martes, 5 de mayo de 2020

Jaque Mate Capítulo XXIV Parte Uno


París, 1971

Capítulo XXIV

Michaela Schroeder se encontraba en su despacho. Pero… su cabeza estaba a años luz de allí, pensaba en lo ocurrido a su jefe. Cada vez que abría el cajón de su escritorio, echaba un vistazo al sobre que le había entregado Hans para Sabine. No entendía por qué no había vuelto a llamarla, desde que dejara un mensaje en su contestador, ¡¡¡ el 26 de julio!!!. ¿Le habría pasado algo también a ella?
Ben Frangenberg, que resultó ser un tipo afable y educado, cuando llegó a hacerse cargo de la dirección del periódico, le rogó que permaneciese en su puesto de trabajo. Necesitaba una secretaria y… le habían dado unas excelentes referencias acerca de su extremada discreción y eficiencia en el puesto.
En estos momentos estaba a punto de salir a comer algo al Lilientahl, local muy frecuentado por el personal del Hamburger. Comería algo ligero y, en un par de horas se iría a casa, donde vivía con su anciana madre. A pesar de su exótica belleza latina, (Su viuda madre napolitana tenía que ver en ello) Michaela no salía mucho con hombres y, si lo hacía, no le duraban mucho. Era excesivamente exigente con sus ocasionales amantes y estaba su madre, que requería de su atención. Con el fin de semana por medio, aprovecharía para ordenar sus papeles y escribir en su diario, cosa que hacía un par de veces a la semana, dejando constancia de todo cuanto le acontecía a diario.    Esa práctica, en ocasiones, no resulta muy saludable.
Enfrascada como estaba en sus pensamientos, se sobresaltó al escuchar el sonido de llamada de la línea interna. Era Gabriela, la telefonista. “Miky, ha llamado una mujer, que dijo llamarse Rita Braun. Cuando le he dicho que si no tenía cita, no podrías recibirla, ha insistido en que tenía el muestrario y que quería que te transmitiese el siguiente el mensaje: Esta tarde, a las 4. En el embarcadero de Harvestehuder, en la orilla este del Ausseralter” ¿Entiendes algo?
Michaela: (Dudó unos segundos, frunciendo el ceño) Ufff, no hagas caso. Es una antigua compañera de la universidad que quiere venderme un lote de cosméticos de no sé qué marca americana. Si vuelve a llamar nunca estoy, ¿ok?
Para Michaela era evidente que se trataba de Sabine. Y… también que había utilizado el teléfono de la centralita para evitar cualquier pinchado o localización. Y había utilizado el nombre de Rita Braun a conciencia. Rita Braun era una compañera de la facultad que se hizo muy popular por su persistencia en tratar de colocar a cada chica de la universidad, lotes de cosméticos de Avon. Por supuesto que de la auténtica Rita Braun no volvieron a saber nada tras la graduación. El mensaje de Sabine era claro… y lo había hecho muy bien.

Olvidó lo de ir al restaurante. Sacaría cualquier fruslería de la expendedora automática que había en la cafetería del periódico, recogería la mesa y se excusaría para llegar al embarcadero del Ausseralter, como se le conocía popularmente, antes de las cuatro. El mensaje de Sabine la había puesto muy nerviosa.
A las 13:45, llegó Benjamin Frangenberg. Sonriente, saludó a Michaela, recogió un par de notas que había en un pincho encima de la mesa y se metió en su despacho. Volvió a salir enseguida y le dijo: “Comunique a los jefes de redacción que esta noche presidiré la reunión del consejo de redacción”. Benjamin quería estar presente. Pretendía influir y, si era posible, manipular en el enfoque del la noticia que hacia tan solo unos minutos que el teletipo había escupido sobre la explosión de la calle Budapest. Los primeros informes apuntaban a una explosión de gas, pero todo estaba muy confuso. Frangenberg no quería esa noticia en primera página.
Michaela: Descuide Sr. Frangenberg, ya me ocupo. Por cierto, si no tiene usted ningún inconveniente, hoy saldré del trabajo media hora antes. He de acompañar a mi madre a su médico. Me iré a las 15:30, pero… antes dejaré preparadas las carpetas para la reunión del consejo. No se preocupe.

Ya casi eran las 10 de la mañana cuando Sabine, Lluís y Klaus entraban en la Uhlenhorst Hohe Polizeikommissariat (Jefatura Superior de Policía de Uhlenhorst). Helmut permanecía en una sala de espera que había junto al mostrador de seguridad. El guardia que había tras el mostrador le dijo a Klaus que había alguien esperándole. Escoltados por Klaus, pasaron el exhaustivo control de seguridad y subieron por las escaleras, a la primera planta. Klaus les hizo pasar a su despacho. La puerta, cuyos dos tercios superiores eran de cristal opaco, ostentaba el cartel: Klaus Wiese, Sonderkommisaar.
Klaus llamó por el interfono: Michael, venga inmediatamente a mi despacho. Y…traiga las pruebas del caso de la chica secuestrada, ya sabe, ESAS que NO tiene. No más allá de un minuto apareció Michael, hombre de absoluta confianza de Klaus. Saludó cordialmente a los tres paisanos, dejó un paquete sobre la mesa e hizo amago de salir. Klaus le instó a que se quedara.
Dirigiéndose especialmente a Sabine dijo: “Como podrás ver, es todo cuanto os describí anoche en el hotel. A la vista de esto, hemos hecho lo correcto  para evitar daños mayores. La mala noticia es que ahora no tenemos nada, absolutamente nada en qué apoyar lo que sabemos es una conspiración en toda regla para derrocar, o más bien reemplazar un gobierno democrático.”

Sabine: Si me permites, Klaus, por lo que, hasta el momento he podido descubrir en la documentación que acabamos de perder, si consiguen sus propósitos, el Gobierno Socialdemócrata se convertirá en rehén de la Gran Industria y de los Mass Media más importantes. Aún teniendo en cuenta que Alemania se encuentra, de facto, ocupada por los ejércitos de los Aliados, estoy segura que la organización planea esta operación a muy largo plazo, como en una estratégica y colosal partida de ajedrez. Sin que la sociedad ni los dirigentes políticos de los partidos democráticos siquiera lo perciban, ellos irán poniendo sus peones en aquellos lugares que sean considerados estratégicamente vitales para tener controlados los sectores que dominarán la economía. En un futuro atemporal, cuando los gobiernos occidentales, empiecen a aflojar la pinza que controla la economía y la política e inicien la evacuación de sus tropas destacadas en la RFA, moverán sus siguientes piezas para, poco a poco, tras fortalecer y liderar la economía europea, ponerse al frente de la Energía, Banca, Industria Pesada y Medios de Comunicación. Su propósito no es otro que el de recuperar el poder sobre el resto de países de la Europa Occidental. Si la opción bélica fue una auténtica catástrofe, especialmente para la derrotada Alemania, quizás la vía económica, paso a paso, les lleve a conseguir su principal objetivo: La restauración del poder del Reich, el IV Reich. Eso llevaría a la humillación a los Gobiernos Occidentales, que, a sus ojos, a los ojos de los resentidos nazis que han urdido estos planes, fueron (son) los responsables directos de no una sino dos humillaciones que se infringieron al pueblo alemán en 1917 y 1945. Recordemos que la venganza, se sirve en plato frío. Y tampoco podemos olvidar que a los nazis, se les puede reprochar cualquier cosa menos falta de disciplina.

Ante tan brillante y, a la postre lógica exposición, Klaus (que estuvo a punto de interrumpir a Sabine un par de ocasiones) hizo como que aplaudía en silencio. “Escuchándote, he ido viendo cómo todo ha ido encajando, como en un enorme rompecabezas”, le dijo, al tiempo que miraba a los atónitos Helmut y Lluís.
Helmut: Si no podemos llevarles ante la justicia, al menos sí podremos advertir al Gobierno de Bonn de aquello que sabemos y de lo que sospechamos. Me llevará un poco de tiempo pero puedo organizar una reunión de alto nivel, de muy alto nivel. Para que, al menos estén prevenidos. Lo malo es que no podemos darles ni un solo nombre, lugar o documento.

Lluís, que presuntamente no entendía nada, miraba a Sabine, de vez en cuando. Ella le devolvía la mirada, pidiéndole, con gestos, que tuviera paciencia, que ya le explicaría luego todo.

Klaus: Está bien, pero… de momento, no vamos a hacer nada. Tengo unos cuantos hombres y mujeres investigando, pero… todas las pistas, nos están llevando a un callejón sin salida.
Suponemos que el cadáver que llevaba una tarjeta de un Hotel de Wenns, era uno de los que os perseguían. Probablemente discutieron por algo y decidieron acabar con él. Están tratando de identificarlo y se ha transmitido su foto y descripción a la Interpol. Esperamos tener más datos en las próximas horas. Además, la pista del Volvo neg…  

En ese momento alguien golpeó repetidas veces el cristal de la puerta. “Herr Komisaar”?
¿Sí? ¿Qué es tan urgente?

El policía de uniforme, se le acercó al oído y le informó de la explosión de la calle Budapest. El comisario que se había desplazado al lugar del suceso, había informado de que, entre los restos del coche siniestrado, se encontró parte de un cadáver… ¡¡¡albino!!!. ¿Cómo?, -dijo Klaus-, totalmente excitado. ¡No puede ser una casualidad!

Lo siento pero he de ir personalmente al lugar. Sabine, regresad al hotel y estad localizables. Yo haré lo necesario para que podáis volver al apartamento de Moltkestrasse, les dijo el comisario.

Sabine y Lluís se despidieron de Helmut y salieron de la comisaría. Pero… Sabine no tenía intención de ir ya al hotel. Se detuvieron en una esquina en la que había un par de cabinas telefónicas.

Espera un momento, he de llamar a Michaela, pero… ahora ya no me fío de nadie. Llamaré a la centralita del periódico y le enviaré un mensaje en clave.
Mientras Sabine hablaba con la telefonista del diario, Lluís se metió en la cabina de al lado e hizo una corta llamada, esta vez un poco más larga que otras veces, supuestamente a su madre, en Valencia.
Comieron algo en un lugar cercano al lago, el café Zur Alster, cerca del Museo de la Artesanía Rural de Hamburgo, en la Rothenbaumchaussee, un lugar tranquilo en el que poder relajarse y charlar mientras hacían tiempo hasta la hora de encontrarse con Michaela. Comieron dos buenas porciones de tarta Sacher con una (para Lluís) gigantesca jarra de café con nata líquida. Allí le contó a Lluís sus planes con Michaela. Ambos estaban intrigados por el inminente encuentro. Pasadas las tres y media, Lluís, instintivamente, pidió la cuenta, solo que…aunque usó frases cortas y sencillas, lo hizo en un alemán sorprendentemente fluido y con una excelente pronunciación. “Se ha aplicado mucho”,-pensó Sabine-. Caminaron hasta las inmediaciones del embarcadero. Como una pareja de novios corriente, se acercaron las taquillas y Sabine pidió un bote de alquiler, pagando por adelantado y en efectivo y dejando una buena propina. (Lluís insistió en escoger un pequeño velero. Añoraba sus paseos por la bahía de Sant Antoni, en Ibiza) “Vamos a tomar algo y en unos minutos volvemos a recoger el bote, queremos ir a la otra orilla del estanque”, le dijo al empleado. “De acuerdo, señorita”, le respondió el chico, con una amplia sonrisa. Y añadió  “Ah, si van a ir a la otra orilla y prefieren no tener que volver, pueden dejar el bote en el embarcadero de mi colega Otto, justo enfrente de aquí, Nos intercambiamos botes en ambas direcciones”

          Aunque no era muy tarde, estaban a finales de septiembre, y ya empezaba a refrescar. Sabine se estremeció por unos segundos. Lluís le puso su chaqueta por los hombros y se sentaron en una mesita, de la terraza que tenía dispuesta el gerente del embarcadero. “Zwei Eis” pidió Lluís, con su nuevo alemán. En un par de minutos acudió el camarero, con aspecto de turco, el rostro muy cetrino y un poblado bigote. Lluís le dejó un billete de 10 marcos sobre la bandejita plateada que ya había dejado el empleado sobre la mesa. Este cogió el billete, lo introdujo en la faltriquera que llevaba anudada a su cintura, y volvió a poner la bandejita sobre la mesa con los 4 marcos sobrantes, solo que uno de los marcos estaba en monedas de 10 Pfening o céntimos de marco. Los alemanes, aunque en poca cuantía, nunca dejan de dar propina y… eso, los inmigrantes lo aprenden rápido.
Mientras se tomaban el helado, Sabine, se incorporó y le hizo señas a Michaela, que acababa de llegar por la acera que orillaba el lago.
En cuanto la vio, aceleró el paso y se acercó a la mesa. Miró a Lluís y le tendió la mano. Sabine hizo una rápida presentación y, dejando el resto del helado sobre la mesa, caminaron hacia la dársena del embarcadero. Un amable empleado les cogió el ticket del alquiler y les franqueó el acceso al pequeño velero. Se montaron y, Lluís, que parecía bastante acostumbrado a llevar este tipo de barcos, lo sacó de allí en unos minutos, poniendo la proa hacia la otra orilla, a unos 300 metros.
Michaela, que estaba muy nerviosa, recriminó a Sabine que hubiese tardado tanto en ponerse en comunicación con ella.
– Pensé que te había ocurrido algo muy malo y más después de lo del pobre Hans.Pero… al leer esto, dijo al tiempo que sacaba de su bolso un sobre color crema con el nombre de Sabine, abierto. Tras tres semanas sin saber nada de ti (nunca me creí lo el reportaje de los empleados de la BMW y la Mercedes), decidí que tenía que saber qué quería Hans que hicieras. Supe que algo muy grave estaba pasando. Hans me entregó el sobre tan solo unos días antes de que su cadáver fuese encontrado. “Si me pasa algo..., lo que sea” (me dijo). Sabía que estaba en peligro y quería que esto te llegara a ti y solo a ti. Afortunadamente, el nuevo director, no sospecha nada de esto y, aunque es muy amable conmigo, después de leer esta nota, se que está involucrado en algo muy turbio.

En el escrito, Hans Steinberg, relataba a Sabine la conversación que había escuchado accidentalmente entre un desconocido y un tal Frangenberg. Al terminar el relato de lo sucedido en las oficinas del Hamburger Abendblatt aquella madrugada del 15 de junio, Steinberg le explicaba lo que había oculto tras el doble fondo de su caja fuerte, y…como debía abrir la trampilla. Sabine se alarmaba más y más, según iba avanzando en la lectura de aquel trozo de papel, pero… una nueva luz parecía brillar allá en el fondo. Tenían que recuperar esos documentos como fuese.

Al fondo del sobre había un trozo de papel amarillo, con la siguiente secuencia numérica: 7, 3, 4 y 1 l (Links); 14, 6, 8 y 2 r (Rechts). Y una llave, supuestamente, la del piso de Steinberg. Su cabeza parecía hervir, sus ideas se le agolpaban una tras otra. ¿Cómo?, ¿Cuándo? Tenían que entrar en la casa, abrir la caja, sacar los papeles y volver a salir del piso, sin levantar sospechas.
Mientras ellas hablaban, Lluís, se las entendía con el manejo de la pequeña embarcación y la iba dirigiendo hacia el embarcadero de la otra orilla. Pretendía estar muy ocupado con ello y, solo les prestaba atención cuando les tenía que advertir de los cambios de la botavara cuando iba a pasar de babor a estribor y viceversa  Allí en medio del lago estaban seguros y tranquilos.
Entonces Michaela le dio una muy mala noticia. Benjamin Frangenberg, sospechoso de estar involucrado en el asesinato de Hans Steinberg, había decidido ocupar el piso que, la viuda e hijas de Steinberg habían vaciado hacía unas pocas semanas. “Aunque no creo que lo ocupe hasta el lunes”.  Se equivocaba…
Esto iba a complicar mucho, pero mucho, las cosas…
          Tenían que actuar y… rápido. Esa misma noche, antes de que Frangenberg se mudase, tenían que colarse en el antiguo piso de Steinberg y conseguir sacar de la caja los microfilmes.
Sabine, dirigiéndose a una nerviosa y temblorosa Michaela, le dio unas instrucciones muy precisas.   – “Por supuesto, no comentarás ni una palabra de todo esto a nadie, absolutamente a nadie. Tu vida estaría en grave peligro. Debes actuar con absoluta normalidad y… estar muy atenta a cuanto diga y haga tu jefe. Solo nos comunicaremos por medio de la cansina de Rita Braun, la vendedora de cosméticos. Llamaré fingiendo ser ella y tú sabrás que tenemos que encontrarnos en la terraza del bar donde hemos alquilado el bote, 15 minutos después de que termines en el trabajo”.
Sabine prosiguió:
– “Si por cualquier causa, tienes que comunicarme algo, sólo si lo crees muy importante, vas a una cabina, llamas este número. Dijo, acercándole un papel con el número directo del Comisario Wiese. Sólo dile que eres Rita Braun, nada más. Esa será la clave para que, él sepa que quieres hablar conmigo. Ese mismo día, a las 16:30, nos encontraremos en el embarcadero”.
Ahora, vuelve a tu casa y haz lo que acostumbras a hacer, no cambies nada. Que nadie perciba que estás cautelosa o nerviosa. Haz vida normal.”

Devolvieron el velero en el embarcadero de la orilla opuesta y se despidieron de Michaela

Sabine y Lluís, tomaron un Taxi y regresaron al Lindner Park-Hagenbeck Hotel.
Tenían que planear la incursión en la casa que Benjamín Frangenberg iba a ocupar, probablemente en 48 horas o… quizá menos, no podían saberlo a ciencia cierta.

          Una vez en el hotel, Sabine llamó al comisario y a su padre. Sin darles más explicaciones, les convocó en el Hotel. No era seguro avanzar nada por teléfono. Cenarían juntos en el mismo lugar, a las 20:00 h

Eran cerca de las seis de la tarde. Salieron a un local cercano a tomar un poco de tarta y café y a planificar cuándo y cómo iban a entrar en el apartamento, abrir la caja y llevarse la documentación. Pero…

          Al mismo tiempo, en la sede del Hamburguer, todo parecía transcurrir con normalidad. Frangenberg tenía intención de minimizar la noticia del la explosión del coche, dijo a los redactores que había recibido una información de fuentes muy confidenciales que apuntaban a un ajuste de cuentas entre grupos de extrema derecha y comunistas. Que, uno de los cadáveres, correspondía a un fugitivo de origen sueco, llamado “el albino”, al que miembros de un grupo antifascista berlinés, perseguía para hacerle pagar por los tres compañeros que murieron en un incendio provocado por él en un edificio que ocupaban los radicales en Berlín.
De ese modo, Frangenberg pretendía, inicialmente, desviar la atención de la opinión pública y de la policía no dándole mayor relevancia a la noticia.
Dijo al jefe de redacción que no se cerrase la portada hasta su regreso. Tenía que atender a los hombres de la mudanza, pero… volvería a tiempo para la habitual reunión del consejo de redacción.
– “En principio iban a venir el lunes, pero… ante mi insistencia, vendrán esta misma tarde”.

          A las 17:00 horas, Benjamin Frangenberg salió de la sede del periódico y, caminando se dirigió hacia el callejón que se hallaba tras el número 50 de la Kaiser Wilhelm Strasse. Esa misma noche ya pretendía dormir en su nueva residencia. Mientras caminaba, pensaba en lo ocurrido durante las últimas semanas y, sonrió. Todo parecía haberse resuelto y… el plan podría seguir avanzando. Lenta pero inexorablemente, irían colocando en su estratégico lugar, las piezas de la gigantesca partida de ajedrez.
Desde el piso, llamó a la agencia de mudanzas y le confirmaron que estaban finalizando la recogida de las pertenencias que él mismo había marcado para que fuesen trasladadas a su nuevo hogar. Que, a lo sumo en dos horas llegarían para descargar y colocar todo en su sitio.
Instintivamente, volvió a echar un vistazo al Patheck Phillip que lucía en si muñeca izquierda y decidió salir a comer algo en algún lugar cercano. Entró en el cercano Lilienthal y pidió la carta.

Frangenberg tomó asiento en una apartada mesa, ordenó que le trajesen una sopa de Gulasch y un poco de estofado de ciervo con arroz blanco.

Apenas si había terminado la sopa cuando… súbitamente se abrió la puerta del local y… Un visiblemente preocupado Otto Gruber, escrutó el pequeño restaurante, fijando sus ojos en la elegante persona que cenaba en la mesa del apartado rincón…
Frangenberg, un tanto alarmado, le hizo señas para que se acercase. No le gustaba Otto y...mucho menos que se le viera en público con él.
-- Benjamin, el guarda de seguridad del periódico me ha dicho que podrías estar aquí cenando. Tenemos que hablar … ¡¡ahora!!. Dijo Otto, tomando asiento sin esperar a que se le invitara a hacerlo.
– Fritz ha recibido un soplo de uno de sus contactos de una comisaría de Hamburgo. Es miembro de la Policía Científica, más concretamente de balística y… les ha entrado un encargo, sumamente confidencial, para que establezcan si existe alguna relación entre una bala, hallada en un cadáver y un arma encontrada entre los restos de la explosión de esta mañana en la Budapesterstrasse. Ese Sonderkommisaar es un sabueso que no va a dejar pasar ni un solo detalle. Pensamos que ya ha establecido la relación entre los captores de Inga y… el “ajuste de cuentas” con el que que pretendías hacer pasar lo de El Albino y Heinz. Tenemos que tomar medidas de seguridad adicionales.

Frangenberg, que había apartado y pedido que se llevasen el estofado de ciervo, se removió, inquieto en su silla, mirando en todas direcciones.

--¿Qué se supone que hemos de hacer para evitar al Comisario y… sobre todo, a qué te refieres con lo de tomar medidas adicionales? ¿No pretenderéis eliminar al policía? Eso sería de una torpeza descomunal

¡No! -Respondió Otto-. Las instrucciones del General Brackhane son tajantes. Tenemos que reforzar vuestra seguridad a cualquier precio. Nos jugamos mucho. De momento y, desde hoy mismo, vas a tener escolta. Dos de mis mejores hombres, de absoluta confianza, estarán vigilantes ante cualquier movimiento sospechoso que pueda detectarse. Eres el nuevo director del periódico y… nadie va a  cuestionar que se te ponga protección. Se hará de una forma discreta, tan discreta que tú apenas si les verás. Ocuparán una vivienda cercana desde la que vigilarán tu casa, (y a ti, pensó el encargado de la Seguridad de Neuestrojanpferdes) y estarán alerta ante cualquier indicio de que te puedan estar siguiendo. ¿Vas a mudarte ya a la casa que ocupaba Steinberg?. Me han informado que están a punto de traerte los muebles...”

La nueva situación no le gustaba nada a Frangenberg, no le gustaba tampoco Otto ni sus métodos, pero… viniendo de quien venía la orden, no lo iba a cuestionar. Les dejaría hacer y se mantendría expectante.

Frangenberg: Precisamente esta misma tarde-noche va a venir el camión de la mudanza con mis pertenencias, apenas unas pocas cosas muy personales. Mi sillón, mi mesa de despacho y poco más. Casi les he tenido que sobornar para que lo hiciesen hoy. De hecho les he prometido una buena propina si, antes de las 22:00 han terminado con todo y se han ido. He de estar en la reunión del consejo de redacción antes de que se cierre la portada.

Poco podía imaginar Frangenberg que ese era el dato que estaba esperando saber Otto. Cuándo iba a quedar vacío el piso…

Sus hombres, que ya habían recibido instrucciones precisas, esperaban la señal para irrumpir en la casa e instalar varios micrófonos, especialmente en la sala principal y en el despacho que Frangenberg estaba a punto de ocupar.

Estos dos hombres, reclutados entre los emergentes neonazis,  nostálgicos del Reich, restos de la extinta SS (Schutzstaffel, literalmente, Cuerpo de Protección)  y simpatizantes extranjeros, eran una fuente inagotable de mano de obra para los dirigentes de ODESSA. Algunos de ellos bien entrenados y dispuestos a servir con fanática lealtad a sus nuevos líderes, aunque ello supusiese tener que eliminar a ciertos “enemigos” o…, si llegaba el caso a algunos “compañeros de armas”, ya estaban instalados en una oficina vacía de un edificio ubicado justo enfrente del nuevo piso de Frangenberg. Habían practicado un discreto orificio en el papel de periódico que, a falta de cortinas o persianas se habían pegado a los ventanales de cristal que daban a la calle. Instalaron una cámara con un potente teleobjetivo, capaz de permitir leer, desde esa distancia, el contenido de una tarjeta de visita y la colocaron, mediante un trípode, delante del orificio hecho en el papel. Era prácticamente imposible detectarlo. Con ello, cualquier movimiento que se produjera en el piso, sería, en la medida de lo posible, escrutado y registrado.
Cuando casi habían terminado esa tarea, alguien llamó a la puerta con los nudillos. No podía ser otro. Nadie, salvo ellos dos y Otto Gruber, sabían de la localización.

Otto: Tenéis que iniciar los preparativos para entrar en la casa esta misma noche, a partir de las 22:00 e instalar estos micrófonos inalámbricos. (al tiempo que les entregaba una copia e las llaves del piso, un maletín que contenía una grabadora de alto rendimiento y una caja con varios micrófonos de última generación y un par de  transmisores-receptores de radio. -Walkie-Talkie-). Dormitorio principal, salón y despacho. Es imprescindible que no dejéis rastro de vuestra incursión. Después regresáis aquí y, por turnos, vigilad cualquier movimiento, registrando en la grabadora todo lo que se hable en esa casa. Quiero estar enterado de TODO, de inmediato. ¡¡A trabajar!!

          Mientras, Frangenberg, impaciente y mirando cada tres minutos su Patheck Philipp, se hallaba ya en la casa, caminado arriba y abajo, de habitación en habitación, curioseando cada armario, cajón o dependencia del piso. Se detuvo delante del anodino óleo que (él sabía) camuflaba, un tanto Ingenuamente, la caja fuerte. Tocó un pequeño botón que había en el marco, tiró de el y lo hizo girar sobre sus disimulados goznes, sacó de su cartera un minúsculo papel y, siguiendo la secuencia 7, 3, 4 y 1 izquierda; 14, 6, 8 y 2 derecha. Con un leve chasquido, la cerradura liberó los pasadores y Benjamin abrió la portezuela. Estaba vacía, como él ya suponía. Inicialmente, pretendía cambiar la combinación y guardar en su interior las cosas y documentos más importantes que, los empleados de la mudanza le habían prometido traer en breve. Volvió a mirar el reloj: 21:00 h En ese momento sonó el interfono del  portero automático.

          Herr Frangenberg?   Wir sind da (estamos aquí)

Transcurrida apenas una hora, los operarios habían subido y colocado las escasas pertenencias y objetos personales del nuevo director del Hamburger Abendblatt. 
El nuevo ocupante, les firmó una hoja a los empleados, deslizando en la mano del que parecía el jefe, un sobre con unos 200 marcos. Los hombres , sonrieron y le dejaron con sus pensamientos.

Frangenberg sacó de su maletín un par de carpetas con diversos documentos. De una de las cajas que le habían dejado en el despacho, extrajo una caja de madera pulida de unos 40 cm. de largo y de unos 8 x 8 cm. De su llavero, escogió una diminuta llave, abrió la caja y, durante unos segundos, contempló su estimada colección de relojes suizos. Eran su pasión: Audemars Piguet, Blancpain, Breitling, Jaeger-Le Coultre,  IWC, Longines, Pathek Philipp, Rolex. Su tesoro.
Introdujo en la caja fuerte los relojes sueltos (la caja de madera no cabía) y las carpetas. Cerró la caja de seguridad, (Mañana ya me ocuparé de cambiar la combinación y de mandar activar la alarma, pensó) apagó las luces y salió de la casa en dirección a la sede del periódico. Tenía que asistir a la reunión del cierre de la edición. Eran las 21:43. Iría andando y sería puntual.

Desde el otro lado de la calle, los hombres de Otto Gruber, observaban los movimientos de Frangenberg, excepto cuando se encontraba frente a la caja fuerte. El propio cuadro, les impedía ver  qué hacía con una caja que había cogido de uno de los paquetes y con unos papeles que llevaba en la mano.

Cuando vieron que se apagaban las luces, esperaron a ver salir su objetivo por la puerta del zaguán del número 50 de la Kaiser-Wilhelm Strasse.
Cogieron las herramientas de trabajo y partieron hacia el piso. Había que actuar con precisión y rapidez. No sabían cuánto iba a durar la reunión en el periódico.

          Eran casi las 19:00 horas cuando Sabine y Lluís llegaban al Lindner Park-Hagenbeck. Cogieron la llave en el mostrador y… cuando estaban a punto de entrar en el ascensor, una voz, a la que en primera instancia no hicieron el menor caso, llamó finalmente su atención. “¡¡Sr. y Sra. Smith!!. El recepcionista repitió hasta tres veces la llamada. –“Aquí tienen un par de mensajes, los ha traído un empleado de la Bayer hace unos minutos”. Al tiempo que les extendía un par de sobres cerrados.
Lluís recogió los sobres y regresó a la puerta del ascensor. Una vez dentro, si esperar a que este se detuviera en la 2ª planta, Sabine rasgó el primer sobre. Era del comisario. Su cara se iluminó mientras leía la nota. Me han llamado del hospital y… hay muchas posibilidades de que se le pueda reimplantar la mano a Inga. Fue de vital importancia, que se conservase en hielo antes de que transcurriese más tiempo desde la amputación. Es una técnica muy novedosa y difícil, pero… ya hay precedentes y me han dado muchas esperanzas. Espero que estés contenta. Ya te avisaré cuando puedas ir a verla. A las ocho estaremos en el hotel.

El otro sobre contenía un breve mensaje de Helmut. Estoy muy preocupado, hija. Espero que tengas buenas noticias. Yo he llamado directamente a Willy Brandt y voy a verme con él en una semana. Aún no sé dónde. Luego hablamos. Llegaré con el comisario

Sabine se abrazó a Lluís y estalló en incontenibles sollozos. Las últimas 48 frenéticas horas no le habían dado tregua y… estuvo a punto de derrumbarse. Entraron en la habitación, se desnudaron y se metieron ambos en la ducha. Apenas si tenían una hora y… no pensaban desaprovecharla. Se entregaron el uno al otro en una breve pero tórrida sesión de sexo sin salir de la ducha. Al fin una buena nueva les había alegrado el día. Aunque, eso no iba a durar mucho.
A las 19:55 salían del ascensor y se dirigían a la salita privada y que ya conocían. Helmut y Klaus ya estaban sentados y trasegando un par de Martinis.

Sabine relató, de forma breve y concisa, las buenas nuevas que le había traído Michaela. Había una vaga esperanza de que pudieran conseguir la última copia de la documentación que se había tenido que entregar a cambio de la vida de Inga.

El comisario tuvo un primer impulso. Ir personalmente con una orden judicial y efectuar un registro oficial. Así lo expresó, para, un segundo después, negando con la cabeza, dijo:. “Pero… no podemos. Si damos un solo paso en esa dirección, sospecharán que buscamos algo y… ya sabemos de lo que son capaces, hay que hacerlo clandestinamente. No podemos correr riesgos”.

Ya es seguro que Frangenberg está implicado y… en cuanto tenga algo concreto en lo que pueda basarme, formularé una acusación y pediré al juez una orden de detención”
¿Entonces? Inquirió Helmut, casi al unísono con Sabine.
Antes de que Klaus pudiera articular una sola palabra, Lluís levantó la mano, requiriendo atención:
En un alemán, cada vez más fluido, lo cual sorprendió bastante a sus tres interlocutores, dijo: – Creo que yo puedo hacerlo. Tengo ciertas habilidades que no conocéis, fruto de una adolescencia diríamos que un poco desviada”.
Aunque tenemos la llave del apartamento, lo más probable es que ya hayan cambiado la cerradura y haya ordenado instalar una alarma electrónica”.

Sabine no salia de su asombro. ¿Dónde estaba el Lluís casi tímido y callado que había conocido? ¿Cómo era posible que, casi repentinamente, su dominio del alemán hubiese avanzado tanto?
Helmut y Klaus observaban atónitos.

Lluís prosiguió: “Esta misma noche haré una primera visita al apartamento a fin de evaluar los accesos, alarma y demás posibles obstáculos”. Dirigiendo su mirada al comisario, le dijo: “Es posible que necesite algo de material y… algo de cobertura si algo sale mal. Pero… no creo”. “En cuanto averigüe la forma de entrar, el resto será pan comido. Si evitamos que los conspiradores sepan que hemos accedido a esta copia de la documentación, les tendremos. Solo será cuestión de tiempo (una vez descifrada la lista de los títeres y sepamos los nombres de los que mueven los hilos) que, las autoridades hagan su  trabajo y metan entre rejas a los responsables. Hasta el momento, que sepamos, hay al menos cuatro asesinatos y un secuestro con mutilación.

Helmut, cada vez más perplejo ante el “despliegue” llevado a cabo por su “yerno”, meditaba.  Estaba acostumbrado a analizar y evaluar todo tipo de situaciones y… había un par de cosas que no encajaban del todo. Prefirió no intervenir… de momento.
Además, estaba esa misteriosa (e “importante”) llamada que le había  transmitido su secretaria personal desde la Bayer, de un tal Ludwig Himmelfahrt. Pero… eso ahora no era tan “importante”. “Ya llamaré”. Pensó

Klaus tomó la palabra: Estoy de acuerdo con Lluís especialmente en lo que se refiere a la discreción  con la que tenemos que manejar esta nueva e inesperada situación. Aparte de Frangenberg, (al que ya he solicitado que le pinchen el teléfono, pero… no creo que eso nos sirva de mucho. Usa siempre una línea “segura”) no sabemos la identidad de los jefes o responsables que están detrás de este asunto, aunque tengamos algunas sospechas como las que pesan sobre el diputado Weinbergen. Creemos que fue él el que urdió (usando sus contactos en la policía de Leverkusen) que se falseara la denuncia del robo del Volvo con el que se os persiguió. Tengo a gente investigando ese tema.

Por otro lado, la policía científica está estudiando minuciosamente los restos, tanto del vehículo como de los dos desgraciados que fueron volados en la explosión de la Budapesterstrasse. Entre los restos se han encontrado dos armas cortas. Una de ellas con silenciador. Balística las va a cotejar  con la bala que se encontró en el cadáver hallado en el bosque. Uno de ellos era, sin lugar  a dudas,  “El Albino”. Una buena pieza. Del otro, aún no se sabe con certeza, pero… el vehículo está a  nombre de Heinz Branderhaus,   del que apenas si hay registro policial alguno, excepción hecha de un par de multas por mal aparcamiento. Su último domicilio conocido estaba en un villorrio de Bonn. La policía local nos ha informado de que en esa dirección no hay mas que un viejo taller de coches abandonado. Hemos remitido sus datos a la Interpol y…, tanto  por esta línea como por la de los forenses, esperamos tener noticias en unas pocas horas.

El problema es: ¿Qué hacemos ahora?. Podríamos ayudarte (mirando a Lluís) a entrar, pero es demasiado arriesgado. Las instancias superiores (por prudencia) aún no están alertadas de esta investigación. Un error y… podrían incluso apartarme del caso. Hay que actuar con mucha cautela.

Sabine, que llevaba varios minutos escuchando las intervenciones con cierta perplejidad, especialmente la de su novio español que, de repente, hablaba (y en alemán) con mucho aplomo y seguridad, estaba bastante alterada, casi enfadada. Aprovechó la pequeña pausa que hizo Klaus y… “No estoy en absoluto de acuerdo con la  incursión (dirigiéndose a Lluís) que pretendes a la casa de Steinberg, que, te recuerdo que YA es la de Frangenberg, y que, en cualquier momento puede presentarse. Ya sabemos cómo actúan. Recordad a Steinberg y a Inga. Es demasiado peligroso, y mucho más para alguien como tú. Que hace tan solo unos meses estabas sirviendo comidas en un restaurante de Ibiza”.

Lluís levanto la mano, tratando de calmar a su amada. Dear, para tu tranquilidad, has de saber que, durante el servicio militar (que en España es obligatorio) recibí un duro entrenamiento. Entrenamiento que, por lo visto nos va a ayudar bastante a resolver, de una manera discreta, la recuperación de esa tan vital información. Mirando al comisario, le dijo: Bien Klaus, sabes que tengo razón y que, si todo sale bien, mi furtiva incursión al piso de Frangenberg es la mejor y, sobre todo, la más discreta de las opciones. Cualquier otra tentativa de llegar hasta la caja fuerte, podría, como decimos en España, “levantar la liebre”, poniendo en guardia a esta gente.

Klaus.- He de convenir que así es, Lluís. Tienes razón, pero… pondré un par de hombres de mi confianza, en las cercanías del apartamento, por si algo saliera mal. Así, si alguien te descubre, serán los primeros en llegar y “detenerte”, como si fueras un vulgar caco. ¿Qué necesitas?

Lluís.- Poca cosa. Cuerdas, un arnés, un simple juego de ganzúas, un pasamontañas, un buen cuchillo de caza y… usa tus contactos y, aunque sea tan tarde, consígueme un plano del piso. No, mejor del edifico entero.

Sabine, pensativa desde hacía varios minutos, tuvo que aceptar a regañadientes, que no solo era un buen plan, era el único plan, al menos en apariencia...

Ya hacía un buen rato que había sonado el gong del reloj de la recepción del hotel. Eran más de las nueve. Cenaron frugalmente y… se pusieron en marcha.

Helmut y Sabine permanecerían en el hotel y… el comisario y Lluís tomaron rumbo a la oficina del Registro de la Propiedad de Hamburgo.

El guardia de seguridad del edificio donde se encontraba el Registro de la Propiedad de Hamburgo, al comprobar la identidad del comisario, y a pesar de la hora, no opuso ningún inconveniente, pero… les aconsejó que para encontrar la información que necesitaban, debían ir al Ayuntamiento, allí en el archivo de la Concejalía de Urbanismo y Construcción, se hallaban los planos de todos los edificios de la ciudad, pero… solamente de aquellos construidos o restaurados desde 1945.
El piso que iba a ocupar Benjamin Frangenberg, se había terminado de construir apenas cuatro años antes, en 1969, como casi todo el distrito financiero.
Tras un par de llamadas a las personas adecuadas, no tardaron mucho en obtener una copia de los planos originales del edificio. Eran las 21:43

El comisario había ordenado a dos de sus hombres de confianza que se apostasen en la azotea de un edificio (el mismo en el que se ubicaba el observatorio de la gente de ODESSA) para seguir los pasos de Lluís en su incursión al piso de Frangenberg.
Mediante el canal de radio de la policía y en una frecuencia especial, informaron a su jefe de su posición y de que el inquilino había salido del piso, hacía tan solo unos minutos. Era el momento. Eran las 21:45

El coche camuflado de la policía se detuvo unos segundos a unos 50 metros del número 50 de la Kaiser-Wilhelm Strasse
Lluís se apeó y el coche se puso en marcha de inmediato.
Sin demasiado esfuerzo, accedió al interior del edificio por la puerta de servicio y, dando grandes zancadas, subiendo las escaleras de tres en tres peldaños, alcanzó la tercera planta, miro someramente el plano y se dirigió hacia el tragaluz o patio interior del edificio. No tardó mucho en llegar a una de las ventanas del piso. Ayudado por una ganzúa, liberó el pasador y entró a un pequeño trastero que había junto a la cocina. Se puso una linterna con una banda elástica en la cabeza, encendió y… el haz de luz le guió, siguiendo las indicaciones del plano, hacia el salón en el que se hallaba su objetivo. La caja fuerte. No había dado un un paso fuera de la cocina, cuando tras  un chasquido, escuchó la alterada voz de uno de los policías apostados enfrente. “Atención, dos sospechosos, acaban de entrar al edificio por la puerta principal, aunque han abierto con una llave, creemos que no son vecinos del edificio. Llevan botas militares y una bolsa negra de tela y… llevan guantes. Es probable que vayan al piso. Esté alerta”. Nuevo chasquido.

Lluís, apagó la linterna y, con la claridad que llegaba de las luminarias de la calle, trató de alcanzar con el mayor sigilo, la caja fuerte. (Solo espero que aún no hayan cambiado la combinación, pensó)
Cuando estaba ya en el salón, oyó que alguien introducía una llave en la cerradura. Se ocultó tras un enorme sofá y se mantuvo en tensión.

Los dos hombres, entraron llenos de confianza en sí mismos, encendieron las luces, dejaron la bolsa de la herramientas sobre el sofá tras el que estaba escondido Lluís y justo en el momento en que uno de ellos se inclinó para coger algo de la bolsa, volvió a sonar el Walkie. “Achtung, ¡¡han encendido las luces!!”

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