jueves, 13 de julio de 2017

Manises 195X. Santes Justa i Rufina

Desde la "Clavaría de les Santes" (Justa y Rufina), el Sr. Esteve, hijo de mi amigo de la infancia de idéntico nombre, me sugiere escriba algo para que se publique en el "Programa de Festes"..
Vaya por delante mi agradecimiento a quienes han decidido depositar en un servidor su confianza para este cometido.
Como se trata de mi primera colaboración en un programa de fiestas, de las Fiestas, en mayúsculas. Esas que la mayoría de nosotros tenemos grabadas en nuestros más profundos recuerdos, desde la infancia. "Les festes de les Santes", trataré de plasmar aquí experiencias y vivencias, muchas de ellas personales y que nos recordarán cómo era...
EL MANISES DE LOS CINCUENTA
Temps era temps quan encara les bruixes campaven dalt el campanar” (Lluis Llach, 1976)










En la foto. (1954) El meu pare, Rafael Asunción, el meu germà Pepe, fent el tonto amb el meló d'Alger i un servidor. El lloc: Qualsevol indret al secà de La Presa, un diumenge qualsevol.
La mía era una de las numerosas familias ídem, que, junto a las de los hermanos de mi padre, podíamos reunir, frente a la comida, mejor dicho comidas de “Els díes de Nadal”, (recuerden que celebraban 3), gente suficiente para iniciar una manifestación. Para los más pequeños, esas reuniones familiares, eran quizás las más esperadas del año, especialmente para los que (como yo mismo) teníamos un padrino rico. “Lluis, El Curt”, que me hizo poseedor, a mis 7 u 8 años, de mi primer billete de 500 pesetas. Billete que pasó ante mí fugazmente para ir al bolsillo de mi madre, que no será que no tenía, la pobre, agujeros que tapar. Era el día de ¡Les Estrenes!. Tras la ilusión de esos días y de “acumular” una pequeña fortuna con la suma de esas estrenes, poníamos nuestro objetivo en el siguiente acontecimiento: La Nit de Reis. La cabalgata, los juguetes que los traían los Reyes Magos… Siendo aún muy niño, demasiado pronto, creo, empecé a sospechar que aquello no era trigo limpio. Especialmente cuando un año descubrí que, uno de mis juguetes y otro de mi hermana Matilde, 5 años menor que yo, se parecían sospechosamente a los que nos habían traído en ejercicios anteriores. Claro, mi “tio-abuelo” Nassio, el Fuster, al que muchos de ustedes recordarán, era nuestro juguetero familiar. Lo mismo creaba una casa de muñecas (juro que una de esas casas que él construyó se halla en una casa quasi museo de Pedralba), que me hacía un arsenal de armas de madera. Un año, fabricó para un servidor, una matraca monstruosa, calculo que de unos 80 cm, y en forma de cruz. Hecha de madera de haya y concebida para mayor tormento de quienes la tuvieran que escuchar. Teníamos los niños la costumbre, la tarde de Nochebuena, de “visitar” comercios y algún que otro domicilio, a fin de solicitar, “amablemente” y armados de cualquier cosa que hiciese mucho (y molestísimo ruido), el aguinaldo. Consistente principalmente en chucherías y productos propios de la temporada: castañas, avellanas, polvorones, nueces y… ocasionalmente alguna moneda. Ese año, 55 o 56, ante el uso de mi exagerada matraca, o tan solo la “amenaza” de usarla, nuestros “clientes” aflojaban de inmediato el aguinaldo, tan amablemente solicitado. Lo de cantar villancicos, estaba reservado para unos pocos privilegiados. Lo más efectivo era montar una buena bulla, a fin de recoger la “recaudación” y partir hacia el siguiente comercio. Mi infancia no hubiera sido como fue, sin este “tío-abuelo” de adopción (estaba casado con una prima hermana de mi abuela materna Roseta) que tuve la suerte de tener. En otra ocasión, si se me permite, le dedicaré al “Tio Nassio” un capítulo aparte.
Llegaba la Nit de Reis y… pasaba la cabalgata por la puerta de casa, al Carrer Nou, 56 (Aunque las autoridades locales le cambiaron el nombre por Calle del Caudillo, no recuerdo a nadie que nombrase la calle de otro modo que Carrer Nou o Carrer Major) lugar de mi nacimiento y donde mis padres regentaron una Churrería.
Las calles (esta tampoco) estaban sin asfaltar y… en los días lluviosos, se ponían intransitables, incluso en ocasiones, si la ahora llamada “gota fría” nos pillaba en la doble sesión continua del Germanies, quedábamos aislados dentro del cine. Resultaba casi imposible cruzar la calle para volver a casa. El que no hubiese asfalto en la mayoría de calles, nos permitía a los niños excavar los necesarios hoyos para jugar “al guà” (canícas). No solo no había asfalto en las calles, esas calles eran como una extensión de nuestras casas, echábamos el día en ellas, jugando y… también haciendo trastadas. Recordemos que no había tele. Eso sí, un par de días (o más) a la semana, teníamos cita en el Germanies. Dos pesetas, dos películas (puedo asegurar que, una vez dentro, hubo ocasiones en que visioné las dos películas, dos veces seguidas¡). Un día, con 6 o 7 años, me quedé dormido viendo, Quo Vadis, ¡por segunda vez esa misma tarde!. Tuvieron que avisar a mi familia para que me recogiesen.


























Foto: (1965). Plaça de l'Església en Festes. La banda de cornetes i tambors, de la que un servidor era membre, preparada per a iniciar la seua “actuació” a una cercavila o processó.
Mi abuelo materno, Sandalio Martínez Andreu, que era todo un personaje y que, como el "tio Nassio", merecería un capítulo aparte, me aficionó, desde muy niño a ir al cine. Tenía un amigo de nombre Leoncio y que resultó ser el maquinista o encargado de la proyección de las películas que visionamos en ese (casi único) lugar de esparcimiento donde podíamos dejar volar nuestra joven imaginación, conviertiéndonos durante un tiempo en el protagonista de la historia que nos mostraba la pantalla. Espadachines, romanos (buenos), vaqueros, soldados (americanos buenos, eso sí) y... alemanes y japoneses malos (eso también). Fue durante la visión de alguno de esos filmes cuando me enamoré perdidamente de Nathalie Wood (Esplendor en la hierba), donde me sentí realmente protegido (como niño que era) por Alan Ladd (Raíces Profundas, 1953) y un sinfín de películas que se grabaron en nuestra memoria (colectiva e individual) durante esos años de la infancia en los que cual ladrillos a una casa, esas historias construían día a día, cómo iba a ser nuestra personalidad, nuestra manera de contemplar (y enfrentarse) la vida.
Volviendo a la relación (la cual pensé que tenía olvidada) entre Leoncio, el maquinista-proyeccionista del Germaníes, mi abuelo Sandalio y el que esto suscribe, relataré un episodio que, en relación a esto, me ocurrió hace unos 20 años durante el visionado de la película Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, 1988. A pesar de que la mayoría de mis potenciales lectores la habréis visto, me permito contaros el argumento de el magníficamente contado relato que se narra en Cinema Paradiso, y el porqué del efecto que este (autobiográfico, de Tornattore) film causó en mi memoria.

























Foto: De uno de los carteles que anunciaban la película Cinema Paradiso
Argumento: Salvatore Di Vita, director de cine de éxito, se entera que su viejo amigo y mentor ha muerto. Vuelve a su pueblo natal para asistir al funeral de su amigo Alfredo, quien fue el proyeccionista del cine que había en su pueblo durante su infancia en Sicilia. Pronto, los recuerdos de su primer amor, sus juegos de niño y travesuras y todos los capítulos que marcaron su feliz infancia vuelven a su mente, reencontrando a Salvatore con la vida que abandonó 30 años atrás. Es así como se relata y presenta al pequeño "Totó" (Salvatore), quien era inseparable de Alfredo y sólo quería vivir de las películas, un sueño que hace realidad.
Estaba sentado junto a Vallivana, mi hija, que tenía unos 11 o 12 años y mi esposa Amparo y... tal fue mi identificación con el niño (el propio Tornattore) protagonista de la película, que, tras la tragedia ocurrida en el edificio que albergaba el Cinema Paradiso y la trágica muerte de su amigo (maquinista), mi nudo en la garganta se "desnudó" y... una serie de incontrolables sollozos sorprendieron a mi hija, de tal modo que ella también empezó a llorar, no entendiendo (hasta que pude sobreponerme y explicarme) qué me ocurría y... suplicándome que dejase de llorar o... ella también seguiría llorando. Durante muchos momentos del minutaje de la película, YO "era" (había sido), el Tornattore niño de la historia que contaba parte de su infancia.
Mes tras mes íbamos quemando etapas y poniendo la mira en el siguiente acontecimiento que nos sacaba de la rutina de nuestra vida diaria. Colegio, juegos, “exploraciones” por las afueras de Manises, etc.
Pronto llegaría la Semana Santa, con sus procesiones (a las que me incorporé, tocando la trompeta, a principio de los 60) y… la ansiada Pascua, con sus meriendas (con “mona” incluida) en el campo. (He omitido comentar las fallas porque, desaparecieron de Manises en el 53 o 54). Lo próximo Grande en llegar eran las fiestas “patronales” (El entrecomillado es mío, y lo es porque, el patrón oficial de Manises, creo que sigue siendo Sant Joan El Baptiste). Ahí si echábamos el resto: Proclamación de la Reina de la Cerámica, “despertaes, castells, processons, concerts (molt pocs), cordà, cavalcada de la Ceràmica”. Verbenas a la terrazaEls Filtres”. Era una semana (o más) de actividad festiva sin fin. Nosotros, los niños, estábamos de vacaciones y… todo el día en la calle. La “traca final” era el castillo del 19 por la noche. Una vez sonaba la segunda carcasa que cerraba el castillo, era el fin. Los que tenían la suerte de poseer, ellos o sus más cercanos familiares, alguna “caseta” en La Presa o en “El Racó, emigraban hasta el final del verano, y los que no, tratábamos que nos invitaran o íbamos al río, que era la mayor parte de las veces. Ir a la playa, sin tener vehículo era casi una excursión que duraba todo el día. Tranvía 22 a Mislata, transbordo al tranvía 7 a las Torres de Quart, allí segundo transbordo al tranvía 1 o 2, a la Malva-rosa o a Natzaret. Tota, ida y vuelta- 4 horas de nada.
Para cuando terminaba el ferragosto y ya se intuía el inicio de las clases, nuestro punto de mira ya se dirigía de nuevo a lo que relataba al principio de este mi modesto y un tanto nostálgico testimonio de una infancia que tuvo lugar hace ya muchos años, más de 60. La Navidad en Manises
Espero que esta mi primera incursión en el Programa de Festes, que ahora mismo sostenéis entre vuestras manos os haya gustado o incluso, en algunos pasajes, os haya emocionado un poco, como lo ha hecho conmigo cuando lo escribía.
Vaya para vosotros, los que formáis, año tras año esa “Clavaría”, mi más sincero reconocimiento por vuestra incesante labor en pro de la difusión de nuestra cerámica tradicional, esa cerámica en la que todos los de mi edad, estuvimos, en mayor o menor medida, involucrados desde muy niños. Gràcies i que passeu unes felices i divertides Festes de les Santes Justa i Rufina


Lluis Asunción