jueves, 7 de mayo de 2020

Jaque Mate Capítulo XXV Parte Uno

Menorca, 1973
Capitulo XXV

LLUÍS: ENTRENAMIENTO MILITAR España-Escocia
Enero de 1968, Valencia
España vivía momentos político-sociales convulsos. A rebufo del Mayo del 68, los movimientos estudiantiles y obreros ponían a prueba, un día sí y otro también, y a un alto coste de detenidos, heridos e incluso muertos, a las fuerzas de Orden Público del Régimen franquista.
Si la Dictadura era represiva en las fábricas, universidades y en la calle, en los acuartelamientos de la Fuerzas Armadas, la “disciplina” podía llegar a obtener tintes absolutamente dramáticos y, en ocasiones, permítaseme la expresión, berlanguianos *. Para los militares profesionales, la más insignificante transgresión del reglamento castrense, llamado oficialmente Código de Justicia Militar… la carga de ironía que lleva el propio título de dicho código, ruego se la sirva el lector, a tenor del sentido de “justicia” que tenía la mismísima cúpula de Estado Mayor, responsable de un indeterminado (aunque, a buen seguro, abundante) número de asesinatos/desapariciones de Estado, perpetrados a partir del 1º de abril de 1939, y cuya política de actuación continuaba vigente en ese enero de 1969, cuando apenas le restaban seis años de vida al Dictador
* Luis García-Berlanga, cineasta español de renombre universal, nos regaló varias muestras de lo esperpénticamente trágica que llegó a ser la mal llamada Guerra Civil, en España
Es entonces, en ese contexto histórico, cuando nuestro protagonista, Lluís Sáyago, se incorpora al servicio militar obligatorio.
Gracias a que había sido aleccionado (tanto su propio padre, como su abuelo materno, habían luchado del lado del legítimo gobierno de la República y por tanto habían sufrido las consiguientes represalias y vejaciones por parte de los fascistas y falangistas rebeldes) y advertido en repetidas ocasiones de las consecuencias que podría acarrearle significarse abiertamente por alguna opción política de izquierdas, su paso por el Ejército, fue bastante apacible y sin que sus tendencias políticas llamasen la atención de los “comisarios políticos” que, a buen seguro, había en toda la escala de mando. Trató de ser disciplinado y de hacer bien su trabajo de instructor, adquiriendo (y transmitiendo a miles de nuevos reclutas) extensos y variados conocimientos de diversa índole: manejo de armas, explosivos, estrategia de lucha anti guerrilla, formación física, etc. Destacando en tiro al blanco y en el conocimiento de diversos tipos de armas. Ahí sí captó la atención de un Oficial del Ejército de Tierra, llamado José Franco. Este le reclutó para que se uniese a un nuevo grupo de élite que ciertos mandos del Ejército llevaban años demandando al Gobierno: Una unidad profesional y secreta, camuflada bajo la opaca cobertura de los GEO (Grupos Especiales de Operaciones).
Los nuevos miembros de dicha unidad, a la que aquí llamaremos UIIOO (Unidad de Intervención Inmediata de Operaciones Opacas), recibían, tras superar unas durísimas pruebas físicas, un aún más duro entrenamiento intensivo que abarcaba casi todas las disciplinas, saltos en paracaídas, buceo, escalada, artes marciales, manejo de material explosivo, armas de última generación, idiomas, etc.
Un tanto forzado por las circunstancias y que, el salario era inusualmente elevado para la época, Lluís aceptó, incorporándose a los UIIOO, antes incluso de haber finalizado el período obligatorio de “servicios a la patria”.
En la primavera del 69, Lluís, junto a otros dos reclutas del mismo centro de instrucción, partieron hacia un desconocido destino, en algún lugar de los Pirineos. Al campo de entrenamiento de los futuros miembros de la  UIIOO. Allí debería permanecer los siguientes 18 meses, pero…
No tardó mucho en destacar entre sus compañeros. Su habilidad, fuerza física y determinación a la hora de resolver situaciones complicadas, llamó demasiado la atención del joven teniente Onésimo Zorio que, procedente del Servicio de Inteligencia del Estado Mayor, había sido colocado como experto en cifrado de documentos, por su propio padre, el General Edmundo Zorio Fernández de los Cobos, compañero de unidad del propio Francisco Franco, en la campaña de Àfrica 
El cometido principal del teniente Zorio, (además de adiestrar a los reclutas en los códigos de cifrado más avanzados de la época) era el de detectar a potenciales “enemigos” políticos del Régimen
Pronto, Lluís se ganó la simpatía de casi todos sus compañeros y el respeto de la mayor parte de Oficiales Instructores del campo de entrenamiento. Conseguía las mejores marcas en muchas de las disciplinas, siempre era de los primeros en iniciar los duros ejercicios físicos, llegaba, sonriente y pletórico de fuerzas de largas marchas a través de los bosques y cumbres de los Pirineos. Incluso se permitía bromear, pretendiendo haberse olvidado su reglamentaria arma a kilómetros de distancia, retando a los demás a que le acompañasen a buscarla.
Al teniente Zorio le picó la curiosidad. (Además, de invadirle una insana envidia por la popularidad del “novato sabelotodo”) Solicitó el historial completo de Lluís Sáyago a los colegas de su anterior trabajo.
Pocos días más tarde, el camión que traía el correo a aquel remoto lugar, le trajo un sobre con la respuesta a su consulta. “Ya te tengo, chulo de mierda” ,-soltó el teniente, nada más ojear el expediente- “Hijo y nieto de rojos convictos”. “Te vas a enterar”
Desde ese mismo día, Lluís, sufría casi a diario, continuas vejaciones, le ponían trampas en las pruebas y, el Teniente y sus esbirros, no perdían la ocasión si podían hacerle daño físicamente.
Sus quejas a los oficiales y al comandante del Campo no surtían efecto alguno. El teniente Zorío era intocable. A pesar de todo, el progreso de Lluís en casi todas las disciplinas parecía imparable. Lo que alimentaba aún más el odio y la envidia del fascista Zorío
Transcurrido ya más de un año desde la llegada al Campo y, cuando ya parecía cercano el fin de aquel durísimo periodo de entrenamiento y formación, ocurrió lo que se veía venir. El teniente Zorío y dos de sus esbirros, tendieron una emboscada al soldado Sáyago. Le acorralaron en un lugar apartado, con el fin de darle una buena paliza (o… eso creían los dos hombres de Zorío) y provocar su salida del Grupo. 
Una vez que el teniente creyó estar en posición total de dominio sobre Lluís, expuso todas sus cartas.
-- Aunque no tengo ninguna prueba, sé que eres un puto rojo infiltrado y no voy a permitir que sigas en esta Unidad. Es más, no voy a permitir que vistas ni un día más ese glorioso uniforme. Sólo los auténticos patriotas, como mi padre y sus compañeros de armas, que lucharon para exterminar a las ratas comunistas como tú y tu familia tienen derecho a llevarlo.
Se acabó lo de “lucirte” ante los pusilánimes jefes y oficiales que dirigen este campo. Mañana, cuando sepan de tu “accidente” ya no podrán ni protegerte ni interceder por ti. Cuándo acabemos contigo, iremos a por tu familia y… muerto el perro, se acabó la rabia.
Atendiendo un gesto de Zorío, los dos esbirros asieron por los brazos a Lluís. Este, que llevaba unos segundos evaluando la situación y sopesando qué hacer, lanzó un tremendo puntapié a los testículos de Zorío. Este se dobló hacia adelante, llevando ambas manos a su entrepierna. Los dos esbirros, sorprendidos, aflojaron por una fracción de segundo la presión de sus manos sobre los acerados bíceps de su presa. Lluís, aprovechó su oportunidad. Con el codo de su brazo derecho, descargó un potente golpe contra la nariz del que tenía a su derecha. Se oyó un chasquido al astillarse los huesos de la nariz e introducirse varios fragmentos en la garganta. El infeliz cayó al suelo tratando de inhalar el precioso aire que pugnaba por entrar en sus pulmones. Los restos de su nariz, se lo impedían. De ese ya no había que preocuparse. Sin tiempo para detenerse a pensar en las consecuencias que esto podría acarrearle, dio un tremendo puñetazo en la boca al sorprendido matón que estaba a su izquierda, rompiéndole varios de sus dientes y… mientras éste, instintivamente se llevaba ambas manos a su cara, Lluís, en un rápido movimiento, le arrebató el cuchillo de montaña que llevaba el esbirro colgado de su cinturón. Mientras, el teniente Zorío, que se retorcía de dolor en suelo, había conseguido sacar de la funda su 9 mm reglamentaria y apuntaba a su objetivo. Lluís, lanzó el cuchillo directamente a la garganta de Zorío, impidiendo que éste tuviera tiempo siquiera de quitarle el seguro a la pistola. El arma había penetrado con fuerza por el centro del cuello, seccionándole en el acto la tráquea y la médula, dejando inerte y a escasos segundo de la muerte al teniente Zorío.
En ese momento, sitió los fuertes brazos del desdentado  segundo hombre de Zorío alrededor de su cuello. Asiéndole la mano derecha, con un brusco y preciso movimiento, le fracturó tres dedos, obligándole a soltar su presa. Lluís, sin detenerse ni un instante, propinó un tremendo puntapié en la cara del infeliz, sacándole uno de los ojos de su órbita, y precipitándolo sobre el suelo, retorciéndose de dolor. Fue directamente hacia el ya cadáver de Zorío, extrajo el cuchillo del cuello y lo lanzó directa y certeramente al corazón del hombre que aún quedaba con vida y que, lleno de ira caminaba rápidamente hacia él. El cuchillo penetró hasta la empuñadura, en el pecho del hombretón, pero… ello no detuvo su marcha. Se abalanzó sobre Lluís y ambos cayeron al suelo. Con el ojo derecho colgándole de un hilo y el otro inyectado en sangre asió el cuello de Lluís con ambas manos, intentando cortarle la respiración. Lluís consiguió llegar al mango del cuchillo, tiró de él y un torrente de sangre se vertió sobre su pecho. Súbitamente, las manos de su atacante, aflojaron la presión, puso su único ojo en blanco y se desplomó, muerto.
Lluís estaba exhausto. La sobrecarga de adrenalina, ahora en retirada, había hecho su efecto, multiplicando la precisión y potencia de sus movimientos durante la breve (había durado tan solo 42 segundos) pero terrible pelea. Su instinto de supervivencia había pasado por encima de todos sus miedos y había reaccionado casi como un animal acosado. Eran ellos o yo (pensó)
Era noche cerrada, y el corneta del campo de entrenamiento estaba a punto de tocar “retreta”. Tenía que darse prisa. Metió la mano en los bolsillos de los cadáveres, encontró la llave del Jeep del Teniente Zorío. Lo habían aparcado tras un almacén de aparatos de gimnasia, casi a la vista. No fue difícil encontrarlo.
Lo acercó al lugar de la pelea, cargó los cuerpos en la parte trasera y los tapó con una manta. Cogió una linterna del Jeep y revisó el lugar, recogiendo y ocultando cualquier indicio de la lucha que allí había tenido lugar. Escondió el vehículo tras unos arbustos y, tras deshacerse de su manchada ropa, volvió a paso ligero al dormitorio que compartía con otros tres compañeros. Justo cuando entraba por la puerta del edificio de los dormitorios, oyó claramente las notas de la corneta que indicaba el fin de un nuevo día de duro (para algunos más que para el resto) entrenamiento.
Como era su costumbre, bromeó con sus colegas acerca del porqué de la ajustada hora de su regreso. – “Es que ella, la hija del pastor, no me dejaba ir”. Nadie sospechó ni por un solo instante lo que había ocurrido unos minutos antes,  a tan solo unos 500 metros del dormitorio.
Eran poco más de las tres de la madrugada cuando Lluís se deslizó por una ventana al exterior del edificio. Reinaba una absoluta calma en todo el campo. Únicamente el soldado de la garita que flanqueaba la verja principal de entrada al Campo, se mantenía, a duras penas despierto, lo justo para no desplomarse. Allí nunca pasaba nada. Lo de los últimos maquis, parecía un cuento de viejas.
En una oscuridad casi absoluta, Lluís anduvo hasta el Jeep. Conocía un camino forestal que, partiendo de la parte más alejada de la puerta principal, conducía a ninguna parte en concreto. Precisamente lo que necesitaba.  Llegó con el Jeep hasta la valla perimetral, al norte de la entrada. Él sabía que algunos tramos, habían sido tumbados por las tormentas y los jabalíes, Dirigió el Jeep hacia ese camino forestal. Sabía que, durante el invierno nadie osaba aventurarse por esos pagos. Además de la nieve y el frío, la presencia de lobos, osos y otras alimañas así lo aconsejaban. Recorrió unos tres kilómetros adentrándose en el frondoso bosque hasta que… pareció encontrar el lugar que buscaba. (Y que había visitado en más de una ocasión durante los últimos meses) Acercó el Jeep al precipicio, de unos 900 metros de caída hasta el fondo de un estrecho barranco. Apenas tuvo que empujarlo un poco para que se precipitase dando tumbos hasta detenerse, encajado entre dos voluminosos y viejos abetos, a unos metros del fondo del barranco, casi un kilómetro más abajo.
Si alguna vez les encontrasen, más bien lo que las alimañas dejasen de ellos. Nadie llegaría a imaginar qué había pasado realmente.
“Salieron de caza o a visitar clandestinamente algún prostíbulo en la cercana Francia y, probablemente borrachos se despeñaron con el Jeep”. O… eso es lo que pretendía Lluís que pensaran.
De todos modos, el Teniente Zorío, no le debía obediencia ni estaba bajo la jurisdicción de los mandos oficiales del Campo. Él, junto con los dos hombres que siempre le acompañaban, dependían directamente de Inteligencia Militar y… oficialmente esa célula, no existía
Eran poco más de las 05:30 cuando el soldado Lluís Sáyago, volvía a meterse en su litera. Cerró los ojos, convencido que tardarían semanas en encontrar lo que quedase de aquellos desgraciados que habían pretendido matarlo. Y, en todo caso no sería hasta la próxima primavera, tres meses más tarde.
A las 07:00 en punto, el toque de “diana” hizo que se levantase de su litera como si un resorte automático le hubiese empujado. Fue directamente a su lugar en la formación de recuento y a desayunar, como hacía cada día. Tenía que actuar con total normalidad. Y… esperar


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