Bundeswehrkrankenhaus Hamburg
Capítulo XXIX
Tras haber
llamado en una docena de ocasiones a la secretaria de Helmut Vogel, sin conseguir siquiera hablar
con él, Ludwig Himmelfahrt, perseveró y consiguió averiguar su dirección. Viajó
a Pulheim, presentándose en su vacía casa. Fue a la Bayer, con idéntico
resultado. De regreso a Berlín y, tras una nueva llamada a la Bayer, la amable
(y profesional) secretaria de Helmut, le dijo que sí le había transmitido su
recado, pero… que su jefe estaba de
viaje, en Hamburgo y que no sabía cuándo iba a regresar.
Un tanto desesperanzado por su aparente
fracaso en localizar al padre adoptivo de su hijita, decidió pedir
ayuda. Haciendo uso de alguno de sus contactos de la Filarmónica, consiguió
informarse de que Helmut Vogel había sufrido un accidente y que estaba ingresado en un hospital de Hamburgo.
No lo dudó ni un instante, cogió su coche, un Ford Granada,
fabricado en Colonia-Leverkusen, y partió hacia Hamburgo de inmediato. Si no le
“entretenían” mucho en los cuatro controles que, por partida doble, había que
pasar cada vez que un ciudadano de la RFA tenía que salir o entrar al Berlín
Oeste, podría llegar antes de la hora de la cena.
Las cosas, como era de esperar, se complicaron bastante en
dos de los pasos fronterizos y Ludwig llegó a Hamburgo pasadas las 22:00 horas.
Decidió tomar una habitación en un hotelito, no lejos del Bundeswehrkrankenhaus.
A la mañana siguiente, el 13 de octubre, Ludwig se acercó al
mostrador y solicito un tanto Ingenuamente, que le indicasen en qué habitación
estaba Helmut Vogel.
“Mi nombre es Ludwig Himmelfahrt y vengo a visitar al sr.
Vogel”
¿Es usted familiar? Le preguntó directamente la
recepcionista, mientras marcaba el número del mostrador de la 7ª planta.
“Aquí hay alguien que pregunta por el paciente especial de
la 704”. Dijo la muchacha en voz baja, mientras indicaba a Ludwig que se
sentara enfrente, en una pequeña sala de espera.
Tres minutos después, un policía uniformado, entró en la
salita de espera, pidió a Ludwig que se identificara y… antes de que pudiera
siquiera sacar la cartera, otros dos policías, esta vez de paisano, entraron
casi corriendo y, sin mediar palabra, asiéndolo por los brazos, se lo llevaron
a un despacho cercano y cerraron la puerta tras ellos.
Casi una hora después, habiendo comprobado y verificado que
las respuestas al largo interrogatorio, descartaban que Ludwig tuviera
cualquier conexión con la trama, llamaron a la habitación. Sabine descolgó el
auricular: “Si, ¿quién dice que es? y ¿qué es lo que quiere?”.
Al escuchar la voz, su corazón se encogió y un nudo se le
formó en la garganta.
-¿Eres Sabine?
- Si. ¿Y usted?
- No temas, no pasa nada, pero… tengo algo muy importante
que comunicarte. ¿Puedo subir?. Solo serán unos minutos
Sabine, miró a su padre y… también al policía. Ambos
asintieron
- Bueno, suba. Pero, solo unos minutos. Mi padre necesita
tranquilidad.
Ludwig, con el corazón latiéndole a un ritmo frenético,
inició la marcha hacia el ascensor. Uno de los policías de paisano caminaba a
su lado. Pulsó la flecha de subida. Unos segundos después las puertas
automáticas se abrieron. Dejaron salir a varias personas y apretó el número 7
dos o tres veces. La impaciencia le estaba dominando y poniéndole muy nervioso.
Por fin iba a conocer a su hija, a esa hija que durante tantos años creía
muerta. Ahora, tras una espera de casi tres años y gracias al arrepentimiento y
a la generosidad de una persona que ni siquiera había llegado a conocer, estaba
a punto de conocer a la que fuera fruto de su amor por Greta, su amada esposa.
Observaba
como cambiaban los números en el panel que había sobre los botones del moderno
ascensor. 3, 4, 5, 6, 7...
Ludwig
Caminaba decidido pero... temblando. Otro Policía, le abrió la puerta y...
-Mi
nombre es Ludwig Himmelfahrt...
Cuando
terminó su relato de lo ocurrido desde aquella mañana del bombardeo de su
refugio en Berlín, hasta que recibiera la primera carta de la enfermera Dora
Meyer, tres años atrás y, la prueba irrefutable, de la ficha de adopción del
propio orfanato en el que Sabine fue entregada al matrimonio Vogel, creyeron
hasta la última palabra de la historia que les acababa de contar aquel hombre,
de aspecto abatido, pero pleno de ilusión y esperanza.
Las
lágrimas acudieron sin control a los ojos de Sabine. Y, su mente trataba de
procesar y ordenar toda la información que salía de los labios de su padre.
Aunque
ella sabía que había sido adoptada, nunca se había planteado la posibilidad de
conocer a sus padres biológicos.
Ahora,
cuando estaba a punto de cumplir los 27, estaba allí , sentada, ante su padre
adoptivo y el biológico. Miró con cierta compasión a los también llorosos ojos
de Ludwig y, sin poder contener más sus emociones, se fundieron en un abrazo y
llorando, esta vez de felicidad.
Lluís y Helmut, casi
como convidados de piedra, permanecían respetuosamente al margen de la emotiva
escena. Helmut, también embargado por sus propias emociones, miraba al techo de
la habitación, rememorando en unos segundos, los casi 27 años que, el próximo
12 de enero iba a cumplir su hija. Las lágrimas se deslizaban hacia la
almohada.
Como si Sabine le
hubiera leído sus pensamientos, aún entre los brazos de Ludwig, giró su cabeza
hacia la cama, al tiempo que le decía. “Vatti, por lo que a ti respecta, esto
no cambia nada, tu siempre serás mi papi. Pero… como ahora tengo dos papis, un
hermano y una cuñada en Berlín, tendrás que comprarme un coche nuevo.” (Dijo,
bromeando, para refrescar un poco el ambiente).
Lluís, que hacía rato
(días) que se encontraba un tanto incomodo por la nueva situación, se disculpó
y salió al pasillo. Tenía muchas cosa que hacer y… pensar. Tenía que elaborar
el informe detallado de su actividad, desde su llegada a Hamburgo hasta la
inevitable entrega de los documentos al Gobierno de la RFA.
Dicho informe serviría
al MI6 para mostrar a ese mismo gobierno y al resto de servicios de
inteligencia de los países ocupantes, que no había que bajar la guardia y
actuar con firmeza y contundencia ante cualquier rebrote del nazismo, y no solo
en territorio alemán, sino en toda la nueva y económicamente pujante Europa.
Volvió a entrar a la
habitación, dijo no sentirse bien y que iba al Hotel a descansar un rato.
“Volveré más tarde”. Dijo, mirando directamente a los hermosos ojos de Sabine.
Su corazón desmentía las palabras que salían de su boca. Algo, muy adentro de
él, supo que ya nada iba a ser igual entre ellos.
Salió del hospital, buscó
una cabina y llamó a Londres. “Necesito salir de aquí, ahora...”
No tan deprisa, Sr.
Rowan… Aún no hemos terminado. En breve se encontrará usted con su compañero
Kevin McBreed.
Juntos han de asumir una
nueva misión. McBreed, que ha partido ya hacia Alemania, llegará a Hamburgo
mañana por la mañana. Manténgase atento a su comunicador. Kevin le dirá el
punto de encuentro.
Fin
Mañana: La lista de personajes, por orden de aparición