Jaque Mate Capítulo XXIV Parte Uno
París, 1971
Capítulo XXIV
Michaela Schroeder se encontraba en su
despacho. Pero… su cabeza estaba a años luz de allí, pensaba en lo ocurrido a
su jefe. Cada vez que abría el cajón de su escritorio, echaba un vistazo al
sobre que le había entregado Hans para Sabine. No entendía por qué no había
vuelto a llamarla, desde que dejara un mensaje en su contestador, ¡¡¡ el 26 de
julio!!!. ¿Le habría pasado algo
también a ella?
Ben Frangenberg, que resultó ser un tipo
afable y educado, cuando llegó a hacerse cargo de la dirección del periódico,
le rogó que permaneciese en su puesto de trabajo. Necesitaba una secretaria y…
le habían dado unas excelentes referencias acerca de su extremada discreción y
eficiencia en el puesto.
En estos momentos estaba a punto de salir
a comer algo al Lilientahl, local muy
frecuentado por el personal del Hamburger. Comería algo ligero y, en un par de
horas se iría a casa, donde vivía con su anciana madre. A pesar de su exótica
belleza latina, (Su viuda madre napolitana tenía que ver en ello) Michaela no
salía mucho con hombres y, si lo hacía, no le duraban mucho. Era excesivamente
exigente con sus ocasionales amantes y estaba su madre, que requería de su
atención. Con el fin de semana por medio, aprovecharía para ordenar sus papeles
y escribir en su diario, cosa que hacía un par de veces a la semana, dejando
constancia de todo cuanto le acontecía a diario. Esa práctica, en ocasiones, no resulta muy saludable.
Enfrascada como estaba en sus
pensamientos, se sobresaltó al escuchar el sonido de llamada de la línea
interna. Era Gabriela, la telefonista. “Miky,
ha llamado una mujer, que dijo llamarse Rita Braun. Cuando le he dicho que si
no tenía cita, no podrías recibirla, ha insistido en que tenía el muestrario y
que quería que te transmitiese el siguiente el mensaje”: Esta tarde, a las 4. En el
embarcadero de Harvestehuder, en la orilla este del Ausseralter” ¿Entiendes algo?
Michaela: (Dudó
unos segundos, frunciendo el ceño) Ufff, no hagas caso. Es una antigua
compañera de la universidad que quiere venderme un lote de cosméticos de no sé
qué marca americana. Si vuelve a llamar nunca estoy, ¿ok?
Para Michaela era evidente que se trataba
de Sabine. Y… también que había utilizado el teléfono de la centralita para
evitar cualquier pinchado o localización. Y había utilizado el nombre de Rita
Braun a conciencia. Rita Braun era una compañera de la facultad que se hizo muy
popular por su persistencia en tratar
de colocar a cada chica de la universidad, lotes de cosméticos de Avon. Por
supuesto que de la auténtica Rita Braun no volvieron a saber nada tras la graduación.
El mensaje de Sabine era claro… y lo había hecho muy bien.
Olvidó lo de ir al restaurante. Sacaría
cualquier fruslería de la expendedora automática que había en la cafetería del
periódico, recogería la mesa y se excusaría para llegar al embarcadero del Ausseralter, como se le conocía
popularmente, antes de las cuatro. El mensaje de Sabine la había puesto muy
nerviosa.
A las 13:45, llegó Benjamin Frangenberg.
Sonriente, saludó a Michaela, recogió un par de notas que había en un pincho
encima de la mesa y se metió en su despacho. Volvió a salir enseguida y le
dijo: “Comunique a los jefes de redacción que esta noche presidiré la reunión
del consejo de redacción”. Benjamin quería estar presente. Pretendía influir y,
si era posible, manipular en el enfoque del la noticia que hacia tan solo unos
minutos que el teletipo había escupido sobre la explosión de la calle Budapest.
Los primeros informes apuntaban a una explosión de gas, pero todo estaba muy
confuso. Frangenberg no quería esa noticia en primera página.
Michaela:
Descuide Sr. Frangenberg, ya me ocupo. Por cierto, si no tiene usted ningún
inconveniente, hoy saldré del trabajo media hora antes. He de acompañar a mi
madre a su médico. Me iré a las 15:30, pero… antes dejaré preparadas las
carpetas para la reunión del consejo. No se preocupe.
Ya casi eran las 10 de la mañana cuando
Sabine, Lluís y Klaus entraban en la Uhlenhorst Hohe Polizeikommissariat (Jefatura Superior de Policía de
Uhlenhorst). Helmut permanecía en una sala de espera que había junto al
mostrador de seguridad. El guardia que había tras el mostrador le dijo a Klaus
que había alguien esperándole. Escoltados por Klaus, pasaron el exhaustivo
control de seguridad y subieron por las escaleras, a la primera planta. Klaus
les hizo pasar a su despacho. La puerta, cuyos dos tercios superiores eran de
cristal opaco, ostentaba el cartel: Klaus Wiese, Sonderkommisaar.
Klaus llamó por el interfono: Michael,
venga inmediatamente a mi despacho. Y…traiga las pruebas del caso de la chica
secuestrada, ya sabe, ESAS que NO tiene. No más allá de un minuto apareció
Michael, hombre de absoluta confianza de Klaus. Saludó cordialmente a los tres
paisanos, dejó un paquete sobre la mesa e hizo amago de salir. Klaus le instó a
que se quedara.
Dirigiéndose especialmente a Sabine dijo:
“Como podrás ver, es todo cuanto os describí anoche en el hotel. A la vista de
esto, hemos hecho lo correcto para
evitar daños mayores. La mala noticia es que ahora no tenemos nada,
absolutamente nada en qué apoyar lo que sabemos es una conspiración en toda
regla para derrocar, o más bien reemplazar un gobierno democrático.”
Sabine: Si me
permites, Klaus, por lo que, hasta el momento he podido descubrir en la
documentación que acabamos de perder, si consiguen sus propósitos, el Gobierno
Socialdemócrata se convertirá en rehén de la Gran Industria y de los Mass Media
más importantes. Aún teniendo en cuenta que Alemania se encuentra, de facto,
ocupada por los ejércitos de los Aliados, estoy segura que la organización
planea esta operación a muy largo plazo, como en una estratégica y colosal
partida de ajedrez. Sin que la sociedad ni los dirigentes políticos de los
partidos democráticos siquiera lo perciban, ellos irán poniendo sus peones en
aquellos lugares que sean considerados estratégicamente vitales para tener
controlados los sectores que dominarán la economía. En un futuro atemporal,
cuando los gobiernos occidentales, empiecen a aflojar la pinza que controla la
economía y la política e inicien la evacuación de sus tropas destacadas en la
RFA, moverán sus siguientes piezas para, poco a poco, tras fortalecer y liderar
la economía europea, ponerse al frente de la Energía, Banca, Industria Pesada y
Medios de Comunicación. Su propósito no es otro que el de recuperar el poder
sobre el resto de países de la Europa Occidental. Si la opción bélica fue una
auténtica catástrofe, especialmente para la derrotada Alemania, quizás la vía
económica, paso a paso, les lleve a conseguir su principal objetivo: La
restauración del poder del Reich, el IV Reich. Eso llevaría a la humillación a
los Gobiernos Occidentales, que, a sus ojos, a los ojos de los resentidos nazis
que han urdido estos planes, fueron (son) los responsables directos de no una
sino dos humillaciones que se infringieron al pueblo alemán en 1917 y 1945.
Recordemos que la venganza, se sirve en plato frío. Y tampoco podemos olvidar
que a los nazis, se les puede reprochar cualquier cosa menos falta de
disciplina.
Ante tan brillante y, a la postre lógica
exposición, Klaus (que estuvo a punto de interrumpir a Sabine un par de
ocasiones) hizo como que aplaudía en silencio. “Escuchándote, he ido viendo
cómo todo ha ido encajando, como en un enorme rompecabezas”, le dijo, al tiempo
que miraba a los atónitos Helmut y Lluís.
Helmut: Si no
podemos llevarles ante la justicia, al menos sí podremos advertir al Gobierno
de Bonn de aquello que sabemos y de lo que sospechamos. Me llevará un poco de
tiempo pero puedo organizar una reunión de alto nivel, de muy alto nivel. Para
que, al menos estén prevenidos. Lo malo es que no podemos darles ni un solo
nombre, lugar o documento.
Lluís, que presuntamente no entendía
nada, miraba a Sabine, de vez en cuando. Ella le devolvía la mirada,
pidiéndole, con gestos, que tuviera paciencia, que ya le explicaría luego todo.
Klaus: Está bien,
pero… de momento, no vamos a hacer nada. Tengo unos cuantos hombres y mujeres
investigando, pero… todas las pistas, nos están llevando a un callejón sin
salida.
Suponemos que el
cadáver que llevaba una tarjeta de un Hotel de Wenns, era uno de los que os
perseguían. Probablemente discutieron por algo y decidieron acabar con él.
Están tratando de identificarlo y se ha transmitido su foto y descripción a la
Interpol. Esperamos tener más datos en las próximas horas. Además, la pista del
Volvo neg…
En ese momento alguien golpeó repetidas
veces el cristal de la puerta. “Herr Komisaar”?
¿Sí? ¿Qué es tan
urgente?
El policía de uniforme, se le acercó al
oído y le informó de la explosión de la calle Budapest. El comisario que se
había desplazado al lugar del suceso, había informado de que, entre los restos
del coche siniestrado, se encontró parte de un cadáver… ¡¡¡albino!!!. ¿Cómo?,
-dijo Klaus-, totalmente excitado. ¡No puede ser una casualidad!
Lo siento pero he
de ir personalmente al lugar. Sabine, regresad al hotel y estad localizables.
Yo haré lo necesario para que podáis volver al apartamento de Moltkestrasse,
les dijo el comisario.
Sabine y Lluís se despidieron de Helmut y
salieron de la comisaría. Pero… Sabine no tenía intención de ir ya al hotel. Se
detuvieron en una esquina en la que había un par de cabinas telefónicas.
Espera un momento, he de llamar a
Michaela, pero… ahora ya no me fío de nadie. Llamaré a la centralita del
periódico y le enviaré un mensaje en clave.
Mientras Sabine hablaba con la
telefonista del diario, Lluís se metió en la cabina de al lado e hizo una corta
llamada, esta vez un poco más larga que otras veces, supuestamente a su madre,
en Valencia.
Comieron algo en un lugar cercano al
lago, el café Zur Alster, cerca del Museo de la Artesanía Rural de Hamburgo, en
la Rothenbaumchaussee, un lugar tranquilo en el que poder relajarse y charlar
mientras hacían tiempo hasta la hora de encontrarse con Michaela. Comieron dos
buenas porciones de tarta Sacher con una (para Lluís) gigantesca jarra de café
con nata líquida. Allí le contó a Lluís sus planes con Michaela. Ambos estaban
intrigados por el inminente encuentro. Pasadas las tres y media, Lluís,
instintivamente, pidió la cuenta, solo que…aunque usó frases cortas y sencillas,
lo hizo en un alemán sorprendentemente fluido y con una excelente
pronunciación. “Se ha aplicado mucho”,-pensó Sabine-. Caminaron hasta las
inmediaciones del embarcadero. Como una pareja de novios corriente, se
acercaron las taquillas y Sabine pidió un bote de alquiler, pagando por
adelantado y en efectivo y dejando una buena propina. (Lluís insistió en
escoger un pequeño velero. Añoraba sus paseos por la bahía de Sant Antoni, en
Ibiza) “Vamos a tomar algo y en unos minutos volvemos a recoger el bote,
queremos ir a la otra orilla del estanque”, le dijo al empleado. “De acuerdo,
señorita”, le respondió el chico, con una amplia sonrisa. Y añadió “Ah, si van a ir a la otra orilla y prefieren
no tener que volver, pueden dejar el bote en el embarcadero de mi colega Otto,
justo enfrente de aquí, Nos intercambiamos botes en ambas direcciones”
Aunque no era muy tarde, estaban a
finales de septiembre, y ya empezaba a refrescar. Sabine se estremeció por unos
segundos. Lluís le puso su chaqueta por los hombros y se sentaron en una
mesita, de la terraza que tenía dispuesta el gerente del embarcadero. “Zwei Eis” pidió Lluís, con su nuevo alemán. En un par de minutos
acudió el camarero, con aspecto de turco, el rostro muy cetrino y un poblado
bigote. Lluís le dejó un billete de 10 marcos sobre la bandejita plateada que
ya había dejado el empleado sobre la mesa. Este cogió el billete, lo introdujo
en la faltriquera que llevaba anudada a su cintura, y volvió a poner la
bandejita sobre la mesa con los 4 marcos sobrantes, solo que uno de los marcos
estaba en monedas de 10 Pfening o
céntimos de marco. Los alemanes, aunque en poca cuantía, nunca dejan de dar
propina y… eso, los inmigrantes lo aprenden rápido.
Mientras se tomaban el helado, Sabine, se
incorporó y le hizo señas a Michaela, que acababa de llegar por la acera que
orillaba el lago.
En cuanto la vio, aceleró el paso y se
acercó a la mesa. Miró a Lluís y le tendió la mano. Sabine hizo una rápida
presentación y, dejando el resto del helado sobre la mesa, caminaron hacia la
dársena del embarcadero. Un amable empleado les cogió el ticket del alquiler y les franqueó el acceso al pequeño velero. Se
montaron y, Lluís, que parecía bastante acostumbrado a llevar este tipo de
barcos, lo sacó de allí en unos minutos, poniendo la proa hacia la otra orilla,
a unos 300 metros.
Michaela, que estaba muy nerviosa,
recriminó a Sabine que hubiese tardado tanto en ponerse en comunicación con
ella.
– Pensé que te
había ocurrido algo muy malo y más después de lo del pobre Hans.Pero… al leer
esto, dijo al tiempo que sacaba de su bolso un sobre color crema con el nombre
de Sabine, abierto. Tras tres semanas sin saber nada de ti (nunca me creí lo el
reportaje de los empleados de la BMW y la Mercedes), decidí que tenía que saber
qué quería Hans que hicieras. Supe que algo muy grave estaba pasando. Hans me
entregó el sobre tan solo unos días antes de que su cadáver fuese encontrado.
“Si me pasa algo..., lo que sea” (me dijo). Sabía que estaba en peligro y
quería que esto te llegara a ti y solo a ti. Afortunadamente, el nuevo
director, no sospecha nada de esto y, aunque es muy amable conmigo, después de
leer esta nota, se que está involucrado en algo muy turbio.
En el escrito, Hans Steinberg, relataba a
Sabine la conversación que había escuchado accidentalmente entre un desconocido
y un tal Frangenberg. Al terminar el relato de lo sucedido en las oficinas del
Hamburger Abendblatt aquella madrugada del 15 de junio, Steinberg le explicaba
lo que había oculto tras el doble fondo de su caja fuerte, y…como debía abrir
la trampilla. Sabine se alarmaba más y más, según iba avanzando en la lectura
de aquel trozo de papel, pero… una nueva luz parecía brillar allá en el fondo.
Tenían que recuperar esos documentos como fuese.
Al fondo del
sobre había un trozo de papel amarillo, con la siguiente secuencia numérica: 7,
3, 4 y 1 l (Links); 14, 6, 8 y 2 r (Rechts). Y una llave, supuestamente, la del piso de Steinberg. Su
cabeza parecía hervir, sus ideas se le agolpaban una tras otra. ¿Cómo?,
¿Cuándo? Tenían que entrar en la casa, abrir la caja, sacar los papeles y
volver a salir del piso, sin levantar sospechas.
Mientras ellas hablaban, Lluís, se las
entendía con el manejo de la pequeña embarcación y la iba dirigiendo hacia el
embarcadero de la otra orilla. Pretendía estar muy ocupado con ello y, solo les
prestaba atención cuando les tenía que advertir de los cambios de la botavara
cuando iba a pasar de babor a estribor y viceversa Allí en medio del lago estaban seguros y
tranquilos.
Entonces Michaela le dio una muy mala
noticia. Benjamin Frangenberg, sospechoso de estar involucrado en el asesinato
de Hans Steinberg, había decidido ocupar el piso que, la viuda e hijas de
Steinberg habían vaciado hacía unas pocas semanas. “Aunque no creo que lo ocupe hasta el lunes”. Se equivocaba…
Esto iba a complicar mucho, pero mucho,
las cosas…
Tenían
que actuar y… rápido. Esa misma noche, antes de que Frangenberg se mudase,
tenían que colarse en el antiguo piso de Steinberg y conseguir sacar de la caja
los microfilmes.
Sabine, dirigiéndose a una nerviosa y
temblorosa Michaela, le dio unas instrucciones muy precisas. – “Por supuesto, no comentarás ni una palabra
de todo esto a nadie, absolutamente a nadie. Tu vida estaría en grave peligro.
Debes actuar con absoluta normalidad y… estar muy atenta a cuanto diga y haga
tu jefe. Solo nos comunicaremos por medio de la cansina de Rita Braun, la
vendedora de cosméticos. Llamaré fingiendo ser ella y tú sabrás que tenemos que
encontrarnos en la terraza del bar donde hemos alquilado el bote, 15 minutos
después de que termines en el trabajo”.
Sabine prosiguió:
– “Si por cualquier causa, tienes que comunicarme algo, sólo si
lo crees muy importante, vas a una
cabina, llamas este número. Dijo, acercándole un papel con el número directo
del Comisario Wiese. Sólo dile que eres Rita Braun, nada más. Esa será la clave
para que, él sepa que quieres hablar conmigo. Ese mismo día, a las 16:30, nos
encontraremos en el embarcadero”.
Ahora, vuelve a
tu casa y haz lo que acostumbras a hacer, no cambies nada. Que nadie perciba
que estás cautelosa o nerviosa. Haz vida normal.”
Devolvieron el velero en el embarcadero
de la orilla opuesta y se despidieron de Michaela
Sabine y Lluís, tomaron un Taxi y
regresaron al Lindner Park-Hagenbeck Hotel.
Tenían que planear la incursión en la
casa que Benjamín Frangenberg iba a ocupar, probablemente en 48 horas o… quizá
menos, no podían saberlo a ciencia cierta.
Una
vez en el hotel, Sabine llamó al comisario y a su padre. Sin darles más
explicaciones, les convocó en el Hotel. No era seguro avanzar nada por
teléfono. Cenarían juntos en el mismo lugar, a las 20:00 h
Eran cerca de las seis de la tarde.
Salieron a un local cercano a tomar un poco de tarta y café y a planificar
cuándo y cómo iban a entrar en el apartamento, abrir la caja y llevarse la
documentación. Pero…
Al
mismo tiempo, en la sede del Hamburguer, todo parecía transcurrir con
normalidad. Frangenberg tenía intención de minimizar la noticia del la
explosión del coche, dijo a los redactores que había recibido una información
de fuentes muy confidenciales que apuntaban a un ajuste de cuentas entre grupos
de extrema derecha y comunistas. Que, uno de los cadáveres, correspondía a un
fugitivo de origen sueco, llamado “el albino”, al que miembros de un grupo
antifascista berlinés, perseguía para hacerle pagar por los tres compañeros que
murieron en un incendio provocado por él en un edificio que ocupaban los
radicales en Berlín.
De ese modo, Frangenberg pretendía, inicialmente,
desviar la atención de la opinión pública y de la policía no dándole mayor
relevancia a la noticia.
Dijo al jefe de redacción que no se cerrase la
portada hasta su regreso. Tenía que atender a los hombres de la mudanza, pero…
volvería a tiempo para la habitual reunión del consejo de redacción.
– “En principio iban a venir el lunes, pero… ante mi
insistencia, vendrán esta misma tarde”.
A las
17:00 horas, Benjamin Frangenberg salió de la sede del periódico y, caminando
se dirigió hacia el callejón que se hallaba tras el número 50 de la Kaiser
Wilhelm Strasse. Esa misma noche ya pretendía dormir en su nueva residencia.
Mientras caminaba, pensaba en lo ocurrido durante las últimas semanas y,
sonrió. Todo parecía haberse resuelto y… el plan podría seguir avanzando. Lenta
pero inexorablemente, irían colocando en su estratégico lugar, las piezas de la
gigantesca partida de ajedrez.
Desde el piso, llamó a la agencia de mudanzas y le
confirmaron que estaban finalizando la recogida de las pertenencias que él
mismo había marcado para que fuesen trasladadas a su nuevo hogar. Que, a lo
sumo en dos horas llegarían para descargar y colocar todo en su sitio.
Instintivamente, volvió a echar un vistazo al
Patheck Phillip que lucía en si muñeca izquierda y decidió salir a comer algo
en algún lugar cercano. Entró en el cercano Lilienthal
y pidió la carta.
Frangenberg tomó asiento en una apartada mesa,
ordenó que le trajesen una sopa de Gulasch y un poco de estofado de ciervo con
arroz blanco.
Apenas si había terminado la sopa cuando…
súbitamente se abrió la puerta del local y… Un visiblemente preocupado Otto
Gruber, escrutó el pequeño restaurante, fijando sus ojos en la elegante persona
que cenaba en la mesa del apartado rincón…
Frangenberg, un tanto alarmado, le hizo señas para
que se acercase. No le gustaba Otto y...mucho menos que se le viera en público
con él.
-- Benjamin, el guarda de seguridad del periódico me
ha dicho que podrías estar aquí cenando. Tenemos que hablar … ¡¡ahora!!. Dijo
Otto, tomando asiento sin esperar a que se le invitara a hacerlo.
– Fritz ha recibido un soplo de uno de sus contactos
de una comisaría de Hamburgo. Es miembro de la Policía Científica, más
concretamente de balística y… les ha entrado un encargo, sumamente
confidencial, para que establezcan si existe alguna relación entre una bala,
hallada en un cadáver y un arma encontrada entre los restos de la explosión de
esta mañana en la Budapesterstrasse. Ese Sonderkommisaar
es un sabueso que no va a dejar pasar ni un solo detalle. Pensamos que ya ha
establecido la relación entre los captores de Inga y… el “ajuste de cuentas”
con el que que pretendías hacer pasar lo de El Albino y Heinz. Tenemos que
tomar medidas de seguridad adicionales.
Frangenberg, que había apartado y pedido que se
llevasen el estofado de ciervo, se removió, inquieto en su silla, mirando en
todas direcciones.
--¿Qué se supone que hemos de hacer para evitar al
Comisario y… sobre todo, a qué te refieres con lo de tomar medidas adicionales? ¿No pretenderéis eliminar al policía?
Eso sería de una torpeza descomunal
¡No! -Respondió Otto-. Las instrucciones del General
Brackhane son tajantes. Tenemos que reforzar vuestra seguridad a cualquier
precio. Nos jugamos mucho. De momento y, desde hoy mismo, vas a tener escolta.
Dos de mis mejores hombres, de absoluta confianza, estarán vigilantes ante
cualquier movimiento sospechoso que pueda detectarse. Eres el nuevo director
del periódico y… nadie va a cuestionar
que se te ponga protección. Se hará de una forma discreta, tan discreta que tú
apenas si les verás. Ocuparán una vivienda cercana desde la que vigilarán tu
casa, (y a ti, pensó el encargado de la Seguridad de Neuestrojanpferdes) y
estarán alerta ante cualquier indicio de que te puedan estar siguiendo. ¿Vas a
mudarte ya a la casa que ocupaba Steinberg?. Me han informado que están a punto
de traerte los muebles...”
La nueva situación no le gustaba nada a Frangenberg,
no le gustaba tampoco Otto ni sus métodos, pero… viniendo de quien venía la
orden, no lo iba a cuestionar. Les dejaría hacer y se mantendría expectante.
Frangenberg: Precisamente esta misma tarde-noche va
a venir el camión de la mudanza con mis pertenencias, apenas unas pocas cosas
muy personales. Mi sillón, mi mesa de despacho y poco más. Casi les he tenido
que sobornar para que lo hiciesen hoy. De hecho les he prometido una buena
propina si, antes de las 22:00 han terminado con todo y se han ido. He de estar
en la reunión del consejo de redacción antes de que se cierre la portada.
Poco podía imaginar Frangenberg que ese era el dato
que estaba esperando saber Otto. Cuándo iba a quedar vacío el piso…
Sus hombres, que ya habían recibido instrucciones
precisas, esperaban la señal para irrumpir en la casa e instalar varios
micrófonos, especialmente en la sala principal y en el despacho que Frangenberg
estaba a punto de ocupar.
Estos dos hombres, reclutados entre los emergentes
neonazis, nostálgicos del Reich, restos
de la extinta SS (Schutzstaffel, literalmente, Cuerpo de Protección) y simpatizantes extranjeros, eran una fuente
inagotable de mano de obra para los
dirigentes de ODESSA. Algunos de ellos bien entrenados y dispuestos a servir con fanática lealtad a sus nuevos
líderes, aunque ello supusiese tener que eliminar a ciertos “enemigos” o…, si
llegaba el caso a algunos “compañeros de armas”, ya estaban instalados en una
oficina vacía de un edificio ubicado justo enfrente del nuevo piso de
Frangenberg. Habían practicado un discreto orificio en el papel de periódico
que, a falta de cortinas o persianas se habían pegado a los ventanales de cristal
que daban a la calle. Instalaron una cámara con un potente teleobjetivo, capaz
de permitir leer, desde esa distancia, el contenido de una tarjeta de visita y
la colocaron, mediante un trípode, delante del orificio hecho en el papel. Era
prácticamente imposible detectarlo. Con ello, cualquier movimiento que se
produjera en el piso, sería, en la medida de lo posible, escrutado y
registrado.
Cuando casi habían terminado esa tarea, alguien
llamó a la puerta con los nudillos. No podía ser otro. Nadie, salvo ellos dos y
Otto Gruber, sabían de la localización.
Otto: Tenéis que iniciar los preparativos para
entrar en la casa esta misma noche, a partir de las 22:00 e instalar estos
micrófonos inalámbricos. (al tiempo que les entregaba una copia e las llaves
del piso, un maletín que contenía una grabadora de alto rendimiento y una caja
con varios micrófonos de última generación y un par de transmisores-receptores de radio.
-Walkie-Talkie-). Dormitorio principal, salón y despacho. Es imprescindible que
no dejéis rastro de vuestra incursión. Después regresáis aquí y, por turnos,
vigilad cualquier movimiento, registrando en la grabadora todo lo que se hable
en esa casa. Quiero estar enterado de TODO, de inmediato. ¡¡A trabajar!!
Mientras,
Frangenberg, impaciente y mirando cada tres minutos su Patheck Philipp, se
hallaba ya en la casa, caminado arriba y abajo, de habitación en habitación,
curioseando cada armario, cajón o dependencia del piso. Se detuvo delante del
anodino óleo que (él sabía) camuflaba, un tanto Ingenuamente, la caja fuerte.
Tocó un pequeño botón que había en el marco, tiró de el y lo hizo girar sobre
sus disimulados goznes, sacó de su cartera un minúsculo papel y, siguiendo la
secuencia 7, 3, 4 y 1 izquierda; 14, 6, 8 y 2 derecha. Con un leve chasquido,
la cerradura liberó los pasadores y Benjamin abrió la portezuela. Estaba vacía,
como él ya suponía. Inicialmente, pretendía cambiar la combinación y guardar en
su interior las cosas y documentos más importantes que, los empleados de la
mudanza le habían prometido traer en breve. Volvió a mirar el reloj: 21:00 h En
ese momento sonó el interfono del
portero automático.
Herr
Frangenberg? Wir sind da (estamos aquí)
Transcurrida apenas una hora, los operarios habían
subido y colocado las escasas pertenencias y objetos personales del nuevo
director del Hamburger Abendblatt.
El nuevo ocupante, les firmó una hoja a los
empleados, deslizando en la mano del que parecía el jefe, un sobre con unos 200
marcos. Los hombres , sonrieron y le dejaron con sus pensamientos.
Frangenberg sacó de su maletín un par de carpetas
con diversos documentos. De una de las cajas que le habían dejado en el
despacho, extrajo una caja de madera pulida de unos 40 cm. de largo y de unos 8
x 8 cm. De su llavero, escogió una diminuta llave, abrió la caja y, durante
unos segundos, contempló su estimada colección de relojes suizos. Eran su
pasión: Audemars Piguet, Blancpain,
Breitling, Jaeger-Le Coultre, IWC,
Longines, Pathek Philipp, Rolex. Su tesoro.
Introdujo en la caja fuerte los relojes sueltos (la
caja de madera no cabía) y las carpetas. Cerró la caja de seguridad, (Mañana ya
me ocuparé de cambiar la combinación y de mandar activar la alarma, pensó)
apagó las luces y salió de la casa en dirección a la sede del periódico. Tenía
que asistir a la reunión del cierre de la edición. Eran las 21:43. Iría andando
y sería puntual.
Desde el otro lado de la calle, los hombres de Otto
Gruber, observaban los movimientos de Frangenberg, excepto cuando se encontraba
frente a la caja fuerte. El propio cuadro, les impedía ver qué hacía con una caja que había cogido de
uno de los paquetes y con unos papeles que llevaba en la mano.
Cuando vieron que se apagaban las luces, esperaron a
ver salir su objetivo por la puerta del zaguán del número 50 de la
Kaiser-Wilhelm Strasse.
Cogieron las herramientas de trabajo y partieron
hacia el piso. Había que actuar con precisión y rapidez. No sabían cuánto iba a
durar la reunión en el periódico.
Eran
casi las 19:00 horas cuando Sabine y Lluís llegaban al Lindner
Park-Hagenbeck. Cogieron la llave en el mostrador y… cuando estaban a punto de
entrar en el ascensor, una voz, a la que en primera instancia no hicieron el
menor caso, llamó finalmente su atención. “¡¡Sr. y Sra. Smith!!. El
recepcionista repitió hasta tres veces la llamada. –“Aquí tienen un par de
mensajes, los ha traído un empleado de la Bayer hace unos minutos”. Al tiempo
que les extendía un par de sobres cerrados.
Lluís recogió los sobres y regresó a la
puerta del ascensor. Una vez dentro, si esperar a que este se detuviera en la
2ª planta, Sabine rasgó el primer sobre. Era del comisario. Su cara se iluminó
mientras leía la nota. Me han llamado del
hospital y… hay muchas posibilidades de que se le pueda reimplantar la mano a
Inga. Fue de vital importancia, que se conservase en hielo antes de que
transcurriese más tiempo desde la amputación. Es una técnica muy novedosa y
difícil, pero… ya hay precedentes y me han dado muchas esperanzas. Espero que
estés contenta. Ya te avisaré cuando puedas ir a verla. A las ocho estaremos en
el hotel.
El otro sobre contenía un breve mensaje
de Helmut. Estoy muy preocupado, hija.
Espero que tengas buenas noticias. Yo he llamado directamente a Willy Brandt y
voy a verme con él en una semana. Aún no sé dónde. Luego hablamos. Llegaré con
el comisario
Sabine se abrazó a Lluís y estalló en
incontenibles sollozos. Las últimas 48 frenéticas horas no le habían dado
tregua y… estuvo a punto de derrumbarse. Entraron en la habitación, se
desnudaron y se metieron ambos en la ducha. Apenas si tenían una hora y… no
pensaban desaprovecharla. Se entregaron el uno al otro en una breve pero
tórrida sesión de sexo sin salir de la ducha. Al fin una buena nueva les había
alegrado el día. Aunque, eso no iba a durar mucho.
A las 19:55 salían del ascensor y se
dirigían a la salita privada y que ya conocían. Helmut y Klaus ya estaban
sentados y trasegando un par de Martinis.
Sabine relató, de forma breve y concisa,
las buenas nuevas que le había traído Michaela. Había una vaga esperanza de que
pudieran conseguir la última copia de la documentación que se había tenido que
entregar a cambio de la vida de Inga.
El comisario tuvo un primer impulso. Ir
personalmente con una orden judicial y efectuar un registro oficial. Así lo
expresó, para, un segundo después, negando con la cabeza, dijo:. “Pero… no
podemos. Si damos un solo paso en esa dirección, sospecharán que buscamos algo
y… ya sabemos de lo que son capaces, hay que hacerlo clandestinamente. No
podemos correr riesgos”.
Ya es seguro que Frangenberg está
implicado y… en cuanto tenga algo concreto en lo que pueda basarme, formularé
una acusación y pediré al juez una orden de detención”
¿Entonces? Inquirió Helmut, casi al
unísono con Sabine.
Antes de que Klaus pudiera articular una
sola palabra, Lluís levantó la mano, requiriendo atención:
En un alemán, cada vez más fluido, lo
cual sorprendió bastante a sus tres interlocutores, dijo: – Creo que yo puedo
hacerlo. Tengo ciertas habilidades que no conocéis, fruto de una adolescencia
diríamos que un poco desviada”.
Aunque tenemos la llave del apartamento,
lo más probable es que ya hayan cambiado la cerradura y haya ordenado instalar
una alarma electrónica”.
Sabine no salia de su asombro. ¿Dónde
estaba el Lluís casi tímido y callado que había conocido? ¿Cómo era posible
que, casi repentinamente, su dominio del alemán hubiese avanzado tanto?
Helmut y Klaus observaban atónitos.
Lluís prosiguió: “Esta misma noche haré
una primera visita al apartamento a fin de evaluar los accesos, alarma y demás
posibles obstáculos”. Dirigiendo su mirada al comisario, le dijo: “Es posible
que necesite algo de material y… algo de cobertura si algo sale mal. Pero… no
creo”. “En cuanto averigüe la forma de entrar, el resto será pan comido. Si
evitamos que los conspiradores sepan que hemos accedido a esta copia de la
documentación, les tendremos. Solo será cuestión de tiempo (una vez descifrada
la lista de los títeres y sepamos los nombres de los que mueven los hilos) que,
las autoridades hagan su trabajo y metan
entre rejas a los responsables. Hasta el momento, que sepamos, hay al menos
cuatro asesinatos y un secuestro con mutilación.
Helmut, cada vez más perplejo ante el
“despliegue” llevado a cabo por su “yerno”, meditaba. Estaba acostumbrado a analizar y evaluar todo
tipo de situaciones y… había un par de cosas que no encajaban del todo.
Prefirió no intervenir… de momento.
Además, estaba esa misteriosa (e
“importante”) llamada que le había
transmitido su secretaria personal desde la Bayer, de un tal Ludwig
Himmelfahrt. Pero… eso ahora no era tan “importante”. “Ya llamaré”. Pensó
Klaus tomó la palabra: Estoy de acuerdo
con Lluís especialmente en lo que se refiere a la discreción con la que tenemos que manejar esta nueva e
inesperada situación. Aparte de Frangenberg, (al que ya he solicitado que le
pinchen el teléfono, pero… no creo que eso nos sirva de mucho. Usa siempre una
línea “segura”) no sabemos la identidad de los jefes o responsables que están
detrás de este asunto, aunque tengamos algunas sospechas como las que pesan
sobre el diputado Weinbergen. Creemos que fue él el que urdió (usando sus
contactos en la policía de Leverkusen) que se falseara la denuncia del robo del
Volvo con el que se os persiguió. Tengo a gente investigando ese tema.
Por otro lado, la policía científica está
estudiando minuciosamente los restos, tanto del vehículo como de los dos
desgraciados que fueron volados en la explosión de la Budapesterstrasse. Entre
los restos se han encontrado dos armas cortas. Una de ellas con silenciador.
Balística las va a cotejar con la bala
que se encontró en el cadáver hallado en el bosque. Uno de ellos era, sin
lugar a dudas, “El Albino”. Una buena pieza. Del otro, aún
no se sabe con certeza, pero… el vehículo está a nombre de Heinz Branderhaus, del que apenas si hay registro policial
alguno, excepción hecha de un par de multas por mal aparcamiento. Su último
domicilio conocido estaba en un villorrio de Bonn. La policía local nos ha
informado de que en esa dirección no hay mas que un viejo taller de coches
abandonado. Hemos remitido sus datos a la Interpol y…, tanto por esta línea como por la de los forenses,
esperamos tener noticias en unas pocas horas.
El problema es: ¿Qué hacemos ahora?.
Podríamos ayudarte (mirando a Lluís) a entrar, pero es demasiado arriesgado.
Las instancias superiores (por prudencia) aún no están alertadas de esta
investigación. Un error y… podrían incluso apartarme del caso. Hay que actuar
con mucha cautela.
Sabine, que llevaba varios minutos
escuchando las intervenciones con cierta perplejidad, especialmente la de su
novio español que, de repente, hablaba (y en alemán) con mucho aplomo y
seguridad, estaba bastante alterada, casi enfadada. Aprovechó la pequeña pausa
que hizo Klaus y… “No estoy en absoluto de acuerdo con la incursión (dirigiéndose a Lluís) que
pretendes a la casa de Steinberg, que, te recuerdo que YA es la de Frangenberg,
y que, en cualquier momento puede presentarse. Ya sabemos cómo actúan. Recordad
a Steinberg y a Inga. Es demasiado peligroso, y mucho más para alguien como tú.
Que hace tan solo unos meses estabas sirviendo comidas en un restaurante de
Ibiza”.
Lluís levanto la mano, tratando de calmar
a su amada. Dear, para tu
tranquilidad, has de saber que, durante el servicio militar (que en España es
obligatorio) recibí un duro entrenamiento. Entrenamiento que, por lo visto nos
va a ayudar bastante a resolver, de una manera discreta, la recuperación de esa
tan vital información. Mirando al comisario, le dijo: Bien Klaus, sabes que
tengo razón y que, si todo sale bien, mi furtiva incursión al piso de
Frangenberg es la mejor y, sobre todo, la más discreta de las opciones.
Cualquier otra tentativa de llegar hasta la caja fuerte, podría, como decimos
en España, “levantar la liebre”, poniendo en guardia a esta gente.
Klaus.- He de convenir que así es, Lluís.
Tienes razón, pero… pondré un par de hombres de mi confianza, en las cercanías
del apartamento, por si algo saliera mal. Así, si alguien te descubre, serán
los primeros en llegar y “detenerte”, como si fueras un vulgar caco. ¿Qué
necesitas?
Lluís.- Poca cosa. Cuerdas, un arnés, un
simple juego de ganzúas, un pasamontañas, un buen cuchillo de caza y… usa tus
contactos y, aunque sea tan tarde, consígueme un plano del piso. No, mejor del
edifico entero.
Sabine, pensativa desde hacía varios
minutos, tuvo que aceptar a regañadientes, que no solo era un buen plan, era el
único plan, al menos en apariencia...
Ya hacía un buen rato que había sonado el
gong del reloj de la recepción del hotel. Eran más de las nueve. Cenaron
frugalmente y… se pusieron en marcha.
Helmut y Sabine permanecerían en el hotel
y… el comisario y Lluís tomaron rumbo a la oficina del Registro de la Propiedad
de Hamburgo.
El guardia de seguridad del edificio
donde se encontraba el Registro de la Propiedad de Hamburgo, al comprobar la
identidad del comisario, y a pesar de la hora, no opuso ningún inconveniente,
pero… les aconsejó que para encontrar la información que necesitaban, debían ir
al Ayuntamiento, allí en el archivo de la Concejalía de Urbanismo y
Construcción, se hallaban los planos de todos los edificios de la ciudad, pero…
solamente de aquellos construidos o restaurados desde 1945.
El piso que iba a ocupar Benjamin
Frangenberg, se había terminado de construir apenas cuatro años antes, en 1969,
como casi todo el distrito financiero.
Tras un par de llamadas a las personas
adecuadas, no tardaron mucho en obtener una copia de los planos originales del
edificio. Eran las 21:43
El comisario había ordenado a dos de sus
hombres de confianza que se apostasen en la azotea de un edificio (el mismo en
el que se ubicaba el observatorio de la gente de ODESSA) para seguir los pasos
de Lluís en su incursión al piso de Frangenberg.
Mediante el canal de radio de la policía
y en una frecuencia especial, informaron a su jefe de su posición y de que el
inquilino había salido del piso, hacía tan solo unos minutos. Era el momento.
Eran las 21:45
El coche camuflado de la policía se
detuvo unos segundos a unos 50 metros del número 50 de la Kaiser-Wilhelm Strasse
Lluís se apeó y el coche se puso en
marcha de inmediato.
Sin demasiado esfuerzo, accedió al
interior del edificio por la puerta de servicio y, dando grandes zancadas,
subiendo las escaleras de tres en tres peldaños, alcanzó la tercera planta,
miro someramente el plano y se dirigió hacia el tragaluz o patio interior del
edificio. No tardó mucho en llegar a una de las ventanas del piso. Ayudado por
una ganzúa, liberó el pasador y entró a un pequeño trastero que había junto a
la cocina. Se puso una linterna con una banda elástica en la cabeza, encendió
y… el haz de luz le guió, siguiendo las indicaciones del plano, hacia el salón
en el que se hallaba su objetivo. La caja fuerte. No había dado un un paso
fuera de la cocina, cuando tras un
chasquido, escuchó la alterada voz de uno de los policías apostados enfrente.
“Atención, dos sospechosos, acaban de entrar al edificio por la puerta
principal, aunque han abierto con una llave, creemos que no son vecinos del
edificio. Llevan botas militares y una bolsa negra de tela y… llevan guantes.
Es probable que vayan al piso. Esté alerta”. Nuevo chasquido.
Lluís, apagó la linterna y, con la
claridad que llegaba de las luminarias de la calle, trató de alcanzar con el
mayor sigilo, la caja fuerte. (Solo espero que aún no hayan cambiado la
combinación, pensó)
Cuando estaba ya en el salón, oyó que
alguien introducía una llave en la cerradura. Se ocultó tras un enorme sofá y
se mantuvo en tensión.
Los dos hombres, entraron llenos de
confianza en sí mismos, encendieron las luces, dejaron la bolsa de la
herramientas sobre el sofá tras el que estaba escondido Lluís y justo en el
momento en que uno de ellos se inclinó para coger algo de la bolsa, volvió a
sonar el Walkie. “Achtung, ¡¡han encendido las luces!!”
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