miércoles, 6 de mayo de 2020

Jaque Mate Capítulo XXIV Parte 2ª

Menorca, 1973

No hubo tiempo de más. Al ser descubierto, Lluís saltó por encima del sofá, propinando una patada en la cara del sorprendido hombre número 1. El hombre número 2, metió su mano en el interior de su cazadora, pero… no tuvo tiempo de sacar nada. El enorme cuchillo de caza volaba directamente a su corazón, lanzado con fuerza por el robusto y entrenado brazo de Lluís, penetró en su pecho casi hasta el mango, seccionándole la arteria que le bombeaba la necesaria sangre para mantener  el corazón latiendo. Cayó a plomo, con un gemido. El hombre número 1, se llevó ambas manos a su maltrecha cara, al retiralas y mirarse instintivamente las enguantadas manos durante unos instantes, vio restos de varios de sus dientes en los guantes, a la vez que un intenso dolor. Esos instantes, fueron suficientes para que Lluís cogiese una escultura de mármol de encima de una cercana  peana y le aplastara parte del cráneo de un solo golpe. Restos del cerebro del desgraciado número 1, se esparcieron sobre la mesa de cristal que había frente al sofá. La “pelea” había durado no más de 12 segundos. La calma volvió a reinar en el piso.
Lluís atenuó las luces y usando el intercomunicador, dijo: “Estoy bien, todo controlado, quedaos donde estáis. Voy a hacer mi trabajo. Corto”
Tenía que ser rápido. Observó el contenido de la bolsa y tuvo claro lo que pretendían. Querían tener a Benjamin Frangenberg vigilado en todo momento. Ni eran unos vulgares cacos ni tampoco parecían unos aficionados. Tenían que ser gente de ODESSA.
Quienquiera que fuese el que había enviado a estos dos hombres, no tardaría en notar que algo había ido mal. Justo en ese momento, el walkie-talkie de uno de ellos, emitió un chasquido, alguien carraspeó y dijo: ”Maartin?, tenéis que daros prisa, la reunión en el periódico ya ha empezado y...” “Maartin?”.

Lluís no tuvo dificultad alguna para acceder a la caja fuerte, sacó los relojes y las carpetas que Frangenberg había terminado de meter. Con una pequeña ganzúa liberó el resorte del doble fondo y sacó todo el contenido, no había tiempo de más. Volvió a cerrar la portezuela del compartimento secreto, repuso las pertenencias de Frangenberg en su lugar y cerró la caja.

Dio un último vistazo a los dos hombres que acababa de matar. Informaría de inmediato a Klaus para que actuasen en consecuencia. Instintivamente tocó la bolsa de cuero en la que había metido todo el contenido secreto de la caja y salió del piso, dejando la puerta abierta. Se encaminó hacia la azotea y desapareció en la noche. El coche camuflado de la policía le esperaba en el lugar acordado.  Usando el Walkie dijo: ¿Klaus?, ¡¡¡lo tengo!!!”. “Pero… (Le contó lo de los dos intrusos). He dejado la puerta abierta. Envía de inmediato un equipo de “limpieza”. !Ya¡ Hay que dejarlo todo como estaba. Ambos están muertos…  Nos vemos en el hotel, ¡¡ahora!!”
Klaus: ¿Qué?

Lluís pidió al agente que conducía el vehículo policial que le llevase  al Lindner Park. El conductor, utilizando la radio del coche, informó a la Central del cambio de planes. Irían primero al Hotel.
Justo en ese momento, junto a la joven encargada de atender la emisora de la policía, estaba un empleado administrativo de la comisaría, tratando de ligar con ella. El administrativo escuchó el nombre del hotel y… le dijo a la chica que tenía cosas que hacer, “Tenemos que cenar una noche de estas”, le dijo, mientras se marchaba a toda prisa. 


Otto Gruber, impaciente por saber por qué Maartin no respondía, corrió desde un lugar cercano al periódico al piso desde el que se pretendía vigilar a Frangenberg, subió dando largas zancadas, abrió la puerta y fue directo a mirar por el teleobjetivo de la cámara. Cámara que se hallaba enfocada hacia el ventanal del salón del piso de enfrente. Ajustó levemente las lentes hasta tener una imagen bastante nítida. Aunque con muy poca luz, escrutó habitación por habitación, pero… ni rastro de sus hombres. Súbitamente, vio una sombra moverse por el salón. Un hombre con pasamontañas y vestido todo de oscuro, se detuvo frente a un cuadro, lo “abrió”, como si de una puerta se tratase, impidiéndole el propio cuadro, cualquier visión de lo que el intruso hacía tras el cuadro. Volvió a llamar a sus hombres, naturalmente, sin respuesta. Empezó a caminar  hacia el piso de Frangenberg. Tenía que averiguar qué había pasado.
Estaba a escasos metros de la casa. Al llegar, se percató de que no tenía la llave del portal. Su hombres se la habían llevado junto a las del piso. Insistió con el Walkie, con idénticos resultados. Silencio. Solo que… Lluís, que se había llevado el intercomunicador de uno de los desgraciados que se habían topado con él, al escuchar el chasquido, pudo llegar a oír “¿Maartin?, ¿Jan?. ¿Qué ha pasado?
Voy para allá ya.

Lluís, alarmado, llamó de nuevo a Klaus advirtiéndole de que “alguien”, probablemente el jefe de los intrusos muertos, estaba de camino hacia el piso. Tenían que darse prisa y… hacerse visibles a fin de ahuyentar a cualquiera que quisiese acceder al edificio. No podían permitir que descubriesen que se habían llevado algo de la casa. Minutos después ya estaba en el coche camuflado y con dos de los hombres de Klaus

Klaus transmitió inmediatamente las oportunas órdenes. Dos coches patrulla, con las luces y la sirena conectada, se unieron de inmediato a la furgoneta que transportaba el equipo de “limpieza” y que estaba a punto de llegar al 50 de Kaiser Wilhelm Strasse. Dos policías uniformados se apostaron a la puerta del edificio, dejando su coche patrulla con las destellantes luces  azules, aparcado justo delante del patio.

Otto, cada vez más alarmado, advirtió ya desde lejos la presencia de la policía delante de la casa y se mantuvo a una prudente distancia.
Algo había ido muy mal. Tendría que hacer unas llamadas y pronto.
Observó que varios hombres de paisano, salían de la furgoneta portando diversos objetos y se introducían en el edificio. Dos hombres de uniforme custodiaban la puerta e impedían el paso de cualquiera que intentase acceder. De momento, no había nada que hacer. Haría esas llamadas. Se metió en una cabina y temeroso de la reacción de Gerhard Brackhane, marcó el número de su línea segura, pero… fue un sirviente del anciano general el que respondió. “El general no se encuentra en casa. ¿Quiere dejar un recado?
- Si, que me llame urgentemente en cuanto regrese a casa, no lo olvide. (Sintió un alivio al posponer el momento de enfrentarse a la ira de Brackhane)

Los funcionarios, muy bien entrenados, se emplearon a fondo, dejando el lugar de la pelea totalmente impoluto, empleando para ello tan solo unos 15 o 20 minutos. Sacaron los cadáveres, metidos en bolsas oscuras de plástico, en un par de camillas con ruedas y los introdujeron en la furgoneta. Partiendo de inmediato, escoltados por uno de los coches patrulla.

El vehículo camuflado de la policía, llegó en unos minutos al Hotel. No se observaba movimiento alguno, eran casi las 23:00 y todo estaba muy tranquilo. Klaus, Sabine y Helmut estaban esperando impacientes su llegada.
Pasaron al desierto comedor y se acomodaron alrededor de la mesa redonda que ya consideraban suya y pidieron algo de café.
Tras escuchar asombrados el relato de lo acontecido en el antiguo piso de Steinberg, Lluís puso sobre la mesa la bolsa con el contenido de la caja fuerte. No había duda, correspondía a la copia que Steinberg se llevó a su casa para mayor seguridad.
Lo habían conseguido. “Ha valido la pena”, pensó Klaus
Klaus, echó un vistazo al material de la bolsa, lo volvió a meter en la bolsa y lo puso a su lado.
Helmut dijo que habría que entregar eso directamente al Canciller Brandt y que él podía hacer ese trabajo.



          22:37h.   Sede del Hamburger Abendblatt. La reunión del consejo de redacción estaba a punto de terminar. Frangenberg había conseguido su objetivo. La portada del diario no llevaría mención alguna de la explosión de la calle Budapest.
Satisfecho y ajeno por completo a lo ocurrido en su nueva casa, hacía algo más de 30 minutos, se dispuso a salir del edificio que albergaba la sede del Hamburger Abendblatt. Iría a casa dando un pequeño paseo.
Al doblar la esquina desde la que ya se divisaba el portal de su casa,  dio un respingo y detuvo su avance. Se ocultó a la sombra de un árbol,  observando lo que acontecía delante del zaguán. Un coche patrulla de la policía. Dos hombres salían con dos camillas, portando lo que parecían ser bolsas para cadáveres y que eran introducidas por la puerta trasera de una especie de furgón, partiendo de inmediato. ¿Qué estaba pasando?, se preguntó. Decidió esperar unos minutos más, antes de tratar de acceder a la casa. Pensó que era lo más prudente. 15 minutos más tarde, otros dos hombres salieron del edificio, subieron al coche patrulla, partiendo este, a toda velocidad y  con las luces del techo apagadas. Dos minutos después reinició su camino a casa. Antes de meter la llave en la cerradura, miro en todas direcciones y… Nada, ni un alma. Todo parecía tranquilo.
Entró en el piso y… todo parecía estar en orden. De repente sonó el teléfono, sobresaltando a Benjamin. Llamaban del periódico. Una persona bastante alterada que no quiso dar su nombre, había llamado tratando de hablar con el Sr. Frangenberg. “Dejó un número para que se ponga en contacto urgentemente con él”, le dijo empleado del periódico. Benjamin anotó el número de teléfono y llamó de inmediato.
Otto Gruber le “informó” a su manera. - “Los hombres que tenía apostados para tu protección, advirtieron, minutos después de salir tu de la casa, que un hombre vestido de oscuro y con un pasamontañas había accedido al interior del piso. Llevaba una linterna en la cabeza, como un casco de minero. Siguiendo esa luz, vieron que había apartado un cuadro de la pared y que estuvo unos segundos como manipulando algo tras el cuadro. Les ordené que fuesen de inmediato al piso a detenerle e identificarle. Lamentablemente, a los pocos minutos de su llegada al apartamento, perdí toda comunicación con ellos. ¡¡Nada!!
Cada vez más alarmado, Frangenberg corrió a la caja fuerte, sin colgar el teléfono, la abrió y… todo parecía estar en orden, o casi… Uno de sus preciosos relojes, un IWC, estaba boca abajo, con la esfera tocando el suelo de la caja fuerte. Él nunca lo hubiese dejado así. Alguien, que evidentemente tenía la combinación había abierto la caja y la había vuelto a cerrar. No echó de menos nada. Entonces…? ¿Para qué se habían tomado tantas molestias y habían corrido tantos riesgos?. ¿Qué buscaban?. Volvió de nuevo al habla con Otto. “No parece que se hayan llevado nada, pero… es notorio que han abierto la caja fuerte y… está muy claro que no eran vulgares cacos. ¿Qué han venido a buscar?. Voy a revisar detenidamente lo que dejé en la caja esta misma tarde. Si veo algo inusual, te vuelvo a llamar de inmediato”. Colgó el teléfono y abrió de nuevo la caja, sacando todo su contenido y esparciéndolo sobre una mesa. Se ajustó sus  lentes, que solo usaba para leer de cerca. Todo parecía estar allí, no habían tocado nada. Recordando lo ocurrido con el IWC, rebuscó en los cajones del aparador y extrajo un pequeño mantel de fieltro, lo llevó a la caja y lo trató de ajustar al cubículo. ¡Fue entonces cuando lo vio!
 En una las esquinas del uniforme rectángulo, había un minúsculo orificio, de diámetro menor a un milímetro, apenas perceptible y que, sin los anteojos de lectura, ni siquiera habría visto.
Buscó por la casa algo que encajase en el agujero. En un cajón encontró un pequeño costurero de madera laqueada y tomó un alfiler con una bolita en un extremo. Ajustándose aún más las gafas, introdujo la aguja hasta que encontró resistencia, empujo un poco más y… ¡clic! el fondo de la caja se movió hacia él, cuya cara estaba literalmente casi dentro de la caja. Dio un pequeño respingo y un paso atrás. El compartimento secreto estaba vacío.

Con los datos que ahora poseía, era evidente que lo que quiera que el/los intrusos hubiesen venido a buscar, había estado en ese lugar. Y que, muy importante tendría que ser para originar todo aquel despliegue, y el más que probable asesinato de los dos hombres que Otto había enviado al piso, poco antes de las 22:00 horas. Y… (más alarmante aún) la Policía estaba dando cobertura a todo esto. ¿Qué podía ser TAN importante?

El teléfono de la mesilla de noche de la habitación 375 del Hotel Ambassador, sonó de repente. Otto se sobresaltó y, levanto el auricular con aprensión (pensó que era el general Brackhane) y con un hilo de voz dijo: “¿Mi general?.
- No. Soy Frangenberg…
Benjamin puso al corriente a Otto de todo lo que había ocurrido, del compartimento hallado en la caja, de su convencimiento de que en las dos bolsas de plástico que él mismo vio cómo metían en un furgón, estaban los cadáveres de sus desaparecidos hombres.

La pregunta seguía siendo la misma: ¿qué es lo que habían ido a buscar a esa caja fuerte?
Y… ¿por qué la propia Policía de Hamburgo había dado su apoyo al intruso utilizando tantos medios?

Ambos llegaron a la misma conclusión: Sea quien fuere el intruso, sabía el lugar exacto donde había que buscar y… el trabajo parecía hecho por un profesional.
Era evidente que, en la caja fuerte de Steinberg había  una copia oculta de la comprometida documentación, que tantos esfuerzos les había costado obtener, y… ¡¡habían ido a llevársela!! 

Hay que informar de ello al General y… actuar ¡¡ya!!. Si tienen los documentos y llegan a manos del Gobierno, TODOS estamos perdidos.
Esta casa ya no es segura. Le propondré a Brakhane que nos reunamos en la que fue mi casa desde que llegué a Hamburgo, en el 2 de la Neustädter Strasse. Aún tengo la llave. ¡Ahora!
Tan solo media hora más tarde, el comité de Crisis (Excepto Hans-Johakim Welauer, que, tras la reunión de la mañana, había partido hacia su Baviera natal), se hallaba alrededor de la misma mesa en la que recibieron, la mañana  de ese mismo día, la bolsa procedente del intercambio efectuado en el Túnel del Elba .
Sin más preámbulos, Gerhardt fue al grano. Y, dirigiéndose al diputado Weinbergen le ordenó: “Use sus contactos en la policía de Hamburgo, y no me importa qué medios tenga que emplear.” En ese momento lanzó una directa y significativa mirada a Otto Gruber. El general prosiguió. “Es vital que sepamos quién es el intruso y qué es lo que han sacado de esa caja fuerte y… sobre todo, dónde está ahora ese material. ¡ahora!
Weinbergen se puso en pie y, sin decir una sola palabra se fue al que fuera el despacho de Frangenberg, justo al lado de la sala, cogió el teléfono, que estaba en el suelo, donde hasta hacía unas horas había un elegante escritorio de caoba con incrustaciones de marfil. Marcó y esperó…

Mientras, Brackhane, con una vitalidad fuera de lo común, clavó su autoritaria mirada en Otto Gruber y le dijo: “No toleraré más errores, si aún existe una copia de la documentación, y recuerde que se nos aseguró   que solo existía el original, que se le entregó al falso correo para que lo llevase a Berlín y DOS copias, la que custodiaba Steinberg, que usted afirmó haber destruido y la que conseguimos esta misma mañana. Ello evidencia que Steinberg usó un señuelo, poniendo en la caja fuerte una burda imitación de la documentación, señuelo que, tanto el psicópata de Heinz como usted mismo, se tragaron. Reúna un equipo de inmediato y dispóngase a intervenir para recuperar, al precio que sea, esa valija.

Fritz Weinbergen regresó a la mesa. Con la tez pálida, inició un titubeante relato de lo que había conseguido averiguar, mediante un simple administrativo, afín a la causa y que estaba en el lugar adecuado y en el momento adecuado, de la Comisaría Central de Hamburgo.
“Al parecer, se confirma lo que temíamos: de algún modo, (puede que Steinberg dejase alguna pista dirigida a Sabine, la nieta de Kurt Vogel) la información acerca del doble fondo de la caja fuerte y su contenido, llego a manos de la periodista y su novio español, un tal Lluís Sáyago y, por consiguiente, al sabueso de Klaus Wiese. Juntos organizaron una incursión a tu nuevo piso (Dijo, dirigiéndose a Frangenberg). Quiso la casualidad que los dos hombres que envió (mirándolo directamente) Otto al piso, se toparan con el tal Lluís Sáyago y que, al parecer no es lo que pretende. Ya lo estamos  investigando.
Este, mató a los dos hombres de Otto y… la policía hizo el resto. Limpió tu casa (mirando a Frangenberg de nuevo) y ha silenciado lo ocurrido.” Dijo, concluyendo su relato.
“Por lo tanto, los documentos deben estar ya bajo la custodia de la policía y, más concretamente, en manos de Klaus Wiese. Ese debería ser nuestro objetivo”

Frangenberg, pensativo, supo que esta versión no coincidía plenamente con la que Otto le había dado. ¿Porqué?

En un tiempo récord, Otto Gruber había conseguido (usando el teléfono) reunir un equipo de  cuatro hombres. Sin apenas darles detalles, solo les marcó su principal objetivo (aunque no el único). Klaus Wiese y los cruciales documentos. Él, personalmente iba a dirigir la operación.
Sonó el teléfono y alguien pidió hablar urgentemente con Weinbergen.
“Herr Weinbergen, el español está ahora mismo en el hotel Lindner Park, y… creo que está con la periodista y el comisario Wiese”
Este informó a sus camaradas y… Brackhane, dirigiéndose a Otto, le  espetó: “Ahí tiene usted su oportunidad. Quiero esos papeles aquí. No importa qué tenga que hacer, pero, hágalo ya”
Otto: “A sus órdenes mi general”. Se cuadró, dando un sonoro taconazo y se encaminó a la habitación donde estaba el teléfono. 

El recepcionista del Lindner Park, dormitaba sobre un taburete tras la barra de recepción y, dentro, en el comedor, Klaus, Lluís, Sabine y Helmut, ajenos a cuanto estaba aconteciendo en el anterior apartamento de Frangenberg, planificaban cómo custodiar la documentación hasta efectuar su entrega al Gobierno de la República Federal. Eran casi las 12 de la noche. Decidieron que sería Helmut el que custodiase la valija hasta que se pudiese concretar su reunión con el jefe del Ejecutivo. Llevar los documentos a la comisaría era demasiado arriesgado.
Había sido un día muy largo y todos estaban exhaustos. Dieron por terminada la reunión, bastante satisfechos con el trabajo realizado. Klaus, que había ido al hotel solo, hizo llamar un taxi para ir directamente a su casa. Mañana había mucho que hacer.
Lluís Sabine y Helmut subieron al ascensor. Descansarían unas horas  y al día siguiente tratarían de ver a Inga.
Antes de darse las buenas noches, Lluís insistió en acompañar a Helmut, que portaba la bolsa con los papeles. Ocultaron la documentación en el falso techo del baño y regresó a su habitación. Sabine seguía enfurruñada desde hacía horas. Estaba furiosa. Había demasiadas cosas que no encajaban y quería explicaciones, explicaciones que solo Lluís le podía dar.
Sabine: Tenemos que hablar.
Lluís se temía que este momento iba a llegar, tarde o temprano. Sobre todo por lo ocurrido en este largo día
- Lo entiendo. ¿Qué quieres saber?, le dijo, tratando de abrazarla.
Ella, que llevaba horas bastante desconcertada con los repentinos cambios mostrados por “su” hombre, dio un paso atrás, rechazando cualquier contacto físico con él. Le dijo, en un tono que no admitía equívoco alguno. “Lluís, quiero saberlo todo y... !¡Ahora! ¿Porqué me ocultaste que sabías hablar mi idioma?,  ¿Qué es lo que ocurre?, ¿Quién eres realmente?, ¿Qué has venido a hacer a Alemania?”
- “Escucha atentamente y… quiero que sepas que, ante todo, te quiero y entiendo perfectamente tu desconcierto, pero… las circunstancias y la importancia de la misión que se me encomendó, no me dejaron otra salida. Tenía que hacerlo. Había (hay) mucho en juego”.
“Todo empezó en Ibiza, hace más de un año...”

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