Manises 195X. Santes Justa i Rufina
Desde
la "Clavaría de les Santes" (Justa y Rufina), el
Sr. Esteve, hijo de mi amigo de la infancia de idéntico nombre, me
sugiere escriba algo para que se publique en el "Programa de
Festes"..
Vaya
por delante mi agradecimiento a quienes han decidido depositar en un
servidor su confianza para este cometido.
Como
se trata de mi primera colaboración en un programa de fiestas, de
las Fiestas,
en mayúsculas. Esas que la mayoría de nosotros tenemos grabadas en
nuestros más profundos recuerdos, desde la infancia. "Les
festes de les Santes", trataré
de plasmar aquí experiencias y vivencias, muchas de ellas personales
y que nos recordarán cómo era...
EL
MANISES
DE
LOS CINCUENTA
“Temps
era temps quan encara les bruixes campaven dalt el campanar” (Lluis
Llach, 1976)
En
la foto. (1954) El meu pare, Rafael Asunción, el meu germà Pepe,
fent el tonto
amb el meló d'Alger i un servidor. El lloc: Qualsevol indret al secà
de La
Presa, un
diumenge qualsevol.
La
mía era una de las numerosas familias ídem, que, junto a las de los
hermanos de mi padre, podíamos reunir, frente a la comida, mejor
dicho comidas de “Els
díes de
Nadal”, (recuerden
que celebraban
3),
gente suficiente para iniciar una manifestación. Para los más
pequeños, esas reuniones familiares, eran quizás las más esperadas
del año, especialmente para los que (como yo mismo) teníamos un
padrino rico.
“Lluis, El Curt”, que me hizo poseedor, a mis 7 u 8 años, de mi
primer billete de 500 pesetas. Billete que pasó ante mí fugazmente
para ir al bolsillo de mi madre, que no será que no tenía, la
pobre, agujeros que tapar. Era el día de ¡Les
Estrenes!.
Tras la ilusión de esos días y de “acumular” una pequeña
fortuna con la suma de esas estrenes,
poníamos nuestro objetivo en el siguiente acontecimiento: La
Nit de Reis.
La cabalgata, los juguetes que los traían los Reyes Magos… Siendo
aún muy niño, demasiado pronto, creo, empecé a sospechar que
aquello no era trigo limpio. Especialmente cuando un año descubrí
que, uno de mis juguetes y otro de mi hermana Matilde, 5 años menor
que yo, se parecían sospechosamente a los que nos habían traído en
ejercicios anteriores. Claro, mi “tio-abuelo” Nassio, el
Fuster,
al que muchos de ustedes recordarán, era nuestro juguetero familiar.
Lo mismo creaba una casa de muñecas (juro que una de esas casas que
él construyó se halla en una casa quasi
museo
de Pedralba), que me hacía un arsenal de armas de madera. Un año,
fabricó para un servidor, una matraca monstruosa, calculo que de
unos 80 cm, y
en forma de cruz. Hecha de madera de haya y concebida para mayor
tormento de quienes la tuvieran que escuchar. Teníamos los niños la
costumbre, la tarde de Nochebuena, de “visitar” comercios y algún
que otro domicilio, a fin de solicitar, “amablemente” y armados
de cualquier cosa que hiciese mucho (y molestísimo ruido), el
aguinaldo. Consistente principalmente en chucherías y productos
propios de la temporada: castañas, avellanas, polvorones, nueces y…
ocasionalmente alguna moneda. Ese año, 55 o 56, ante el uso de mi
exagerada matraca, o tan solo la “amenaza” de usarla, nuestros
“clientes” aflojaban de inmediato el aguinaldo, tan amablemente
solicitado. Lo de cantar villancicos, estaba reservado para unos
pocos privilegiados. Lo más efectivo era montar una buena bulla, a
fin de recoger la “recaudación” y partir hacia el siguiente
comercio. Mi infancia no hubiera sido como fue, sin este
“tío-abuelo” de adopción (estaba casado con una prima hermana
de mi abuela materna
Roseta) que tuve la suerte de tener. En otra ocasión, si se me
permite, le dedicaré al “Tio Nassio” un capítulo aparte.
Llegaba
la Nit
de Reis
y… pasaba la cabalgata por la puerta de casa, al Carrer Nou, 56
(Aunque
las autoridades locales le cambiaron el nombre por Calle del
Caudillo, no recuerdo a nadie que nombrase la calle de otro modo que
Carrer
Nou
o Carrer
Major)
lugar de
mi nacimiento y donde
mis padres regentaron
una Churrería.
Las
calles (esta tampoco) estaban sin asfaltar y… en los días
lluviosos, se ponían intransitables, incluso en ocasiones, si la
ahora llamada “gota fría” nos pillaba en la doble sesión
continua del Germanies,
quedábamos aislados dentro del cine. Resultaba casi imposible cruzar
la calle para volver a casa. El que no hubiese asfalto en la mayoría
de calles, nos permitía a los niños excavar los necesarios hoyos
para jugar “al guà” (canícas). No solo no había asfalto en
las calles, esas
calles
eran como una extensión de nuestras casas, echábamos el día en
ellas,
jugando y… también haciendo trastadas. Recordemos que no había
tele. Eso sí, un par de días (o más) a la semana, teníamos cita
en el Germanies. Dos pesetas, dos películas (puedo asegurar que, una
vez dentro, hubo ocasiones en que visioné las dos películas, dos
veces seguidas¡). Un día, con 6 o 7 años, me quedé dormido
viendo, Quo Vadis, ¡por
segunda vez esa misma tarde!. Tuvieron que
avisar a mi familia para que me recogiesen.
Foto:
(1965). Plaça de l'Església en Festes. La banda de cornetes i
tambors, de la que un servidor era membre, preparada per a iniciar la
seua “actuació” a una cercavila o processó.
Mi
abuelo materno, Sandalio Martínez Andreu, que era todo un personaje
y que, como el "tio Nassio", merecería un capítulo
aparte, me aficionó, desde muy niño a ir al cine. Tenía un amigo
de nombre Leoncio y que resultó ser el maquinista
o encargado de la proyección de las películas que visionamos en ese
(casi único) lugar de esparcimiento donde podíamos dejar volar
nuestra joven imaginación, conviertiéndonos
durante un tiempo en el protagonista de la historia que nos mostraba
la pantalla. Espadachines, romanos (buenos), vaqueros, soldados
(americanos buenos, eso sí) y... alemanes y japoneses malos (eso
también). Fue durante la visión de alguno de esos filmes cuando me
enamoré perdidamente de Nathalie Wood (Esplendor en la hierba),
donde me sentí realmente protegido (como niño que era) por Alan
Ladd (Raíces Profundas, 1953) y un sinfín de películas que se
grabaron en nuestra memoria (colectiva e individual) durante esos
años de la infancia en los que cual ladrillos a una casa, esas
historias construían día a día, cómo iba a ser nuestra
personalidad, nuestra manera de contemplar (y enfrentarse) la vida.
Volviendo
a la relación (la cual pensé que tenía olvidada) entre Leoncio, el
maquinista-proyeccionista
del Germaníes,
mi abuelo Sandalio y el que esto suscribe, relataré un episodio que,
en relación a esto, me ocurrió hace unos 20 años durante el
visionado de la película Cinema
Paradiso,
de Giuseppe Tornatore, 1988. A pesar de que la mayoría de mis
potenciales lectores la habréis visto, me permito contaros el
argumento de el magníficamente
contado relato que se narra en Cinema Paradiso, y el porqué del
efecto que este (autobiográfico, de Tornattore) film causó en mi
memoria.
Foto:
De uno de los carteles que anunciaban la película Cinema Paradiso
Argumento:
Salvatore Di Vita, director de cine de éxito, se entera que su viejo
amigo y mentor ha muerto. Vuelve a su pueblo natal para asistir al
funeral de su amigo Alfredo, quien fue el proyeccionista del cine que
había en su pueblo durante su infancia en Sicilia. Pronto, los
recuerdos de su primer amor, sus juegos de niño y travesuras y todos
los capítulos que marcaron su feliz infancia vuelven a su mente,
reencontrando a Salvatore con la vida que abandonó 30 años atrás.
Es así como se relata y presenta al pequeño "Totó"
(Salvatore), quien era inseparable de Alfredo y sólo quería vivir
de las películas, un sueño que hace realidad.
Estaba
sentado junto a Vallivana, mi hija, que tenía unos 11 o 12 años y
mi esposa Amparo y... tal fue
mi identificación con el niño (el propio Tornattore) protagonista
de la película, que, tras la tragedia ocurrida en el edificio que
albergaba el Cinema Paradiso y la trágica muerte de su amigo
(maquinista), mi nudo en la garganta se "desnudó" y... una
serie de incontrolables sollozos sorprendieron a mi hija, de tal modo
que ella también empezó a llorar, no entendiendo (hasta que pude
sobreponerme y explicarme) qué me ocurría y... suplicándome que
dejase
de llorar o... ella también seguiría llorando. Durante muchos
momentos del minutaje de la película, YO "era" (había
sido), el Tornattore niño de la historia que contaba parte de su
infancia.
Mes
tras mes íbamos quemando etapas y poniendo la mira en el siguiente
acontecimiento que nos sacaba de la rutina de nuestra vida diaria.
Colegio, juegos, “exploraciones” por las afueras de Manises, etc.
Pronto
llegaría la Semana Santa, con sus procesiones (a las que me
incorporé, tocando la trompeta, a principio de los 60) y… la
ansiada Pascua, con sus meriendas (con “mona” incluida) en el
campo. (He omitido comentar las fallas porque, desaparecieron de
Manises en el 53 o 54). Lo próximo Grande
en
llegar eran las fiestas “patronales” (El entrecomillado es mío,
y lo es porque, el patrón oficial de Manises, creo que sigue siendo
Sant Joan El
Baptiste).
Ahí si echábamos el resto: Proclamación de la Reina de la
Cerámica, “despertaes, castells, processons, concerts (molt pocs),
cordà,
cavalcada de la Ceràmica”. Verbenas
a la terraza
“Els
Filtres”. Era una semana (o más) de actividad festiva sin fin.
Nosotros,
los niños, estábamos de vacaciones y… todo el día en la calle.
La “traca final” era el castillo del 19 por la noche. Una vez
sonaba la segunda carcasa que
cerraba el castillo, era el fin. Los que tenían la suerte de poseer,
ellos o sus más cercanos familiares, alguna “caseta” en La Presa
o en “El Racó, emigraban hasta el final del verano, y los que no,
tratábamos que nos invitaran o íbamos al río, que era la mayor
parte de las veces. Ir a la playa, sin tener vehículo era casi una
excursión que duraba todo el día. Tranvía 22
a Mislata, transbordo al tranvía 7 a las Torres de Quart, allí
segundo transbordo al tranvía 1 o 2, a la Malva-rosa o a Natzaret.
Tota, ida y vuelta- 4 horas de nada.
Para
cuando terminaba el
ferragosto y
ya se intuía el inicio de las clases, nuestro punto de mira ya se
dirigía de nuevo a lo que relataba al principio de este mi modesto y
un tanto nostálgico testimonio de una infancia que tuvo lugar hace
ya muchos años, más de 60. La
Navidad en Manises
Espero
que esta mi primera incursión en el Programa
de Festes,
que ahora mismo sostenéis entre vuestras manos os haya gustado o
incluso, en algunos pasajes, os haya emocionado un poco, como lo ha
hecho conmigo cuando lo escribía.
Vaya
para vosotros, los que formáis, año tras año esa “Clavaría”,
mi más sincero reconocimiento por vuestra incesante labor en pro de
la difusión de nuestra cerámica tradicional, esa cerámica en la
que todos los de mi edad, estuvimos, en mayor o menor medida,
involucrados desde muy niños. Gràcies
i
que passeu
unes
felices i
divertides
Festes
de les Santes Justa i Rufina
Lluis Asunción
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