domingo, 26 de abril de 2020


Casa de los Küpfer, Wenns, Tirol

CAPÍTULO XVI

Campo de exterminio de Sachsenhausen, enero de 1945

Ludwig Himmelfahrt no pudo conciliar el sueño aquella noche. Por un lado, su alma había dejado de atormentarse por el destino de Greta. Ahora sabía que había muerto en paz. No sufriría las vejaciones y malos tratos que se les daba a las mujeres en los campos de deportados, especialmente a las alemanas arias que habían tenido la osadía de unirse en matrimonio a un sucio judío. Esas mujeres recibían un tratamiento especial antes de ser ejecutadas.
Después de la sorprendente entrevista mantenida con el comandante Kaindl, Ludwig solo tenía un propósito. Sobrevivir a la pesadilla que llevaba años sufriendo a manos de los fanáticos nazis, desde la tarde de mayo de 1935, en que se le comunicó su fulminante cese como solista titular de la Berliner Philharmoniker. Desde entonces todo había ido empeorando. Tras el trabajo, había perdido su privilegiado estatus, del que disfrutaba en el mundo de la música de casi toda Europa, sus ingresos se habían reducido a la nada, excepto por lo obtenido con las clases particulares que aún podía impartir a domicilio. La noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, tras la infame Kristalnacht, considerada como el inicio oficial de la persecución de los judíos, en Alemania y Austria (entonces ya anexionada a la Gran Alemania), había tenido que ocultarse de modo permanente para salvar su vida y la de su familia.
A la mañana siguiente iba a recuperar a su hijo Jakob, al que ya casi había dado por muerto. Había tomado la determinación de hacer cuanto fuese necesario para mantener a Jakob y a sí mismo con vida hasta el fin de la guerra.
Desde la mañana de la llegada de Jakob y gracias a las instrucciones impartidas por Kaindl, la vida para ambos fue mucho más fácil. Las lecciones de solfeo y piano, eran compartidas por Jakob y los dos hijos del comandante. Todo parecía tranquilo, pero… el 21 de abril de 1945, por la mañana, llegó a Sachsenhausen un convoy de vehículos blindados ligeros, restos de la prestigiosa y maltrecha X División Panzer SS Frundsberg. Tras fallar en su intento por detener el avance de los Aliados, una vez disipado el fugaz éxito de la ofensiva de las Ardenas, el comandante de la unidad, el SS-Gruppenführer Heinz Harmel, había recibido una orden, procedente directamente del Cuartel General del Führer, de acudir a romper el cerco del Ejército Rojo a Dresden. Hermel, convencido de que el cumplimento de estas órdenes equivale a un auténtico suicidio, toma la decisión de ignorar una orden directa del Führer y unirse a los últimos restos de la Wehrmacht, reagrupados en Berlín, en un último esfuerzo para reforzar la defensa de la capital del Reich
Heinz Harmel, de 53 años y procedente de una dinastía de militares, tenía un sentido del honor, solo superado por su visceral antisemitismo. Odiaba a los judíos desde que tenía uso de razón. Y… consideraba un traidor a todo aquel que mostrase cualquier empatía hacia ese colectivo al que hacía responsable de todos los males de la Gran Alemania.
En cuanto puso pie en las instalaciones de Sachsenhausen, se presentó en los aposentos del comandante del campo, Anton Kaindl. Inmediatamente, Harmel constató que Anton no solo
había ralentizado o casi paralizado las ejecuciones de judíos, sino que incluso había confraternizado con dos de ellos. ¡Era un maldito traidor y derrotista!
Mandó detener a Kaindl y a toda su familia. Le cesó fulminantemente y le “prometió” un Consejo de Guerra por traición y por confraternizar con el enemigo. Solo habían transcurrido dos horas desde la llegada del contingente armado.*
Harmel se autoproclamó jefe supremo de Sachsenhausen. Confiscaría todas las provisiones, armamento y municiones que pudiera haber en el campo. Mandaría ejecutar a todos los internos e incendiaría las instalaciones para eliminar pruebas de lo que allí se había perpetrado.
Ludwig y Jakob, así como los hijos y la mujer de Kaindl, fueron confinados en uno de los barracones, en espera de su inminente ejecución.
El sonido de la artillería del Ejército Rojo se podía escuchar cada vez más cerca. Había que actuar sin pérdida de tiempo. El general Heinz Harmel, que había ocupado la casa del “traidor” Kaindl, reunió a sus oficiales en la misma sala en la que Himmelfahrt impartía sus lecciones a los tres niños.
—Señores, no hay tiempo para acabar con todos los internos, y destruir el campo. He decidido que ordenen a sus hombres bloquear puertas y ventanas de todos los barracones. Pongan explosivos y literalmente empapen las paredes con queroseno. Haremos todo de una vez, acabaremos con estos sucios judíos y con los traidores a la vez que destruimos todas las instalaciones de Sachsenhausen. No podemos permitirnos que cuando lleguen los rusos, tengan pruebas de lo que ocurría aquí.
»Empiecen los preparativos cuanto antes. Los hombres del comandante Kaindl se unirán forzosamente a nuestra división cuando salgamos hacia Berlín. Cualquier intento de deserción o resistencia lo resuelven con la inmediata ejecución de los autores. Alemania nos necesita a todos. »Ahora… A trabajar.
* Entre el 23 y 30 de Octubre de 1947 un tribunal compuesto por militares soviéticos celebró en Berlín un juicio contra los principales encausados responsables del campo Sachsenhausen. Entre las sentencias dictadas el 1 de Noviembre de 1947, figura la de Anton Kaindl: Cadena perpetua. Kaindl murió en la primavera de 1948, en el Gulag de Vorkuta al que fue enviado tras ser condenado.
Nota del autor: Probablemente el testimonio de Ludwig Himmelfahrt, le salvó de la horca.

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