Jaque Mate Capítulo XXII
Capítulo XXII
Mansión de los Vogel, 16 de abril de
1945. 18:00h
Una ambulancia de la Wehrmacht aparcó
frente a la puerta principal. El soldado que conducía el vehículo se apeó y se
dirigió a la puerta. No tuvo ocasión de llamar. El matrimonio Vogel apareció en
el zaguán, con un par de maletas. Maletas que se apresuraron a entregar al
soldado. Este las colocó a toda prisa en la parte trasera de la ambulancia y
les abrió la puerta lateral indicándoles que se acomodaran. Partieron de
inmediato. Estaba anocheciendo y el pesquero sueco les recogería no más tarde
de la medianoche, en la dársena del diminuto puerto de Harlesiel, en Carolinensiel,
un remoto y solitario lugar de escape al norte de Frisia
El conductor tenía órdenes concretas de
viajar por carreteras secundarias o rurales, por lo que el trayecto inicial
desde Oldenburg hasta el orfanato especial de Aurich, que hubiese costado poco
más de hora y media, les llevó casi tres horas. A las 20:50 la ambulancia
aparcó a la puerta del Sonderwaisenhaus.
Kurt y Gisela entraron. Les recibió la directora de la institución, les llevó a
una especie de sala de espera, donde efectivamente estaban esperándoles unos
sonrientes Helmut y Frida.
Kurt: (ocultando
que el mensaje no se lo había enviado él) Hola hijo. Veo que recibiste mi
misiva. Desde que le conté a mi amigo, el general, lo de vuestro interés por la
adopción de un bebé, ha estado moviendo hilos y… finalmente hoy, esta misma
noche, ahora, vais a ser los nuevos padres de un saludable bebé huérfano, de
tan solo unos meses de vida.
La mujer les indicó que esperasen unos
minutos y despareció tras una puerta La
espera no fue larga. Diez minutos después, la adusta directora regresó. Tras
ella, una enfermera rubia y fornida, la seguía con un bebé de unos tres meses
en brazos. Una segunda enfermera empujaba un carrito de bebé y un pequeño
maletín con ropa. La directora del centro entregó a Helmut y Frida una carpeta
que supuestamente contenía el expediente, con los papeles de la adopción
(evidentemente, la carpeta no contenía información alguna de la procedencia
real del bebé) . A Kurt le libró un sobre cerrado con cuyo remite volvían a
figurar las letras G.B.
Kurt abrió el sobre:
“Junto a este sobre, te habrán entregado
un bebé, que mi propia esposa ha escogido, para que se lo entregues a tu hijo
Helmut. La niña está sana y casi 100% aria. Es mi regalo de despedida. Ve a
Islandia. Nuestra gente te recibirá y te dará acomodo. Ahora sois un matrimonio
sueco y no os podrán tocar. Cuando las aguas bajen, volveremos a vernos. Hay que preparar el
advenimiento del IV Reich. ¡ Heil camarada Kurt !”
Kurt se guardó el sobre en el bolsillo
interior de su americana.
Mientras, Frida había recogido al bebé de
los brazos de la enfermera. Se fijó en cómo miraba a la criatura esa robusta
mujer, rubia y con las facciones del rostro muy masculinas. Casi se diría que
estuvo a punto de resistirse a entregarla a su madre adoptiva. Fijó su vista en
la plaquita de cartón que portaba en el bolsillo superior izquierdo de la
bata. Dora Meyer Krankenschwester
(enfermera). Cuando puso sus ojos en el bebé casi no pudo contener sus
lágrimas. Lo había deseado tanto que aún no lo podía creer. Era una preciosa
niña y estaba despertando en ese momento. Tenía unos enormes y despiertos ojos
de un azul de tonalidad cambiante, según la cantidad de luz que les llegaba.
Supo que la iba a querer mucho y que esa cosita tan pequeña iba a ser su vacuna
contra la terrible enfermedad que le había privado de engendrar su propio hijo.
Helmut la miraba como hipnotizado y, sobre todo daba gracias por el balsámico
efecto que la niña parecía haber ejercido sobre su deprimida esposa. Frida miró
a los ojos de su marido y le dijo: “La llamaremos Sabine”.
Se despidieron, tomando cada cual su
camino. Kurt y Gisela a su exilio temporal en Islandia y Frida y Helmut, hacia
el sur, al lugar de origen de la familia de Frida, un pequeño pueblo llamado
Pulheim, al norte de Colonia.
Pensaban que si circulaban por carreteras
secundarias y rurales, no tendrían problemas en cruzar la línea del ya casi
inexistente frente. Gran parte de los restos del ejército alemán habían
abandonado la lucha y habían regresado a sus casas. Allí, en Pulheim iniciarían
una nueva vida, junto a su preciosa hijita.
Eran ya casi las 12 cuando el conductor
de la ambulancia divisó la señal con el nombre de Carolinensiel. Estaban ya muy cerca. Tomó la carretera 461, que
discurría paralela al rio Harle y que les llevaría directamente a la dársena de
Harlesiel. Allí estaba atracado el Älsvorg. Un barco de tamaño medio, de
unas 80 toneladas, dedicado a la pesca del cangrejo y a “transportes
especiales”.
La ambulancia se
detuvo casi pegada al pesquero y el conductor
se apresuró a subir las maletas al barco. Por la borda de babor,
apareció el capitán Harold Jensen, de origen noruego y que no parecía muy
contento con la carga que iba a admitir en su barco. No obstante, estuvo cortés
(echó un par de miradas a su reloj, torciendo el gesto. Ya eran las 00:04) y se mostró como un buen anfitrión, casi tan
bueno como los honorarios que había aceptado por llevar a aquel matrimonio
“sueco” a Islandia. Retiraron la pasarela y casi inmediatamente, el barco
empezó a separarse del atracadero y a dirigirse a la desembocadura del Harle.
En poco más de una hora, perderían de vista la costa de Frisia, rumbo a
Islandia.
No regresarían a
su querida Alemania hasta veinte años después, en 1965. Su Alemania, ya
separada por un muro, llamado de la vergüenza y alambradas electrificadas. En
ese año, los contactos de ODESSA, habían conseguido convencer a un Tribunal de
la RFA de que no existían pruebas suficientes para encausar a Kurt Vogel por
Crímenes de Guerra y… el resto de acusaciones, habían prescrito al cumplirse
los veinte años.
El delirio de los
dirigentes del Partido Nazi, había convertido “su” Gran Alemania, en dos
“Alemanias”, ocupadas militarmente por los ejércitos de los Aliados más la URSS
Con toda esa
“Ayuda” los permisos para volver a su patria, fueron un puro trámite
En julio de 1965,
Kurt y Gisela regresaron a la casa de Oldenburg
La casa, que no
había sido confiscada por el ejército de ocupación, había quedado a cargo de
su hijo. Helmut, Frida, (hasta el mismo
año de su fallecimiento, en el otoño de 1962) y su hijita, pasaban allí un par
de semanas cada verano. Más por atender el mantenimiento de la misma que por
otra cosa. Era demasiado grande, lúgubre y ostentosa. No se encontraban a gusto
allí demasiado tiempo
Helmut había
contratado a un guarda permanente, que vivía en la misma casa y un jardinero
que mantenía a raya a las hiedras y arbustos que trataban de invadir la
mansión.
Los Vogel, que
habían sabido invertir los recursos que poseían, en gran parte fruto del
expolio perpetrado a la comunidad judía , disponían de una considerable fortuna
No tardaron mucho
en iniciar los trabajos de limpieza y re-acondicionamiento, de la mansión,
contrataron una cocinera, dos lacayos y dos doncellas, además de un
chofer-jardinero y un ama de llaves. Podían permitírselo y… en aquellos años,
los salarios eran bajos y la legislación laboral un tanto laxa con los
poderosos.
En agosto de ese
mismo año 1965, Helmut y su hija Sabine, hecha ya una hermosa mujer, visitaron
a Kurt y Gisela, pasando allí unas insufribles vacaciones, escuchando
pacientemente las anécdotas y aburridísimas vivencias de la pareja de ancianos
en un remoto lugar de Islandia. Ni Helmut ni Sabine, se sentían muy a gusto en
aquella casa, por lo que sus visitas se fueron espaciando cada vez más, hasta
quedar sólo la obligada cena de Nochebuena y poco más
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