Jaque Mate Capítulo XX
Berlín, abril 1945. Cualquier calle
Capítulo XX
El 22 de abril de 1945, la última de las
batallas de la II Guerra Mundial, en la vieja Europa, se libraba en las calles
de una ciudad que, solo tres lustros atrás, estuvo considerada como el mayor
escaparate cultural del continente. Una crónica de la época relataba: “Las fuerzas disponibles para la defensa de
Berlín… eran varias divisiones de las
Waffen-SS, restos de varias unidades de la Wehrmacht,
jóvenes de las Juventudes Hitlerianas, ancianos reclutados en el Volkssturm, policías, y veteranos de la Primera Guerra Mundial. A
pesar de la superioridad numérica del Ejército Soviético la lucha en la ciudad
fue muy feroz y se tuvo que pelear casa por casa”
Se luchaba, en combate desigual, casi tan
desigual como lo que ocurrió en el otoño de 1939 en Polonia, los Países Bajos,
etc. Durante las primeras semanas de la Guerra.
Los restos de las diezmadas tropas de la
otrora todopoderosa Wehrmacht, huían casi en desbanda hacia el oeste, prefiriendo
entregarse a las Fuerzas Aliadas que ser apresados por los soviéticos.
Al atardecer del día 30, los primeros
soldados rusos en llegar al Reichstag, izarían la enseña soviética sobre el
mismo frontispicio de la fachada principal del emblemático edificio
gubernamental, símbolo del poder Nazi. Tan solo horas después del suicidio de
Hitler. En tan solo unos días, el 2 de mayo, el general Weidling, rinde Berlín
y firma la rendición incondicional de Alemania.
Sachenhausen, 22 de abril.
Los hombres de Harmel habían estado
trabajando con su habitual eficiencia, durante toda la noche y, al alba el
campo estaba minado y los barracones bañados en queroseno. Todas las puertas y
ventanas habían sido condenadas con tablones y las cerraduras soldadas. Todo estaba
listo. Para cuando llegasen allí los rusos, el campo de exterminio de
Sachenhausen habría dejado de existir.
El subteniente de las SS Fritz Schmidt
llamó a la puerta de la antigua residencia del comandante del campo.
¡ Heil ! Herr Kommandant. Todo está a punto. Solo
esperamos la orden. Las tropas ya
están en los vehículos, dispuestas para partir hacia Berlin
El comandante y su subordinado se
dirigieron a la puerta principal del campo. Allí el subteniente Fritz había
dispuesto el detonador que haría volar por los aires a los infelices
prisioneros. Quería ser el propio Harmel el que se encargase de ello.
Fritz:
Kommandant, haga usted los hono… res
La última sílaba de la palabra que estaba
pronunciando el subteniente Fritz, salió de sus labios, pero… estos, junto al
resto de su cabeza ya no estaban sobre sus hombros, estaban a unos ocho metros
por encima del resto de su cuerpo.
Un obús de
artillería, perteneciente a las baterías del 1er Frente Bielorruso, comandado por el General Georgy Konstantinovich Zhúkov, había impactado justo entre los
dos militares. El cuerpo del comandante se había desintegrado y del subteniente
apenas si había quedado nada. La primera andanada de proyectiles iba
especialmente dirigida al convoy de vehículos blindados, dispuesto ya en la
carretera, fuera del campo. Las desorientadas tropas que sobrevivieron, huyeron
en desbandada en todas direcciones.
Minutos más tarde, la Infantería
soviética entraba en Sachenhausen.
De los cerca de 165.000 seres humanos que
pasaron por allí, entre 30.000 y
100.000 perdieron la vida en aquellas
instalaciones, sin contar a los prisioneros de guerra, de los que no se llevaba
ningún registro y que eran fusilados nada más llegar al campo. Posteriormente
se supo que, sólo de soldados soviéticos, hubo 18.000 fusilamientos. El campo iba a ser liberado, pero… los
horrores que se cometían entre sus paredes durarían hasta 1950, costando otras
12.500 vidas adicionales. Stalin ordenó
remodelar las instalaciones y en agosto la
NKVD Naródniy komissariat
vnútrennij del o Comisariado del pueblo para asuntos internos, es decir, la
Policía Política de Stalin, convirtió Sachsenhausen en el Campo especial número 7 NKVD. Renombrado en
1948 como Campo Número 1, acogió en un primer lugar funcionarios nazis, presos
políticos y condenados por el Tribunal Militar
Soviético.
Tras la desactivación de los explosivos y
el desbloqueo de los accesos a los barracones, los soviéticos, procedieron a
efectuar un exhaustivo interrogatorio a todos los internos, especialmente a los
hombres de entre 15 y 65 años. Entre ellos estaba Ludwig Himmelfahrt. Libre de
toda sospecha y habiendo constatado su origen judío, los liberadores de
Sachsenhausen, le dejaron en libertad, junto a su hijo Jakob, de 11 años.
Una vez terminada la guerra, tan solo 12
días después, Ludwig y su hijo regresaron a lo que había sido su hogar, antes
de tener que esconderse, al ático de la Kurfürstendamm. En su lugar no había
más que escombros. Berlín había sido arrasada casi en su totalidad y muy
especialmente en la zona centro. Buscó sin éxito a Wolfgang Ritter, su colega
de la Filarmónica y benefactor que les acogió en el desván de su casa, desde
que se iniciara la persecución de los judíos. Ya nada les quedaba en Berlín.
Gracias a su antiguo trabajo, tenía muy
buenos contactos, especialmente entre sus colegas de profesión por todo el
mundo. En cuanto tuvo ocasión, hizo unas cuantas llamadas y, dos semanas
después se encontraban en Zúrich. Un antiguo colega suyo, miembro del
prestigioso conservatorio Das Musikkollegium
Winterthur, instaurado en la ciudad suiza de Winterthur, desde 1626, le había conseguido una plaza de
profesor y, la dirección del conservatorio le consiguió un apartamento en las
cercanías de la escuela de música.
Pasarían casi diez años hasta que tuvieran noticias de que el edificio
donde se ubicaba su antigua casa de Berlín había sido reconstruido y los pisos,
confiscados por los nazis, iban a ser devueltos a sus legítimos propietarios.
Ludwig y Jakob, convertido éste ya en un apuesto hombretón de más de 21 años,
regresaron a Berlín a finales de 1964. Ludwig recuperó su plaza en la renovada Berliner Philharmoniker y Jakob fue
admitido como 3º pianista, en la misma orquesta que su padre.
Todo parecía ir bien hasta que una mañana
de octubre de 1969… el portero del edificio le entregó al profesor un sobre que
una mujer había dejado la noche anterior al vigilante nocturno del edificio.
El sobre contenía la siguiente nota,
escrita con una caligrafía exquisita:
“Señor Himmelfahrt, desde hace ya varios años, mi conciencia no me
permite descansar en paz. Durante los años de locura y sufrimiento que el
nazismo desató en toda Europa y también en nuestro país, cometí el error de
ponerme al servicio del Reich. Tuve que ponerme una venda en los ojos para
tratar de ignorar todas las atrocidades que irremediablemente tuvieron que ver.
En
diciembre de 1944, cuando la Gestapo les detuvo, su esposa, Greta Himmelfahrt
fue conducida a la clínica en la que yo prestaba mis servicios. Como recordará
estaba a punto de dar a luz y, dada la circunstancia de que su origen étnico
era ario, fue incluida en un programa especial, cuyo objetivo era el de tratar
de preservar los bebés nacidos de madres arias. Eso no garantizaba en modo
alguno la supervivencia de dichas madres. De hecho, si había algo que los
fanáticos nazis más recalcitrantes odiaban más que a un judío, era a las
mujeres arias que se unían a un judío.
Greta se
me asignó a mí para que la cuidase y mejorase sus condiciones de vida, hasta el
momento del parto. Habitualmente, tras el nacimiento del bebé, la madre, si
sobrevivía era deportada a cualquiera de los campos de exterminio donde eran
utilizadas como esclavas sexuales hasta su extenuación y muerte.
Su
esposa dio a luz a una niña preciosa. Pesó 3.400 gramos y nació sana y
fuerte. Tomé la decisión de evitarle a
Greta un destino tan terrible como el que presuntamente le esperaba y le
inyecté una dosis excesiva de sedante antes de la intervención para “extraerle”
el bebé. Ya no despertó y… a nadie le importó ni le extrañó.
Poco
después, oí que la niña iba a ser trasladada a una institución del Reich, una
especie de orfanato, reservado exclusivamente para niños de presunta raza aria.
Yo, que me había encariñado con la niña, a la que había tenido que cuidar desde
el mismo momento de su llegada a este mundo, el día 12 de enero de 1945.
Solicité acompañar a la niña en la ambulancia que iba a ser trasladada a un
lugar a casi 500 km de Berlin, en Frisia, la institución III Reich Sonderwaisenhaus, Allí permanecí, junto a su hija, dándole
todo mi amor, con la esperanza de que, al término de la guerra, que parecía
estar cerca, se me permitiera (o me tomaría ese permiso por mi cuenta) quedarme
a la niña solo para mí. Me la llevaría a Rosshaupten, mi pueblo, junto al Forgensee,
en Baviera.
Desgraciadamente,
el 16 de abril, por la mañana, (ya se podían oír claramente los obuses de las
fuerzas Aliadas que avanzaban desde el oeste y desde el sur. No tardarían mucho
en llegar allí) llegó al orfanato un destacamento de soldados de la Wehrmacht,
a cuyo mando estaba un oficial que solo sé que se llamaba Gerhardt. Pidió a la
directora del orfanato que antes de dos horas, tenía que “limpiar” de símbolos
nazis el orfanato y eliminar especialmente la palabra “Sonder” (Especial), que llevaba
la institución como prefijo. Aquello tenía que parecer un orfanato de guerra,
sin otro propósito que el de hacerse cargo de niños huérfanos. Todo el personal
se puso de inmediato a efectuar las modificaciones que ordenó el tal Gerhardt.
Pero… cuando todos creímos que el general se iba a ir sin más, pidió a la
directora que le mostrase los bebés que aún permanecían allí. ¡ Quería uno para
“un amigo”!
Recé
(soy católica) para que escogiese a cualquiera menos a “mi” niña. No hubo
suerte, la niña, que acababa de cumplir los cuatro meses estaba deslumbrante,
sus azules ojos captaban la atención de cualquiera que la mirase. El general no
fue una excepción. Dijo: “Quiero esa criatura. Me da igual si es hembra o
macho. Prepárenla. Esta noche van a venir a llevársela”.
Me quedé
horrorizada. ¡No podía ser, iba a perder a mi niña para siempre!.
Poco
antes de las ocho de la tarde, llegó un coche con una joven pareja. Dijeron que
se les había citado allí y que pronto vendrían sus padres. Se llamaban Frida y
Helmut, Desgraciadamente, en aquel momento no pude ver el apellido. Les
acomodaron en un despacho vacío (casi todo el orfanato estaba vacío) y les
indicaron que esperasen.
Casi
eran las 21:00 horas, cuando llegó al orfanato una ambulancia, esta vez con un
matrimonio mayor. El hombre, aunque vestía ropas de paisano, no podía ocultar
su origen militar. Sus nombres eran Kurt y Gisela
Les
recibió el mismísimo general Gerhardt y se reunieron los cuatro en el despacho.
La directora mandó traer a ”mi” niña para entregársela al matrimonio joven. Yo
misma tomé en brazos a la niña y la llevé a donde me habían ordenado. A la
mujer, la tal Frida, que no tenía muy buen aspecto.(Parecía enferma), se le
iluminó la cara al ver a la criatura. Apenas si pude escuchar algún fragmento
de la conversación. Se puso a llorar y, dirigiéndose a su marido, le dijo: “La
llamaremos Sabine”. Minutos después, salieron por la puerta y… nunca más volví
a ver a la niña. Solo que ahora ya tenía nombre. Unos días después, las tropas
angloamericanas llegaron al orfanato, pusieron al mando a un equipo médico
completo y nos permitieron volver a nuestras casas. Todo había terminado… hasta
que, hace un par de semanas recibí una llamada de Rosemunde Fischer, la
directora del orfanato. Estaba internada en un hospital de Múnich, en estado
terminal, debido a una arterioesclerosis degenerativa. En 1945, cuando llegué
al orfanato, ella se percató de inmediato de mi amor por Sabine. Ahora, viendo
que la vida se le escapaba, quiso hacer una última cosa por mí. Me ha dejado
una copia del expediente de adopción de Sabine. Aunque… no me será entregado
hasta después de su muerte. No sé las razones que ha tenido para ello, pero… he
decidido quitarme esa carga de encima. Le prometo
que, en cuanto esa documentación obre en mi poder, se lo entregaré en mano.
Quiero ayudarle a que recupere a su hijita, que el próximo 12 de enero cumplirá
los 23 años. Ella también tiene que conocer a su verdadero padre”
Dora
Meyer.
Ludwig no daba crédito a lo que estaba
leyendo, pero… todo encajaba demasiado bien como para que no fuese cierto. Su
hija estaba viva y… pronto iba a cumplir los 23 años. Las lágrimas acudieron
prestas a sus cansados ojos. Se quitó las gafas, que hacía años que tenía que
usar, tras llevar una vida leyendo partituras. Había cumplido ya los 57 y… de
repente, su vida cobró un nuevo sentido. Iba a conocer a su hija, fruto póstumo
de Greta, su gran amor.
Pronto se
reuniría con Jakob, Andrea, su nuera y Tomas, su nieto de dos años. Tenía que
darles la maravillosa noticia. Jakob tenía una hermana que se llamaba Sabine
y... pronto, quizás en unos meses darían con ella.
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