Jaque Mate Capítulo XXVI Parte II
Jaque Mate Capítulo XXVI Parte II
Otto,
que se había quedado fuera del edificio, con la intención de impedir que
alguien pudiera escapar, escuchó el disparo. El sonido no correspondía a
ninguna de las armas que portaban sus hombres. ¿Qué estaba pasando?
Mientras
decidía que hacer, un vehículo, aún con las luces encendidas, emergió por el
camino de entrada al aparcamiento. Otto retrocedió ocultándose y escondiendo su
arma.
Del coche, una mini furgoneta, se apearon dos personas, un hombre
joven y una mujer de mediana edad. Ella ya llevaba puesto un delantal y él con
la chaqueta de recepcionista. Llegaba el personal del turno de día.
De
repente, Otto cayó en la cuenta de lo tarde que era y que era casi de día.
Retrocedió aún más, tratando de esconder el fusil del ex-cabo Friederik y
esperó la oportunidad para salir de allí. Tenía que llegar a su coche y
advertir a sus superiores de lo ocurrido. Todo había resultado una enorme
chapuza y… la misión un completo fracaso. Aterrado por las consecuencias, le
asaltaron las dudas. Temía una reacción expeditiva del ex-general Brackhane.
¿Les informo?, ¿desaparezco?. Subió a la furgoneta y… se quedó allí, pensando
qué hacer. Minutos después, el ulular de los vehículos de la Policía y la
ambulancia, le alertó de que tenía que salir de aquella zona inmediatamente.
Eran las 6:30
Mientras
conducía el coche en dirección al anterior domicilio de Frangenberg, Otto que,
cuando tenía que enfrentarse él solo a algo o a alguien, no era mas que un
jodido cobarde, evaluaba la situación. Si finalmente el Gobierno tenía acceso a
los datos que se revelaban en aquella maldita documentación, y teniendo en
cuenta la investigación que presuntamente, el equipo de Wiese estaba llevando a
término, (asesinatos , secuestro y mutilación incluidos) él mismo sería
detenido y procesado. No iba a escapar de una muy larga condena. Además, en los
papeles encontrarían, además del suyo, los nombres de Weinbergen, Brackhane,
Welauer, y del mismísimo Kurt Vogel, padre de Helmut y al que su francotirador
acababa de abatir (y que ya lo daba por muerto) hacía tan solo unos minutos.
Por
otro lado, temía la ira de Brackhane y, sus expeditivos métodos para
neutralizar a todo aquel que el ex-general consideraba prescindible,
reincidente en fracasos (como el que acababa de ocurrir) o un estorbo para sus
objetivos. Otto, tenía la certeza de que en sí mismo concurrían, si no todas,
varias de esas circunstancias.
Pensaba,
evaluaba e imaginaba su inmediato futuro y… en la siguiente intersección, giró
bruscamente el volante y condujo y condujo, sin rumbo fijo, pero… siempre en la
dirección opuesta al lugar donde Brackhane y Frangenberg le estaban esperando,
tras su alarmante llamada, efectuada desde una cabina, en cuanto tuvo la
certeza de “su” sonoro fracaso y de la imposibilidad de recuperar los
documentos.
Los empleados del hotel, alarmados al descubrir la puerta principal
forzada y los cristales rotos, corrieron hacia el interior del hotel.
Dentro, el recepcionista horrorizado, halló el cadáver de su colega,
mientras que la camarera de pisos, encontraba al francotirador Friederik
Völzow, inerte y sobre un charco de sangre, al pie de la escalera.
Mientras esto ocurría, apareció Lluís, empuñando una pistola.
Asustados, los empleados trataron de huir. Lluís, guardó su arma y trató de
tranquilizarles.
– No teman, no voy a hacerles daño. Unos hombres han asaltado el
hotel y han tratado de matarnos. Hay que llamar a la policía y a una ambulancia
de inmediato. Hay un hombre malherido en la habitación 212.
Como las líneas estaban cortadas, el empleado del hotel, corrió a
una cafetería cercana y llamó a la policía, pidiendo que enviasen una
ambulancia con urgencia.
Lluís volvió a la habitación 212. Fue directamente al baño, en cuyo
falso techo, había escondido la bolsa con los documentos de la trama. La cogió
y se la colgó al hombro.
Sabine trataba de despertar a su padre, taponando, a duras penas la
grave herida de su hombro. Helmut se estaba muriendo.
A las 6:25 de la mañana, el teléfono de la casa del comisario,
sonó, sobresaltando a un somnoliento Klaus. Desde la comisaría, le informaron
someramente de lo ocurrido. Se vistió rápidamente y se encaminó hacia la
puerta. Antes de llegar, el timbre del teléfono volvió a sonar. A regañadientes
regresó y dijo: ¿Qué pasa ahora?
Le informaban de la llamada que un vecino suyo había hecho,
advirtiendo de la presencia de merodeadores cerca de su propia casa y que una
patrulla estaba en camino. Cerró la puerta y corrió al garaje. En unos minutos
estaría en el Lindner Park. Pensaba en Helmut... “Es un buen tipo”. Se dijo, mientras aceleraba su Audi.
Cuando llegó al hotel, unos paramédicos trasladaban una camilla con
el cuerpo, aún con vida, de Helmut. Sabine caminaba a su lado, con las manos
ensangrentadas. Los enfermeros le impidieron subirse a la ambulancia. Lluís
(con una bolsa colgada al hombro), la cogía
de los brazos, y trataba de tranquilizarla.
*Nota del autor: Hay que decir que, durante la mayor
parte de los años de la ocupación aliada, Alemania pudo fabricar solo ciertas
armas, y fue esta una de ellas, aunque con la supervisión del ejército francés
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