martes, 28 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo XVIII

Vista de Wenns, lugar de residencia de Frederik i Gisela Küpfer

CAPÍTULO XVIII

Hamburgo, madrugada del 15-16 de julio de 1972
Steinberg se apeó del taxi y se introdujo inmediatamente en su piso. Fue directamente al salón-comedor, abrió la caja fuerte disimulada tras un anodino óleo. Extrajo una carpeta azul, de esas que llevan una goma que facilita su cierre. En el exterior de la misma, había un dibujo alegórico al caballo de Troya. Sacó el sobre que contenía una copia de los microfilmes. Escribió en el sobre las palabras “Quittungs und Rechnungen” (Recibos y Facturas) e introdujo un puñado de esos documentos de pago. Metió la mano de nuevo en la caja fuerte, cogió una carpeta amarilla que contenía las escrituras de propiedad del piso y del apartamento de la playa y metió el sobre entre los títulos de propiedad. Cogió otro sobre similar, metió varios microfilmes de otros asuntos, de los que tenía guardados en su despacho y lo introdujo entre los papeles de la carpeta del caballo de Troya. A continuación, sacó todo lo que había en la caja fuerte, tomó un clip de la mesa, lo desdobló y lo introdujo en un diminuto orificio, apenas visible, que había en el rincón inferior izquierdo del fondo de la caja fuerte. Se oyó un “clic” que liberó el mecanismo de apertura de una puerta que ocultaba un compartimento, algo más pequeño que el anterior, en cuyo interior Hans guardaba sus más valiosas posesiones, junto con una buena suma de dinero y un par de cajas con joyas. Levantó los joyeros, depositó la carpeta amarilla y puso las cajas encima de la carpeta. Cerró la portezuela la presionó y con un chasquido quedó bloqueada. Repuso el dinero de señuelo y otros papeles intrascendentes, junto con un joyero con réplicas, la carpeta azul con el dibujo del caballo y cerró la caja, reponiendo el óleo en su lugar.
A la mañana siguiente, cuando entró en su despacho, pidió a su secretaria personal que entrase en su despacho y que cerrase la puerta.
Michaela Schroeder, que llevaba seis años trabajando para la editorial Hecatónquiros y los últimos tres como secretaria particular de Steinberg, notó inmediatamente el grave semblante de preocupación de su jefe. Hans Steinberg había depositado en ella desde el principio toda su confianza, manteniendo una relación profesional impecable.
—Señorita Schroeder…
—Michaela. —corrigió ella por enésima vez desde que se conocieron—.
—Michaela, necesito que hagas algo por mí. Y no puedes hablar de ello absolutamente con nadie.
—Hans, sea lo que sea, sabes que puedes contar conmigo y con mi total discreción. Insisto, lo que sea. —enfatizó, la mujer—
Le entregó un sobre cerrado, al tiempo que le decía:
—En el caso de que me sucediese algo, lo que sea, debes entregar este sobre a Sabine Vogel. Ahora está en España, pero volverá en unos días.
»Has de hacerlo única y exclusivamente a ella y en mano, nada de mensajeros, ni correo. En mano y solo a ella, a nadie más, -recalcó Hans-
»Búscala, esté donde esté y entrégaselo. Ella sabrá qué hacer.

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