iba a ser trasladada a un lugar a casi 500 km de Berlin, en Frisia, la institución III Reich Sonderwaisenhaus, Allí permanecí, junto a su hija, dándole todo mi amor, con la esperanza de que, al término de la guerra, que parecía estar cerca, se me permitiera (o me tomaría ese permiso por mi cuenta) quedarme a la niña solo para mí. Me la llevaría a Rosshaupten, mi pueblo, junto al Forgensee, en Baviera.
Desgraciadamente, el 16 de abril, por la mañana, (ya se podían oír claramente los obuses de las fuerzas Aliadas que avanzaban desde el oeste y desde el sur. No tardarían mucho en llegar allí) llegó al orfanato un destacamento de soldados de la Wehrmacht, a cuyo mando estaba un oficial que solo sé que se llamaba Gerhardt. Pidió a la directora del orfanato que antes de dos horas, tenía que “limpiar” de símbolos nazis el orfanato y eliminar especialmente la palabra “Sonder” (Especial), que llevaba la institución como prefijo. Aquello tenía que parecer un orfanato de guerra, sin otro propósito que el de hacerse cargo de niños huérfanos. Todo el personal se puso de inmediato a efectuar las modificaciones que ordenó el tal Gerhardt. Pero… cuando todos creímos que el general se iba a ir sin más, pidió a la directora que le mostrase los bebés que aún permanecían allí. ¡ Quería uno para “un amigo”!
Recé (soy católica) para que escogiese a cualquiera menos a “mi” niña. No hubo suerte, la niña, que acababa de cumplir los cuatro meses estaba deslumbrante, sus azules ojos captaban la atención de cualquiera que la mirase. El general no fue una excepción. Dijo: “Quiero esa criatura. Me da igual si es hembra o macho. Prepárenla. Esta noche van a venir a llevársela”.
Me quedé horrorizada. ¡No podía ser, iba a perder a mi niña para siempre!.
Poco antes de las ocho de la tarde, llegó un coche con una joven pareja. Dijeron que se les había citado allí y que pronto vendrían sus padres. Se llamaban Frida y Helmut, Desgraciadamente, en aquel momento no pude ver el apellido. Les acomodaron en un despacho vacío (casi todo el orfanato estaba vacío) y les indicaron que esperasen.
Casi eran las 21:00 horas, cuando llegó al orfanato una ambulancia, esta vez con un matrimonio mayor. El hombre, aunque vestía ropas de paisano, no podía ocultar su origen militar. Sus nombres eran Kurt y Gisela
Les recibió el mismísimo general Gerhardt y se reunieron los cuatro en el despacho. La directora mandó traer a ”mi” niña para entregársela al matrimonio joven. Yo misma tomé en brazos a la niña y la llevé a donde me habían ordenado. A la mujer, la tal Frida, que no tenía muy buen aspecto.(Parecía enferma), se le iluminó la cara al ver a la criatura. Apenas si pude escuchar algún fragmento de la conversación. Se puso a llorar y, dirigiéndose a su marido, le dijo: “La llamaremos Sabine”. Minutos después, salieron por la puerta y… nunca más volví a ver a la niña. Solo que ahora ya tenía nombre. Unos días después, las tropas angloamericanas llegaron al orfanato, pusieron al mando a un equipo médico completo y nos permitieron volver a nuestras casas. Todo había terminado… hasta que, hace un par de semanas recibí una llamada de Rosemunde Fischer, la directora del orfanato. Estaba internada en un hospital de Múnich, en estado terminal, debido a una arterioesclerosis degenerativa. En 1945, cuando llegué al orfanato, ella se percató de inmediato de mi amor por Sabine. Ahora, viendo que la vida se le escapaba, quiso hacer una última cosa por mí. Me ha dejado una copia del expediente de adopción de Sabine. Aunque… no me será entregado hasta después de su muerte. No sé las razones que ha tenido para ello, pero… he decidido quitarme esa carga de encima. Le prometo que, en cuanto esa documentación obre en mi poder, se lo entregaré en mano. Quiero ayudarle a que recupere a su hijita, que el próximo 12 de enero cumplirá los 23 años. Ella también tiene que conocer a su verdadero padre”
Dora Meyer.

Ludwig no daba crédito a lo que estaba leyendo, pero… todo encajaba demasiado bien como para que no fuese cierto. Su hija estaba viva y… pronto iba a cumplir los 23 años. Las lágrimas acudieron prestas a sus cansados ojos. Se quitó las gafas, que hacía años que tenía que usar, tras llevar una vida leyendo partituras. Había cumplido ya los 57 y… de repente, su vida cobró un nuevo sentido. Iba a conocer a su hija, fruto póstumo de Greta, su gran amor.
Pronto se reuniría con Jakob, Andrea, su nuera y Tomas, su nieto de dos años. Tenía que darles la maravillosa noticia. Jakob tenía una hermana que se llamaba Sabine y... pronto, quizás en unos meses darían con ella.

miércoles, 29 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo XIX

Hotel Piztalerhof, Wenns, Tirol

Capítulo XIX

A mediados de abril de 1945, la mansión de los Vogel, en Oldenburg se encontraba casi desierta. Kurt había sido herido un mes antes en el frente oriental y se encontraba convaleciente en casa y cuidado únicamente por su altiva esposa. El servicio había abandonado la casa hacía días, regresando a sus lugares de origen. Los Aliados avanzaban rápidamente desde el sur y el oeste y no tardarían mucho en ocupar toda la Frisia Occidental. Bremen fue ocupada el 25 de abril.
Un soldado tiró de la cadena que hacía sonar la campana en el interior de la casa. Gisela oteó el frente de la puerta principal, apartando ligeramente las cortinas de una ventana de la primera planta. Al reconocer el uniforme de la Wehrmacht se tranquilizó un poco y corrió presta a abrir. Los Aliados estarían allí muy pronto.
El soldado se cuadró y pidió ver al comandante Kurt Vogel.
Gisela le hizo pasar al despacho del militar. Un minuto después, Kurt apareció por la puerta que daba al salón-comedor. El soldado, saludó llevándose la mano al casco, al tiempo que daba un sonoro taconazo. De una bolsa de piel que llevaba colgada sobre el hombro, extrajo un sobre lacrado y se lo entregó a Kurt Vogel en mano, cumpliendo así una orden estricta de su superior. Sobre el lacre se había estampado una esvástica y en el remite, solo las letras G.B.
En el interior del sobre, había una misiva con instrucciones concretas para su inmediata evacuación del país, dos pasaportes a nombre de Lars y Sonja Skargard, ciudadanos suecos. Tenían que preparar un ligero equipaje y estar listos. En un par de horas un vehículo pasaría a recogerles a ambos. Un barco pesquero de bandera sueca, el Älsvorg, les recogería en el puerto de Carolinensiel, frente a las islas de la costa norte de Frisia y les llevaría al puerto islandés de Vopnajordur, en la solitaria costa oriental de Islandia. Gente de ODESSA, les recogería en el embarcadero y les conduciría a la Pensión Mávalíd. Allí tendrían que residir hasta que recibiesen nuevas instrucciones.

En una nota adjunta, se podía leer el siguiente texto: “Querido Kurt, como puedes comprobar, parte de los planes que trazamos hace ya casi un año, cuando, viendo el curso que estaba tomando la guerra, unos cuantos de nosotros empezamos a prepararnos para trabajar por el futuro del Reich, están dando sus frutos. Nuestra organización preservará lo mejor de la raza aria y la preparará para el advenimiento del IV Reich, que surja de las cenizas de Alemania.”
Debéis salir inmediatamente del país. Las cosas se están precipitando y la guerra terminará muy pronto. Tanto los rusos como  los Aliados no se van a quedar con los brazos cruzados. Especialmente con los altos cargos políticos y la cúpula de las Fuerzas Armadas. La Organización cuidará de nosotros y… del futuro de Alemania
Hace ya más de dos años que me contaste que, debido al cáncer que padeció la esposa de tu hijo, no van a poder tener descendencia.  
Antes de embarcar en el pesquero, el coche se detendrá en Aurich. Allí hay una institución muy especial, la III Reich Sonderwaisenhaus, como también es especial lo que os entregarán allí. Es un regalo de la Organización para tu hijo y tu nuera.
Desde que los bombarderos aliados destruyeron las instalaciones de BAYER, en Leverküsen, todos los técnicos que sobrevivieron, entre ellos Helmut, fueron trasladados a los bunkers (ahora vacíos e inútiles, ya que no quedan casi submarinos) que la marina construyó en Cuxhaven, cerca de una base secreta de  V1 y V2. No muy lejos de vuestro punto de embarque
Ante la  inminente llegada de los británicos y americanos, los bunkers de submarinos y la base de V1 y V2, van a ser minadas y destruidas esta misma semana.
 Me he permitido enviar a tu hijo un mensaje en tu nombre y cuando lleguéis al orfanato de  Aurich, probablemente Helmut y Frida ya estarán allí. Hay unas dos horas de camino desde Cuxhaven.
La  dirección de la institución, ha  procedido a  eliminar toda traza del verdadero origen y propósito del la III Reich Sonderwaisenhaus. Tras los cambios tendrá la apariencia de un orfanato ordinario. La guerra ha dejado a muchísimos niños sin padres. Los Aliados no sospecharán nada. Es más, puede que incluso adopten a alguno de los críos que aún quedarán allí cuando lleguen sus tropas.

Gerhardt

martes, 28 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo XVIII

Vista de Wenns, lugar de residencia de Frederik i Gisela Küpfer

CAPÍTULO XVIII

Hamburgo, madrugada del 15-16 de julio de 1972
Steinberg se apeó del taxi y se introdujo inmediatamente en su piso. Fue directamente al salón-comedor, abrió la caja fuerte disimulada tras un anodino óleo. Extrajo una carpeta azul, de esas que llevan una goma que facilita su cierre. En el exterior de la misma, había un dibujo alegórico al caballo de Troya. Sacó el sobre que contenía una copia de los microfilmes. Escribió en el sobre las palabras “Quittungs und Rechnungen” (Recibos y Facturas) e introdujo un puñado de esos documentos de pago. Metió la mano de nuevo en la caja fuerte, cogió una carpeta amarilla que contenía las escrituras de propiedad del piso y del apartamento de la playa y metió el sobre entre los títulos de propiedad. Cogió otro sobre similar, metió varios microfilmes de otros asuntos, de los que tenía guardados en su despacho y lo introdujo entre los papeles de la carpeta del caballo de Troya. A continuación, sacó todo lo que había en la caja fuerte, tomó un clip de la mesa, lo desdobló y lo introdujo en un diminuto orificio, apenas visible, que había en el rincón inferior izquierdo del fondo de la caja fuerte. Se oyó un “clic” que liberó el mecanismo de apertura de una puerta que ocultaba un compartimento, algo más pequeño que el anterior, en cuyo interior Hans guardaba sus más valiosas posesiones, junto con una buena suma de dinero y un par de cajas con joyas. Levantó los joyeros, depositó la carpeta amarilla y puso las cajas encima de la carpeta. Cerró la portezuela la presionó y con un chasquido quedó bloqueada. Repuso el dinero de señuelo y otros papeles intrascendentes, junto con un joyero con réplicas, la carpeta azul con el dibujo del caballo y cerró la caja, reponiendo el óleo en su lugar.
A la mañana siguiente, cuando entró en su despacho, pidió a su secretaria personal que entrase en su despacho y que cerrase la puerta.
Michaela Schroeder, que llevaba seis años trabajando para la editorial Hecatónquiros y los últimos tres como secretaria particular de Steinberg, notó inmediatamente el grave semblante de preocupación de su jefe. Hans Steinberg había depositado en ella desde el principio toda su confianza, manteniendo una relación profesional impecable.
—Señorita Schroeder…
—Michaela. —corrigió ella por enésima vez desde que se conocieron—.
—Michaela, necesito que hagas algo por mí. Y no puedes hablar de ello absolutamente con nadie.
—Hans, sea lo que sea, sabes que puedes contar conmigo y con mi total discreción. Insisto, lo que sea. —enfatizó, la mujer—
Le entregó un sobre cerrado, al tiempo que le decía:
—En el caso de que me sucediese algo, lo que sea, debes entregar este sobre a Sabine Vogel. Ahora está en España, pero volverá en unos días.
»Has de hacerlo única y exclusivamente a ella y en mano, nada de mensajeros, ni correo. En mano y solo a ella, a nadie más, -recalcó Hans-
»Búscala, esté donde esté y entrégaselo. Ella sabrá qué hacer.

lunes, 27 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo XVII

Vistas desde la casa de los Küpfer, Wnns, Tirol

21 de Septiembre de 1972

En el número 8 de la casa de la calle Auf dem Hirschberg, de las afueras de Bonn, todo estaba a punto.
Heinz y Armin ya habían transmitido su informe a Otto (que no había prestado la menor atención). Por el contrario, urgió a Heinz a que hiciera su trabajo. Iban a enviarle un “recadito” al comisario Klaus Wiese.

Heinz dispuso cuidadosamente su instrumental sobre la misma mesa en la que se celebraban las reuniones de los artífices de la operación Neuestrojanpferdes.
Se enfundó unos guantes de látex, sacó una cinta de casete y la introdujo en el equipo de música que había en un mueble arrimado a la pared. Las primeras notas de Va Pensiero, de la ópera Nabucco, sonaron de inmediato. Era una versión del Coro del Metropolitan Opera House de Nueva York.
Inga, atada a una silla y amordazada, observaba aterrada los movimientos de Heinz. El albino, conocedor del ritual del psicópata, ya había conectado la plancha y  permanecía de pié junto a la silla, con el rostro cerúleo y mirada gélida de reptil.
Heinz que, desde que secuestraron a Inga, había estado esperando este momento, se percató de que la chica llevaba desabotonada parte de su blusa, dejando entrever sus preciosos y generosos pechos. (En los setenta muchas jóvenes seguían la moda de no usar sujetador). Tuvo una inmediata erección y… por un momento pensó… (Desechando la idea de inmediato). Hacía años que, debido a una herida de guerra, su pene no había podido experimentar un solo orgasmo) en poseer aquel joven y esplendido cuerpo.
Se paró ante el desplegado paño sobre el que descansaban sus herramientas de trabajo, escogió un pequeño serrucho quirúrgico de acero inoxidable y se dio la vuelta dando dos pasos hacia la aterrorizada Inga.

domingo, 26 de abril de 2020


Casa de los Küpfer, Wenns, Tirol

CAPÍTULO XVI

Campo de exterminio de Sachsenhausen, enero de 1945

Ludwig Himmelfahrt no pudo conciliar el sueño aquella noche. Por un lado, su alma había dejado de atormentarse por el destino de Greta. Ahora sabía que había muerto en paz. No sufriría las vejaciones y malos tratos que se les daba a las mujeres en los campos de deportados, especialmente a las alemanas arias que habían tenido la osadía de unirse en matrimonio a un sucio judío. Esas mujeres recibían un tratamiento especial antes de ser ejecutadas.
Después de la sorprendente entrevista mantenida con el comandante Kaindl, Ludwig solo tenía un propósito. Sobrevivir a la pesadilla que llevaba años sufriendo a manos de los fanáticos nazis, desde la tarde de mayo de 1935, en que se le comunicó su fulminante cese como solista titular de la Berliner Philharmoniker. Desde entonces todo había ido empeorando. Tras el trabajo, había perdido su privilegiado estatus, del que disfrutaba en el mundo de la música de casi toda Europa, sus ingresos se habían reducido a la nada, excepto por lo obtenido con las clases particulares que aún podía impartir a domicilio. La noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, tras la infame Kristalnacht, considerada como el inicio oficial de la persecución de los judíos, en Alemania y Austria (entonces ya anexionada a la Gran Alemania), había tenido que ocultarse de modo permanente para salvar su vida y la de su familia.
A la mañana siguiente iba a recuperar a su hijo Jakob, al que ya casi había dado por muerto. Había tomado la determinación de hacer cuanto fuese necesario para mantener a Jakob y a sí mismo con vida hasta el fin de la guerra.
Desde la mañana de la llegada de Jakob y gracias a las instrucciones impartidas por Kaindl, la vida para ambos fue mucho más fácil. Las lecciones de solfeo y piano, eran compartidas por Jakob y los dos hijos del comandante. Todo parecía tranquilo, pero… el 21 de abril de 1945, por la mañana, llegó a Sachsenhausen un convoy de vehículos blindados ligeros, restos de la prestigiosa y maltrecha X División Panzer SS Frundsberg. Tras fallar en su intento por detener el avance de los Aliados, una vez disipado el fugaz éxito de la ofensiva de las Ardenas, el comandante de la unidad, el SS-Gruppenführer Heinz Harmel, había recibido una orden, procedente directamente del Cuartel General del Führer, de acudir a romper el cerco del Ejército Rojo a Dresden. Hermel, convencido de que el cumplimento de estas órdenes equivale a un auténtico suicidio, toma la decisión de ignorar una orden directa del Führer y unirse a los últimos restos de la Wehrmacht, reagrupados en Berlín, en un último esfuerzo para reforzar la defensa de la capital del Reich
Heinz Harmel, de 53 años y procedente de una dinastía de militares, tenía un sentido del honor, solo superado por su visceral antisemitismo. Odiaba a los judíos desde que tenía uso de razón. Y… consideraba un traidor a todo aquel que mostrase cualquier empatía hacia ese colectivo al que hacía responsable de todos los males de la Gran Alemania.
En cuanto puso pie en las instalaciones de Sachsenhausen, se presentó en los aposentos del comandante del campo, Anton Kaindl. Inmediatamente, Harmel constató que Anton no solo
había ralentizado o casi paralizado las ejecuciones de judíos, sino que incluso había confraternizado con dos de ellos. ¡Era un maldito traidor y derrotista!
Mandó detener a Kaindl y a toda su familia. Le cesó fulminantemente y le “prometió” un Consejo de Guerra por traición y por confraternizar con el enemigo. Solo habían transcurrido dos horas desde la llegada del contingente armado.*
Harmel se autoproclamó jefe supremo de Sachsenhausen. Confiscaría todas las provisiones, armamento y municiones que pudiera haber en el campo. Mandaría ejecutar a todos los internos e incendiaría las instalaciones para eliminar pruebas de lo que allí se había perpetrado.
Ludwig y Jakob, así como los hijos y la mujer de Kaindl, fueron confinados en uno de los barracones, en espera de su inminente ejecución.
El sonido de la artillería del Ejército Rojo se podía escuchar cada vez más cerca. Había que actuar sin pérdida de tiempo. El general Heinz Harmel, que había ocupado la casa del “traidor” Kaindl, reunió a sus oficiales en la misma sala en la que Himmelfahrt impartía sus lecciones a los tres niños.
—Señores, no hay tiempo para acabar con todos los internos, y destruir el campo. He decidido que ordenen a sus hombres bloquear puertas y ventanas de todos los barracones. Pongan explosivos y literalmente empapen las paredes con queroseno. Haremos todo de una vez, acabaremos con estos sucios judíos y con los traidores a la vez que destruimos todas las instalaciones de Sachsenhausen. No podemos permitirnos que cuando lleguen los rusos, tengan pruebas de lo que ocurría aquí.
»Empiecen los preparativos cuanto antes. Los hombres del comandante Kaindl se unirán forzosamente a nuestra división cuando salgamos hacia Berlín. Cualquier intento de deserción o resistencia lo resuelven con la inmediata ejecución de los autores. Alemania nos necesita a todos. »Ahora… A trabajar.
* Entre el 23 y 30 de Octubre de 1947 un tribunal compuesto por militares soviéticos celebró en Berlín un juicio contra los principales encausados responsables del campo Sachsenhausen. Entre las sentencias dictadas el 1 de Noviembre de 1947, figura la de Anton Kaindl: Cadena perpetua. Kaindl murió en la primavera de 1948, en el Gulag de Vorkuta al que fue enviado tras ser condenado.
Nota del autor: Probablemente el testimonio de Ludwig Himmelfahrt, le salvó de la horca.

1


sábado, 25 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo XV



CAPÍTULO XV

29 años antes…
La mansión de los Vogel lucía sus mejores galas. Los inmensos espacios abiertos, cubiertos de hierba que había frente a la fachada de la casa, bullían con el ir y venir de los más de 800 invitados.
Gisela Vogel, que entonces contaba con 45 años, se había ocupado de organizar el acontecimiento. Había ordenado instalar una inmensa carpa de lona blanca con calefacción. A escasos metros de la misma, un generador Diesel de 300 caballos, proporcionaba la energía suficiente para iluminar y calentar el interior de la carpa. Carpa que hubiese podido albergar a otros 500 invitados y que contaba con un escenario sobre el que se había dispuesto una orquesta compuesta por más de 40 músicos. A la derecha del acceso principal, se había preparado un mostrador, tras el que se podían observar, apilados piramidalmente, decenas de toneles de cerveza. Dietrich Bauer, el maestro cervecero, encargado de que la cerveza no dejase de fluir, había sido mandado venir desde Múnich. Durante los años que precedieron a la guerra, Dietrich se había labrado una buena reputación, suministrando cerveza en las numerosas fiestas, concentraciones, y fastos que, a lo largo y ancho de Alemania, organizaba el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores o Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, NSDAP. Mención especial merece su mayor éxito: El suministro, durante casi una semana, del dorado líquido a los más 500.000 asistentes a las celebraciones del Congreso del Partido Nazi de Núremberg, en 1937.
Gisela estaba en su elemento. Había ordenado decorar la carpa, tanto en su interior como en el exterior, con todo tipo de carteles alusivos al III Reich. La mayor parte de los invitados eran miembros del Partido, acompañados por sus familias. Sobre todo había militares de alta graduación de la Wehrmacht, Luftwaffe, SS, etc.
La pared del fondo de la carpa, por encima de la orquesta, lucía una gran fotografía del Führer.
Sin embargo… La fiesta no tenía nada que ver ni con el Partido Nazi ni con los amigos y camaradas de Kurt Vogel, el padre de Helmut… Hoy era el día de su boda. Hoy se casaba Helmut, a los 23 años con la que había sido su novia desde hacía tres años.
A pesar de todas las protestas de Helmut, Kurt y Gisela no habían querido desperdiciar la oportunidad de reunir en su propia casa a la flor y nata del Partido. Kurt que, desde muy joven estaba muy bien considerado por personas muy poderosas y cercanas al Führer, estaba exultante, iba arriba y abajo, ocupándose de los invitados más importantes
Helmut tuvo que ceder a los deseos de su madre y dejar que fuera ella la que organizase su propia boda. Cedió para no darle un disgusto, pero abominaba de toda esa parafernalia y autobombo del que se rodeaban sus padres ante cualquier oportunidad.
Habían convertido la boda de su hijo —al que pensaban que aún podrían recuperar para su causa— en un escenario de propaganda para facilitarle a Kurt su ascenso a la cúpula del III Reich.

En la Guerra todo parecía ir bien para ellos. En 1943, sólo un puñado de militares de alto rango, se atrevían a poner en duda la victoria final del Reich sobre los Aliados. Aquellos más cercanos al entorno del Führer les consideraban derrotistas y traidores, y aprovechaban cualquier pretexto para quitarles del medio, llegando incluso a fusilar a los que ellos consideraban peligrosamente recalcitrantes derrotistas.
Aunque Helmut abominaba de los métodos y fines del Partido. En 1934, con tan solo 14 años su padre le alistó en las Juventudes Hitlerianas (Hitlerjugend), Organización creada por el Partido, en 1926 con el fin de adiestrar y adoctrinar a los más jóvenes en la ideología Nazi.
Utilizando sus influencias, había evitado que Helmut, su único hijo, tuviera un destino en el frente. Helmut, a pesar de su juventud mostraba unas aptitudes innatas para la dirección de empresas. Cuando salió de la Universidad, con tan solo 22 años, se incorporó inmediatamente en un puesto de mando intermedio en la BAYER, en Leverkusen. A pesar de todos los esfuerzos de sus padres, nunca quiso pertenecer al partido e hizo todo cuanto pudo por mantenerse al margen de los círculos del régimen. Círculos en los que su padre no cejaba en tratar de introducirle. Quería que su hijo fuera alguien importante en el futuro gobierno de Europa, dirigido naturalmente por una mayoría del Partido Nazi y sus aliados del sur del continente. Los fanáticos nazis, y Kurt Vogel no dejaba de ser uno de ellos, tenían el convencimiento de que nada iba a detener a Hitler y que, en un par de años, el Reich se extendería desde el Volga a Gibraltar y desde Turquía al Reino Unido.
Tan solo seis meses después de la boda, Frida notó unas molestias, cada vez más frecuentes y una visible pérdida de peso. Alarmado, Helmut echó mano de todos sus recursos y llevó a su esposa a los mejores médicos que pudo encontrar. Frida tenía un
cáncer en la matriz. Y… había que operarla cuanto antes. Parecía que se había llegado a tiempo, pero… ya nunca podría ser madre.

21 de Septiembre de 1972
A las 23:15, llegaron al Lindner Park-Hagenbeck, metieron el Audi en el garaje subterráneo del hotel y tomaron el ascensor hasta la planta baja. Apenas si habían dado dos pasos hacia el mostrador de recepción, el comisario les abordó. Klaus había arreglado lo del registro —obligatorio— de clientes. Tras los saludos iniciales de cortesía, subieron a la 2ª planta y entraron en la 210. Por precaución, ellos —Klaus y Helmut— habían tomado también las colindantes 208 y 212.
—Klaus: Tenéis 5 minutos. Dejad vuestras cosas y bajad al restaurante. He pedido una mesa en una salita privada. Hablaremos mientras tomamos una copa. Debéis estar agotados. Tenemos muchas cosas que contarnos


Etiquetas: , , , ,

viernes, 24 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo XIV


CAPÍTULO XIV


Oldenburg, norte de la entonces República Federal Alemana, tarde lluviosa y plomiza de principios del otoño de 1972.
Lluís y Sabine, llegaron a media tarde a la mansión de los abuelos de ella, ubicada en medio de un denso bosque de abedules y abetos, el Audi que les había traído desde el Tirol avanzaba lentamente por el estrecho camino que conducía desde el portón de la verja que delimitaba la inmensa propiedad, hasta la puerta de la casa. El camino estaba flanqueado por dos inmensos setos de rododendros que impedían ver cualquier cosa que no fuera el propio camino. Casi en absoluto silencio, a excepción del ronroneo del motor y el crepitar de los neumáticos sobre la grava. Aún no llovía. Casi súbitamente, después de haber recorrido con seguridad más de 800 metros, tras una curva apareció la inmensa mansión ante los asombrados ojos del joven Lluís. Sabine, que disfrutaba dándole sorpresas a Lluís, no le había querido preparar para lo que iba a ver. Lamentable e involuntariamente, mucho menos para lo que iba a ocurrir en aquella opulenta, pomposa y, a la vez decadente casa.
Durante los dos últimos meses, desde la llegada de Lluís a Hamburgo, Sabine, a instancias de Lluís, había estado sondeando la posibilidad de organizar una visita a la casa a fin de presentar su novio a la familia. Su padre y sus abuelos paternos. Por fin, tras los acontecimientos ocurridos durante las últimas semanas y de los que Sabine, deliberadamente, había dejado al margen a los abuelos, Helmut, les anunció que Kurt y Gisela les esperaban para cenar aquella noche.
Aparcaron el coche bajo un cobertizo que había en un lateral de la casa, al lado del Mercedes M 280 E de Helmut, que había llegado unos minutos antes. Empezó a llover.
Cogidos de la mano, corrieron hacia la puerta principal de la impresionante mansión de estilo neoclásico —Años después, viendo la película Valkiria, de Bryan Singer, Lluís reconoció una mansión muy parecida: El palacete, a las afueras de Berlín, donde la cúpula del III Reich acordó la solución final— y con la fachada recubierta de granito, probablemente extraído de las canteras de la región de Renania-Westfalia, las ventanas, exentas de rejas y con unos escuetos visillos que llegaban tan solo a media altura del cristal de la ventana, lanzaban al exterior una tenue luz, el resto de las decenas de ventanas que tenia aquella casa, permanecían en completa oscuridad. Sin darles tempo casi siquiera llamar —una cadena que hacía sonar una campana en el interior de la vivienda—, la puerta se abrió hacia adentro y una adusta pero sonriente mujer mayor, de unos 45-50 años y con aspecto similar al de una monja seglar, sin velo, dio a Sabine una calurosa —eso sí, sin siquiera tocarla— bienvenida, lanzando a Lluís una escrutadora e inquisitiva mirada, se diría que casi temerosa, indicándoles el camino hacia el interior. No habían dado dos pasos cuando apareció Helmut Vogel, a recibirles. Era un hombre rubio, alto, fornido y seguro de sí mismo. Un estereotipo que haría feliz a cualquier fanático de la pureza aria. Aparentaba menos edad de los 53 que tenía. Estrechaba la mano con la presión justa y miraba directamente a los ojos. Ostentaba un alto cargo, además de poseer un buen paquete de acciones de la empresa, en la farmacéutica BAYER. Desde la muerte en 1962 de Frida, su mujer, por un cáncer, Helmut vivía sólo en una casa a las afueras de Pulheim, un pequeño pueblo, ubicado al norte de Colonia, cerca de la sede central de la empresa químico-farmacéutica. Desde el principio, Lluís y Helmut sintonizaron de inmediato, se cayeron bien. Ambos simpatizaban con la socialdemocracia. Helmut incluso invitó a Lluís a asistir a un mitin electoral del SPD —el Partido Socialista que entonces lideraba Willy Brandt— en un teatro de Hamburgo. Abrazó a su hija y… poniendo su mano sobre el hombro de Lluís, les condujo a la sala donde se encontraban los abuelos de Sabine. Tras el inicial y cálido recibimiento, Lluís empezó a sentirse un poco más cómodo
La sala, poco iluminada y con la lumbre de la chimenea crepitando al fondo, estaba moderadamente cálida. Los abuelos de Sabine, Kurt y Gisela Vogel, apenas si se levantaron del sofá de piel de vaca en el que estaban acomodados. Ambos estrecharon la mano de Sabine. Nada de besos. Estos sajones no acostumbran a besuquearse tan efusivamente como los latinos. Saludaron gélidamente a Lluís y le ofrecieron sentarse en un sillón un tanto retirado —o eso le pareció a él—, haciéndole sentir bastante incómodo. Sabine traducía al inglés, algunos fragmentos de la conversación, conversación que mantenían con frecuentes y descaradas miradas a Lluís.
Era evidente que la estaban interrogando acerca de su nuevo novio y… sobre todo de su origen genealógico-étnico. Se podía apostar por ello, con toda seguridad…
Eran casi las 19:30, ya noche cerrada en la septentrional y burguesa ciudad de Oldenburg, situada a unos 40 km. de Bremen, al suroeste de Hamburgo. Gisela, la abuela de Sabine, adusta mujer de unos 65-70 años, austera pero elegantemente vestida, se mostraba distante —del joven moreno y bronceado español parecía estar a años luz, y ella no pretendía otra cosa— y altiva, tomó una campanilla que había sobre una mesilla redonda, cubierta por una tela a juego con los cortinajes de raso, que se recogían mediante un pasamanos dorado que simulaba una cabeza de león, la hizo sonar un par de veces y… casi de inmediato, de una puerta con dos grandes cristales rectangulares, biselados y grabados, enmarcando con una filigrana, las letras KV en caligrafía gótica, aparecieron dos sirvientes. La que había recibido a la pareja de jóvenes al llegar y otra mujer, mucho más joven, esta portando todo un clásico del servicio doméstico: vestido negro, delantal blanco inmaculado con encajes en los bordes y, un gran lazo en la espalda, cofia a juego, ambas manos entrelazadas junto al regazo y mirada atenta y expectante hacia la que parecía ser el ama de llaves o gobernanta de la mansión.
Cruzaron un par de frases con Gisela y desaparecieron tras la misma puerta. Kurt, el abuelo, que había estado un tanto ausente de la conversación que mantenían su mujer, Sabine y Helmut, dio muestras de participar en la velada y, ante la sorpresa del español, dirigiéndose directamente a él, le pregunto, con gestos de las manos si tenía hambre. Lluís afirmó, encantado de que, el patriarca le hubiese tomado en cuenta. Al tiempo que le indicaba, con más gestos, el camino hacia el comedor. Mientras caminaban, le lanzó un par de preguntas que su invitado mostró no entender. Lluís miró a los ojos, a los hermosos ojos de Sabine, en busca de ayuda. Ella, mirando a su abuelo y con una mueca de desaprobación, hizo un gesto con la mano a su novio, pidiéndole que esperase.
Alguien encendió más luces que mostraron en todo su esplendor la pieza que parecía ser la joya de la corona de la casa.
El comedor, rectangular e interminable, contaba con otras tres chimeneas bien alimentadas por el abundante servicio, con troncos de enorme tamaño. Colgados en las paredes, Lluís reconoció
varias pinturas de distintas épocas, que le resultaban, en cierto modo familiares.
Desde muy niño, gracias a su gran afición por coleccionar sellos de correos de todos los países del mundo y dada su innata curiosidad por averiguar el significado de los temas que en ellos se mostraban, aprendió mucho de geografía, arquitectura, pintura, escultura. Eso palió, en parte, su aparente escasa formación académica, ocasionada, según le relató a Sabine, por la imperiosa necesidad de incorporarse al trabajo, a la temprana edad de 12 años. Desde muy joven, Lluís se formó como un auténtico autodidacta.
Varias de las pinturas colgadas en las paredes, las había visto antes en alguno de esos sellos, eso era seguro. Presumió —erróneamente— que serían réplicas. En un extremo de aquella sala, observó en una vitrina rinconera, varios objetos expuestos con unas luminarias dirigidas al conjunto, que los hacía aún más visibles. Pidió permiso al patriarca para acercarse a la vitrina acristalada y, éste con la cara iluminada y una sonrisa, hasta ese momento ausente de su faz, le tomó del brazo y le acercó a la vitrina, señalando los objetos y tratando de explicarle el significado de cada pieza: Una Cruz de Hierro con la esvástica, otras 10 o 12 medallas, una reluciente Lugger, una bayoneta, de más de 40 centímetros de hoja, un par de gorras de plato, un casco con el símbolo de la SS y otros objetos que cuyo propósito u origen, Lluís no entendió ni, en aquel momento le parecieron relevantes. Había una especie de yelmo griego o romano, en miniatura, una pequeña escultura de Marte, una réplica, con su portezuela y escala de cuerda, de un caballito de Troya. —Lo atribuyó a su simbolismo guerrero— Destacando, en lugar prominente, un maniquí de madera vestido con un flamante uniforme gala de comandante de las SS y varias fotografías de un sonriente Kurt, treinta y cinco años más joven. Hubo una cosa que sí captó poderosamente la atención del invitado español. Una foto: estaba tomada en España en 1937, en la foto aparecía el patriarca de la casa junto a otros seis o siete compañeros, todos vistiendo el uniforme de la Luftwaffe. Al pié de la foto la leyenda: “Legion Kondor, Spanien, April 26. 1937”. Se quedó sin habla. Estaba ante un oficial nazi que, además había contribuido a la derrota del ejército de la República Española, bombardeando a la población civil de Gernika. Y Kurt estaba orgulloso de su pasado. Solo treinta y cinco años atrás, este anciano de más de 70 años, asesinaba a judíos por toda Europa y, como oficial de la Luftwaffe, había estado probando su nuevo armamento el 26 de abril de 1937, bombardeando y masacrando, a un tercio de los 5.000 habitantes de la población vasca de Gernika. Era mucho lo que Lluís tenía que asimilar en poco tiempo y mucho lo que tendría que esconder el resto de la velada, por la impresión que aquellas imágenes le habían causado. Su propio padre luchó con el Ejército de la República y… fue represaliado por los rebeldes fascistas, al terminar la guerra.
Además del ama de llaves y la sirvienta que ya había visto, Lluís contó otros tres sirvientes, dos hombres de edad avanzada y otra mujer con idéntico uniforme al de la chica joven, pero un poco más mayor. Los hombres, que se cuadraban cada vez que se cruzaban con Kurt, vestían un traje oscuro con levita y adornaban su cuello con un lazo negro. Sus manos vestían guantes blancos y permanecían de pié uno a cada lado de lo que parecía ser la cocina, dentro de la cual había al menos otras dos personas. Estaba cada vez más impresionado y casi no podía disimular su asombro e incomodidad, al contemplar tal exceso. La habitación le recordaba una secuencia de La Caída de los Dioses, de Visconti y que había visto hacía un par de años, en Valencia.
La mesa, en la que cabían cómodamente sentados al menos 12 comensales, estaba dispuesta con cinco cubiertos. Gisela indicó acada cual su lugar en la mesa. Kurt presidiendo, a su derecha el invitado especial, a su izquierda, su hijo Helmut. Para su tranquilidad, Sabine se sentó a la derecha de Lluís, cogiéndole la mano de vez en cuando. Gisela se sentó al otro extremo de la enorme mesa, el más cercano a la cocina, a fin de dar las oportunas ordenes al servicio con mayor eficiencia.
A un gesto de Gisela, los dos lacayos escanciaron un vino blanco Riesling muy afrutado, de los viñedos de la zona del Mosela, y agua fresca. También colocaron dos cestas con unas lonchas de diversas clases de pan.
Un minuto después aparecieron las dos sirvientas con unas bandejas repletas de verduras. Patata, brócoli… —era la primera vez que el español comía de esa, para él extraña verdura—, zanahoria, repollo y coles de Bruselas.
Sirvieron directamente de la bandeja al plato, a la francesa, y ofrecieron un plato con mantequilla para poner sobre las verduras. Lluís se limitó a imitar lo que hacían los demás comensales. Kurt y Gisela, observaban cada uno de los movimientos de su invitado principal, sin disimulo alguno. Este empezó a ponerse nervioso, a pesar de la cortesía de Helmut y de los constantes apretones de mano de Sabine.
Al observar que todos rehusaban repetir verduras, Lluís les volvió a imitar. Declinó e incluso, educadamente, dejó un resto de coles de Bruselas en su plato —no las soportaba.— Los lacayos retiraron los platos y tras recoger las invisibles migas que presuntamente había sobre el elegante mantel de algodón y encaje, reemplazaron los cubiertos y cambiando las copas, sirvieron un vino tinto, importado de Italia —Lluís no dejaba de pensar en lo que acababa de contemplar en aquella vitrina—.
Vino el plato principal, también en bandejas portadas por las sirvientas con eficiencia prusiana. El plato consistía en una especie de roast beef, demasiado hecho, para el gusto del español, ya lonchado y parcialmente cubierto con una inidentificable salsa marrón. Para acompañar a la carne, las chicas ofrecieron una buena porción de puré de patata con mantequilla. Lluís, previsor, aceptó una abundante ración (si la carne no le gustaba mucho, al menos comería patata). También depositaron sobre la mesa un par de salseras de plata con una salsa blancuzca y no muy espesa, aclarándole —Puede que vieran alguna mueca o gesto extraño en la cara del invitado— que era de castañas. Estaba, para su gusto demasiado dulce, pero… combinada con la otra salsa, la carne de buey, resultó estar deliciosa…
Cuando los lacayos retiraron los platos, casi vacíos, del plato principal, de nuevo pasaron la espátula de plata para retirar las inexistentes migas del mantel, colocando alarmantemente nuevos cubiertos. Aunque esta vez eran para el postre. Un delicioso pastel de manzana Apfelstrudel. Las muchachas ofrecieron una nueva salsera, esta vez con salsa de vainilla caliente. Para rematar con una pizca de canela en polvo. Por un momento, Lluís apartó sus pensamientos del contenido de la vitrina y disfrutó de ese delicioso postre. Esta vez, cuando le ofrecieron repetir, la gula pudo más que la protocolaria educación y aceptó gustosamente. Curiosamente, Helmut y Sabine le imitaron, repitiendo una porción de pastel —probablemente para que él se sintiese mejor—.
El ama de llaves, dirigiéndose a Gisela, indicó que el café estaría servido en la “Sala de Lectura” Lesen Raum, así se refirió a la magnífica biblioteca, anexa a la derecha del comedor. Lluís Sáyago había hablado muy poco desde su visita a la vitrina y Sabine le lanzaba miradas de preocupación. Mientras caminaban hacia la biblioteca, Kurt se volvió a dirigir al novio de su nieta, preguntándole algo, algo que presumía no iba a entender. Sabine, que había escuchado la pregunta, le dijo a su abuelo algo, en tono recriminatorio. Lluís se mostraba cada vez más perplejo, tratando de disimular su creciente cólera e indignación. Inquirió a Sabine y, esta, ante su insistencia, le tradujo la pregunta: —Kurt debió percatarse del efecto que causó al español la visión de sus trofeos— “¿Luchó tu padre en la guerra civil de España con los comunistas o con el ejército de Franco?” Lluís giró bruscamente la cabeza buscando los ojos Kurt, contó hasta diez y le respondió: “Mi padre fue fiel al legítimo ejército de su país, al de la República, al igual que usted, a pesar de todo, también lo fue al de Alemania. Por ello, al terminar la guerra, fue represaliado por los fascistas españoles. Si ustedes no hubiesen prestado su ayuda al ejército rebelde de Franco, España podría haberse evitado muchos miles de muertos”
Cuando Sabine tradujo la respuesta, la sala enmudeció. El incómodo silencio se prolongó durante unos interminables veinte o treinta segundos…
En la mansión de los Vogel, la situación se estaba descontrolando. Tras la, para ellos inesperada respuesta, —Sabine nunca debió traducir la respuesta con que el indignado Lluís obsequió al anciano nazi—, y tras la pausa que siguió a la sorpresa, la respuesta de la pareja de ancianos no se hizo esperar y… mirando al intruso directamente, al tiempo que buscaban la ayuda de Sabine, farfullaron varias frases, presos de una ira desmesurada, era evidente que no le estaban felicitando, precisamente. Kurt, con los ojos inyectados en sangre, bramaba a su nieta, a la vez que lanzaba una mirada recriminatoria a su hijo. Helmut quedó atónito y no era capaz de articular palabra
—¿Cómo te atreves a traer a mi casa a un comunista? Que, además, ¡seguro que es gitano!”. Gisela, no le andaba a la zaga al patriarca: —Tendríamos que haberle registrado, seguro que lleva encima una navaja y, otras lindezas que, seguro, Sabine omitió traducir deliberada y piadosamente a Lluís.
Las cosas se precipitaron, Helmut miraba a Lluís quizá compasivo y trataba de calmar a sus progenitores. Sabine, totalmente avergonzada, asía de la mano a su atribulado novio al tiempo que gritó:
— ¡Nos vamos! y… esta vez es para siempre. Opa (Yayo) ¡¡ Sigues siendo un jodido nazi y… eso lo llevarás contigo hasta la tumba!! Y tú, Oma, eres peor que él. Vatti, yo no puedo más. ¿Vienes?
Lluís parecía no entender una sola palabra del vocerío que se había adueñado de la Lesen Raum. Sólo sintió que Sabine, tiraba de él en dirección a la puerta. Los marmóreos lacayos les devolvieron prestamente la ropa de abrigo que antes les habían cogido de las manos. Antes de que llegasen al cobertizo donde se encontraba el Audi, Helmut salió de la casa, casi corriendo y llamando a Sabine. Volvió a pedir disculpas, por el comportamiento de sus padres y exclamó:
—Hija, yo tampoco pienso volver a esta condenada casa. Nunca van a cambiar y… ambos lo sabemos
»Volvamos a vuestro hotel. Tenemos trabajo

miércoles, 22 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo XIII



CAPÍTULO XIII

21 de septiembre. Por la mañana
Desde una cabina, cercana a la pensión donde habían descansado, Sabine llamó a la comisaría y pidió hablar con Klaus Wiese “soy su hija”, —mintió—. Le dio a Klaus toda la información que Lluís le había descrito la noche anterior: Eran tres hombres, uno de ellos albino y viajaban en un Volvo oscuro, azul marino, gris o negro, con matrícula de Solingen SG-24-334
—Te volveré a llamar cuando estemos cerca de Hamburgo. Ahora hablaré con mi padre y trataré de tranquilizarle. Debe estar muy preocupado. Buscad un lugar donde podamos escondernos unos días.
Sabine metió unas monedas adicionales por la ranura del teléfono y llamó a su padre, directamente al despacho de la fábrica.
Casi sin dejar que ella hablase, su padre, le recriminó por no haberse comunicado antes.
—¿Qué está pasando Sabi? Estamos todos muy preocupados. Tus abuelos también. Hace mucho que no tienen ninguna noticia tuya y Opa está bastante enfadado. ¿Dónde estás ahora?”
—Estamos bien, Vatti. Era preciso actuar con mucha cautela. El asunto es bastante grave. Lo siento. Tenemos previsto llegar esta noche a Hamburgo. Estamos en Steinbach-Sallenberg, cerca de Turingen.
—No, mejor no vengáis directamente a Hamburgo. El comisario y yo buscaremos un lugar seguro para que paséis desapercibidos. Pero… espera un poco. —Tras unos segundos de espera, prosiguio—: ahora toma la A7 por Hannover y Bremen, o la A4 por Bielefeld y Osnabruck, ve directamente a casa de los abuelos, a Oldenburg. Estáis a unas cinco horas Es una orden. Ya les aviso de que llegamos a cenar. Hace tiempo que esperan esto.
A regañadientes, Sabine aceptó y, dirigiéndose a Lluís, le dijo: “Ya te cuento. Hoy vas a conocer a mis abuelos”
Salieron de Steinbach-Sallenberg en dirección al norte por la carretera local L1117, luego por la L1026, hasta alcanzar la regional 88 y, finalmente la L1027, que se topaba con la Autobahn A4, que les llevaría, después de casi 6 horas y si todo iba bien, a la casa de los padres de Helmut, en Oldenburg.
Mientras, el comisario progresaba con la información que Sabine le había facilitado.
Había pasado por teletipo la descripción del albino a todas las comisarías del país y el Volvo… estaba registrado a nombre de una empresa de fabricación de componentes para automóviles, llamada Lignotock y radicada en Solingen. No muy lejos del gigantesco complejo que la multinacional Ford tenía en Colonia, junto a la aún más gigantesca Bayer, en Leverküsen. Como director general de dicha empresa figuraba un tal Dietrich Weinbergen. Klaus, ordenó que se le investigara a fondo.

martes, 21 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo XII


Joves Lectors

CAPÍTULO XII

Hamburgo, 15 de julio de 1972
Hans Steinberg, como era en él habitual, había trabajado en su despacho del periódico más importante de Hamburgo, hasta muy tarde. Solo se iba a casa después de examinar el primer ejemplar que salía de la rotativa.
La noche del 15 de julio, hacía una temperatura inusualmente alta. Esa misma mañana, a las 15:00 horas se habían alcanzado los 35 grados. Hamburgo es considerada por el resto de las ciudades alemanas (todas más meridionales) como la “puerta del invierno”. Entre el calor tan extremo y el asunto de la documentación que le entregó Sabine antes de partir de vacaciones a España, Hans llevaba varias noches durmiendo solo unas horas.
A las 01:15, hizo su rutinaria comprobación de un ejemplar del Hamburger Abendblatt, dispuesto a salir hacia su casa, dando un paseo, como hacía habitualmente. Casi ya en la calle, recordó que había olvidado coger un paquete que le había enviado su mujer desde Travemünde. Saludó a, Detlef, el portero de noche y volvió sobre sus pasos al despacho. Entró, se dirigió a la mesa, abrió el cajón derecho y… cuando tuvo el paquete entre sus manos, la curiosidad pudo más que su cansancio. Abrió el sobre y… en el interior había un buen montón de fotos de María y de sus dos hijas, Sieglinde y Franziska, jugando en la playa. Los Steinberg poseían una casita en Travemünde desde hacía 3 años. Todos los veranos, cuando las niñas terminaban en el colegio, las tres se trasladaban a la casita para pasar allí el verano. Hans, acudía solamente los fines de semana y cuando tomaba sus vacaciones
Se sentó y estuvo varios minutos mirando las fotos. Estaba loco con las niñas y le entraron unas tremendas ganas de ir a verlas. Los problemas en el trabajo habían retrasado su visita de fin de semana en dos ocasiones.
Rememorando los mejores momentos que había pasado durante los últimos años junto a su mujer e hijas en la playa de Travemünde, cerró los ojos y… Despertó sobresaltado. Le dolía el cuello. Miró su reloj. Habían pasado más de 35 minutos. Súbitamente se percató de que uno de los botones del teléfono que estaba encima de su mesa parpadeaba. Alguien estaba utilizando su línea privada desde una extensión. ¿A esas horas? Tras dudar un instante, levantó lentamente el auricular y, tapando con una mano el micrófono, se lo acercó al oído… Desgraciadamente la conversación estaba en su fase final:
—…le aseguro que lo tenemos controlado, Señor Frangenberg…
—Le he dicho que nada de nombres”
—No se preocupe, hablamos por la línea privada de Steinberg y él se fue hace tiempo. Pronto conseguiremos la copia que, creemos guarda en su propia casa.
—Manténganme informado en todo momento... Clic
—Buenas n…” Clic
Steinberg colgó con sumo cuidado el auricular, apagó la lámpara de su mesa y permaneció unos minutos en silencio. Su cabeza procesaba la conversación que acababa de escuchar. ¿Quién era ese tal Frangenberg, que parecía dar instrucciones a su interlocutor? Y… sobre todo, ¿Quién era ese interlocutor que aún debería estar en el edificio?
Cerró su despacho y bajó hacia la salida, escrutando cualquier indicio que pudiera delatar al que había osado usar su propia línea privada. Se acercó al mostrador de recepción, indicó a Detlef que se acercase, le inquirió si había salido o entrado alguien en las últimas dos horas.
—No Señor Steinberg, nadie desde que salió casi todo el personal a eso de las 12
—Bien, Detlef, le pregunte quien le pregunte, yo salí a la una. ¿Me ha entendido?
—Perfectamente, pero… ¿usted quién es? Y… ¿porqué hablo con alguien que no está aquí, ahora? —Bromeó el portero—
—Lo dicho… ¡a nadie!
Salió a la calle y paró un taxi. Estaba bastante alterado y… quería llegar pronto al piso. Tenía que hacer algo y… cuanto antes.

lunes, 20 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo XI


Corte transversal del ElbTunnel



CAPÍTULO XI

En Sachsenhausen la situación de Ludwig Himmelfahrt estaba a un paso del desastre. Se había atrevido a llevarle la contraria al comandante del campo de Orianenburg. Hacía varios días que no había vuelto a tener noticias de Anton Kaindl. No pensaba en otra cosa que en el horrible destino que habría aguardado a su mujer e hijo y… al bebé que estaba a punto de nacer. Cerraba los ojos e imaginaba que estaban juntos, pasando las vacaciones de verano en la casa que solían alquilar a tal fin, antes de 1933. El lugar, en un diminuto pueblo de labradores y granjeros, llamado Zell, en el sur de Vorarlberg, a escasos kilómetros de la ciudad medieval de Lindau.
Súbitamente, oyó a los soldados aproximarse hacia su celda. Escuchó el ruido del cerrojo y… —Llegó la hora, pensó—. Quizás había apostado muy alto.
Un suboficial de las SS y dos soldados le conminaron a que saliera de la celda y les acompañase. Tanto los modales como el tono de voz del sargento, le sorprendieron. El trato no era el esperado.
Anton Kaindl estaba sentado en la silla giratoria de su despacho, reclinado hacia atrás y con una especie de fusta con la que daba pequeños golpes en la palma de su mano izquierda. Sobre la mesa, una carpeta marrón con un pequeño rótulo, escrito a máquina. “Greta Himmerfahrt”.

Los soldados dejaron a Ludwig en el despacho de Anton, a solas con él.
—Señor Himmelfahrt, tiene usted mucha suerte. Mi esposa está empeñada en que mis dos hijos se conviertan en buenos músicos. Por otro lado, he de reconocer que ha sido usted muy valiente.
»Tengo buenas y malas noticias. Lamento tener que comunicarle que, desgraciadamente, su esposa y el bebé que esperaba, fallecieron en el parto.
»Tras su apresamiento, Greta no llegó a ser deportada, fue trasladada a un hospital de Berlín y… hubo complicaciones durante el parto. El bebé estaba muerto y su esposa… Si le sirve de consuelo, me han informado que murió mientras estaba anestesiada. No sufrió"

Antes de que el músico pudiera articular palabra, Anton levanto la mano, con la palma hacia Ludwig y prosiguió:
"Más suerte ha habido con su hijo Jakob. Ha sido deportado a Ravensbrück, tan solo a unos kilómetros al norte de aquí. Ya he cursado instrucciones para que sea trasladado inmediatamente a este campo. En un par de días dormirá con usted. Tiene mi palabra de honor."
"Como estamos solos se lo puedo decir: Las noticias que tengo del curso de la guerra indican que esto no va a durar mucho. Los soviéticos avanzan hacia aquí sin demasiada resistencia y… por el sur y el oeste, los Aliados siguen avanzando y han roto el frente en varios puntos.
»Como podrá comprobar, he hecho cuanto estaba en mi mano para cumplir con las condiciones de su trato. Solo espero que usted cumpla con su parte y… cuando todo termine, corresponda con su testimonio ante las autoridades soviéticas, al menos para que respeten a mi familia. Yo asumiré con honor mi destino.
"Mañana, a las 9 de la mañana se le trasladará a mi casa. Se le entregará ropa limpia y una habitación solo para usted y su hijo".

Empezará con las clases intensivas a mis hijos mañana mismo. Sin discusión. ¡Guardias!
Ludwig estaba en estado de shock. Su cabeza bullía con sentimientos y sensaciones contradictorias, luchando entre sí. Su esposa había muerto. Eso era un hecho irreversible que le había herido en lo más profundo de su ser, pero… Jakob, al que casi había dado por muerto, iba a reunirse con él en unas horas. La forma de sincerarse del comandante, su comportamiento y sentido del honor habían dejado atónito a Ludwig.
Después de todo, él y su primogénito iban a sobrevivir. No pudo contener las lágrimas que acudían en tropel a sus marchitos ojos.


sábado, 18 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo X


Noche de la pesentación de Jaque Mate. 30 de enero de 2019
CAPÍTULO X


Hamburgo, septiembre de 1972
Klaus Wiese estaba sentado en la misma mesa del Café Sigfredo en el que estuvo reunido con Sabine y Lluís, semanas atrás. Sumido en sus pensamientos, esperaba la llegada de Helmut Vogel. La investigación acerca del asesinato de Steinberg estaba a punto de cerrarse y aún no tenía nada concreto que pudiese probar la conspiración. Sabine le había llamado para pedirle paciencia y para que se entrevistase secretamente con su padre. Tenía que ponerle al corriente de los acontecimientos, mientras, ella, acompañada en todo momento por su novio, habría iniciado el regreso desde Austria. Llegarían a Hamburgo en cualquier momento.
Helmut informó al comisario del giro de los 10.000 marcos que había enviado esa misma mañana a un lugar llamado Ötz, en Austria.
Durante el transcurso de su conversación con Klaus Wiese, la preocupación y alarma de Helmut iban en aumento.
—¿Hay algo que pueda hacer mientras tanto? ¿Hablo con alguien del Gobierno? Tengo contactos a muy alto nivel.
—De ninguna manera. Sin tener la documentación totalmente descifrada y sin que tengamos la seguridad de que su hija Sabine y el español, estén a salvo. Sería muy peligroso. No sabemos de quien nos podemos fiar, tampoco entre la gente del Gobierno.
»¿Conoce usted a Inga, la amiga de su hija? Lleva desaparecida desde hace más de 24 horas. Ha faltado al trabajo, no responde al teléfono ni tampoco ha ido a ver a sus padres durante todo este tiempo. Hemos inspeccionado su apartamento y, no se han encontrado señales de que se haya ido de viaje. Sus maletas y toda su ropa permanecen en el piso. La han debido relacionar con su hija y… Temo, Sr. Vogel, que haya sido secuestrada o… algo peor."
»Hemos incorporado a muchos agentes a trabajar en esto, pero… desgraciadamente, si el trabajo lo han llevado a cabo los mismos que “limpiaron” el piso de Steinberg y la caja fuerte del periódico, no le auguro un largo futuro a esa pobre chica.
Ahora solo podían esperar a que Lluís y Sabine regresaran de Austria con la documentación descifrada. Convinieron en que sería más seguro que fuera Helmut el que, cada día llamase a Klaus. Él le iría dando novedades.
Helmut pidió la cuenta y salieron del Café en dirección al centro de la ciudad.
Mientras, en la autopista...
El motor del Audi rugía mientras devoraba kilómetro tras kilómetro. Había transcurrido más de una hora sin ver el Volvo oscuro de los sicarios. Inspeccionando el mapa de carreteras, Lluís comprobó que habían recorrido más de 160 km. La A73 había dado paso a la A71, que giraba al este, al paso fronterizo con la RDA. Había que salir de la autopista. Indicó a Sabine que tomase la siguiente salida. Irían por carreteras secundarias para mayor seguridad. Eran casi las 22:00 h

Los hombres de Otto Gruber, corrían atropelladamente por el aparcamiento del área de servicio. Heinz maldecía y blasfemaba sin parar. Ordenó a Maciej que le entregase las llaves y salieron a la autopista a toda prisa.
A los pocos minutos, ya tenían a la vista el Audi verde que pilotaba Sabine. El Volvo, aunque algo más viejo, estaba equipado con un motor más potente. Aunque eso se compensaba por su mayor peso. Se habían acercado mucho, pero… Esa circunstancia y que Sabine no solo no aflojaba, sino que puso el Audi a prueba exigiéndole todo cuanto podía dar, dificultó a Heinz que pudiera alcanzarles. La persecución parecía que se iba a eternizar, pero… 20 minutos después, Heinz estalló vomitando una retahíla de blasfemias, maldiciones e insultos, dirigidos principalmente al tarado de Maciej. El indicador de combustible se había iluminado y parpadeaba insistentemente. En lugar de seguir las instrucciones de Heinz y llenar el depósito, antes de entrar a cenar, Maciej se entretuvo en una de las tiendas del área de servicio, ojeando revistas porno y comprando cigarrillos. —Ya llenaré luego, debió pensar—
—Heinz: Jodido bastardo, hay que parar a repostar ya. Maldito polaco de mierda. Estás muerto.
Observó los indicadores de información de la autopista y… —De nuevo la eficiencia germánica— vio un poste que indicaba: Nächste Tankstelle: 44 km. (Próxima estación de servicio: a 44 km.)
Heinz bramaba. »Lo que te he dicho. Estás muerto. No llegamos y tendremos que salir de la autopista. Para cuando volvamos ya no habrá remedio. Llamaré a Otto y… te haré responsable. —Dijo, mirando a Maciej—. Otto decidirá qué hacer… también contigo.
El rostro de Otto Gruber mostraba claramente su creciente ira, según escuchaba, al otro lado de la línea telefónica, la voz titubeante de Heinz, explicándole cómo habían perdido la pista de la poseedora de la información que podía hacer caer, como un castillo de naipes, todo el entramado que, secretamente llevaban años preparando para recuperar el poder, que ellos consideraban suyo.
—Encárgate de ese maldito polaco. No quiero verle más por aquí.
»Regresad directamente aquí. Tengo una idea y… un trabajo especial para ti.
El regreso a Hamburgo de Lluís y Sabine, estaba siendo muy lento. Lo de las carreteras secundarias no parecía haber sido una buena idea.
Eran casi las once y apenas si habían avanzado 40 km, desde que abandonaron la autopista. Pararon a descansar en un lugar llamado Steinbach-Sallenberg, cerca del parque forestal de Turingia.
Antes de acostarse, ya habían decidido volver a tomar la autopista. Fue una decisión acertada. Poco podían imaginar lo que les esperaba a su llegada a Hamburgo…

Heinz, que seguía de muy mal humor, acatando las instrucciones del Jefe de Seguridad, consultó el plano y, en la siguiente encrucijada, cambiaría el rumbo hacia el oeste. En Bonn les esperaba un trabajo que no podía retrasarse mucho. Pero… hablando de trabajo… Antes de reincorporarse a la autopista que habían tenido que abandonar para no quedarse tirados en el arcén, Heinz, echando la culpa a la cerveza trasegada, salió de la vía secundaria y se metió por un estrecho camino forestal. Apagó las luces, detuvo el coche y… los tres hombres, como no podía ser de otro modo, iniciaron el ritual de orinar al mismo tiempo. Maciej no podía imaginar que se trataba de su última meada. Heinz, dio un paso atrás y, sin mediar palabra, sacó una pistola con silenciador y disparó a quemarropa en la nuca al tarado de Maciej. Para cuando encontrasen el cadáver ya estarían lejos. Armin ni se inmutó. Intuía que eso iba a pasar, tarde o temprano.

viernes, 17 de abril de 2020


29 de enero de 2019


CAPÍTULO IX

Campo de Sachsenhausen, 4 de enero de 1945. El campo de exterminio más cercano a Berlín, en Orianenburg, al norte de la capital de Alemania
Ludwig Himmelfahrt bajó de la caja del camión que le había traído, junto a otra treintena de infortunados, desde el cuartel de la Gestapo donde había estado retenido desde el día del bombardeo de su zulo por los Aliados.
A pesar de las circunstancias, Ludwig, que había oído cosas terribles del campo, se consideró un hombre con suerte. Sachsenhausen era uno de los campos más pequeños y tranquilos del régimen nazi. Abierto al principio de la llegada al poder del nazismo, fue utilizado inicialmente para recluir a disidentes anti-nazis, y sólo desde hacía unos meses, les estaban enviando pequeños contingentes de judíos. Ludwig dio gracias a Dios y atisbó un hálito de esperanza.
El mismo día de su llegada, fue llamado a la oficina del comandante del campo, Anton Kaindl, un hombre de refinada cultura y muy inteligente, había sido informado de la presencia del famoso músico y pianista berlinés en su campo.
Anton tenía dos hijos de 13 y 16 años, ambos habían iniciado los estudios de música a muy temprana edad, pero… hacía ya casi dos años que no recibían ninguna clase.
80
—Anton: Sr. Himmelfahrt, voy a ser muy claro con usted, —poniendo sobre la mesa una carpeta con el rotulo Juden. Familie Himmelfahrt—. No me gustan los judíos y menos aún si se casan con mujeres arias. Ustedes lo contaminan todo.
»No obstante, sé que al paso que van las cosas, la guerra acabará pronto y… hemos de pensar en el futuro.
»Va a dar clases de música y piano a mis dos hijos. »Serán intensivas. Quiero que aprovechen cada minuto que pasen con usted.
»Haga que amen la música. A cambio, vivirá.
»Una sola sospecha de falta de interés por su parte y… no creo que haga falta que le diga qué ocurrirá.
—Ludwig: No, de ninguna manera —se atrevió a decirle al comandante, envidando un órdago—. No haré nada a menos que… haga usted que traigan aquí a mi esposa, Greta, que está a punto de dar a luz, y a mi hijo Jakob. Estoy seguro que a usted no le será difícil saber donde están.
La inesperada respuesta, había descolocado al militar, acostumbrado, desde hacía años a que NADIE se atreviese a replicarle.
—¿Cómo? ¿Tanta prisa tiene por morir? Hará todo lo que le pida. ¿Entiende que no tiene alternativa?
—Claro que la tengo (dijo, manteniéndose firme). Si no tengo familia no tengo vida. Le obligaré a que me mate.
Tras una pausa que pareció durar una eternidad, el comandante llamó a los soldados que estaban apostados a la puerta del despacho y ordenó. —¡Llévenselo! Mañana decidiré cómo va a morir