Jaque Mate Capítulo XXVI Parte I
En el Café Sant Joan, 29 de enero de 2019. Víspera de la presentación de Jaque Mate
Capítulo XXVI
23 de septiembre, 03.00 de la madrugada. Parque situado enfrente
del Hotel Lindner Park-Hagenbeck, que esa noche apenas si tenía unos pocos
clientes.
El contacto de la Comisaría no solo les había señalado el Hotel,
sino también que las 3 habitaciones habían sido reservadas por personal de la
Bayer (relacionado con el hijo de Kurt Vogel) y que una de ellas estaba ocupada
por Helmut y otra por el tal Lluís Sáyago y Sabine, la nieta de Kurt. También
les habían transmitido que, Klaus, el comisario, no había regresado a la
comisaría. Que se había ido directamente a su casa. La misma persona les había
estado informando, también les había dado la dirección de Klaus Wiese,
casualmente no muy lejos de allí, en
la Höxterstraße, en una casa modesta
pero confortable, en el barrio de Eppendorf, habitado principalmente por
familias de clase media.
Otto había ordenado a otros dos hombres de confianza que se
instalasen en las cercanías de la casa y que esperasen órdenes. Estas no
llegaron nunca. Y… al amanecer, un vecino que pasó con su perro por donde los
dos sicarios estaban dentro de un coche, sospechó que podían ser merodeadores y
llamó a la Policía.
Minutos después, un coche patrulla, entraba en la calle. Los dos
neonazis, emprendieron la huida de inmediato.
Brackhane ya se había ocupado de ocultar a Kurt lo ocurrido aquel
largo día. Si no había otro remedio, le informarían
que había habido un enfrentamiento y que, en el tiroteo, habían sido heridos de
muerte, su hijo y su nieta.
Protegidos por la oscuridad, Otto Gruber y dos de sus hombres se
habían apostado tras unos matorrales del, a esas horas, desierto parque.
Otto había jugado fuerte. (no quería más fallos) Uno de sus
hombres, el ex-cabo Friederik Völzow, antiguo compañero de armas y experto francotirador, condecorado por haber abatido a un buen número de oficiales
soviéticos durante la batalla de Stalingrado,
preparaba su arma, un fusil de gran alcance, con mira telescópica. Un Heckler & Koch G3, mejorado *
Sigilosamente, los tres hombres, semiocultos tras unos macizos de
juncos y rododendros, preparaban su
misión.
Mediante unos potentes prismáticos, Otto escrutaba las ventanas
del hotel que daban al parque. Su informante les había señalado las
habitaciones de la segunda planta, 208, 210 y 212. Si se encendía una sola
lámpara de cualquiera de esas habitaciones, ellos lo sabrían de inmediato y…
pasarían a la acción. Objetivo: Conseguir recuperar los documentos y… si de
paso, podían liquidar a los tres, mucho mejor. Aunque… tenían un problema.
Desconocían quién custodiaba la preciada valija. ¿Klaus?, ¿Helmut?, ¿Sabine y Lluís?
Los minutos pasaban y… todo permanecía en silencio y a oscuras. El
portero del hotel había apagado las luces de la recepción y cerrado la puerta.
Era lo habitual en el turno de noche.
Súbitamente, una de las luces de la habitación 210, se había
encendido. Eran las 3:57 a.m. Otto ajustó aún más sus binoculares y escrutó las
dos ventanas. Los tenues visillos permitían una clara visión del interior de la
habitación. Lluís se había levantado y había entrado en el dormitorio sin
encender la luz de esa estancia y por tanto haciendo que el cabo Völzow lo
perdiera de vista. El ex soldado, ajustó la lente de su mira telescópica dirigida a la ventana con luz y permaneció
tenso y en espera de órdenes.
Nota del
autor. *Aunque este modelo estaba fabricado en 1959 (Aún hoy lo utilizan las
fuerzas armadas de varios países), su antecesor, el Mkb Gerät 06 (Maschinekarabiner Gerät 06 o
"Carabina automática Aparato 06"), fue desarrollado al final de la II
Guerra Mundial, en Alemania, por la empresa Mauser) estaba
considerado como uno de los más precisos y efectivos en el largo alcance.
Dos horas antes, en la habitación 210
Sabine no daba crédito a lo que Lluís le estaba contando. Este
desgranaba su relato sin escatimar detalles. Su inicial desconcierto se estaba
tornando en una creciente decepción e ira, que ella trataba de contener a duras
penas. En un momento dado y, cuando su mente involuntariamente, le trajo
imágenes de sus muchos episodios de sexo, abofeteó con fuerza a Lluís, tanto
que este, sorprendido, estuvo a punto de caer sobre la cama. Sabine le lanzó
una retahíla de insultos y reproches.
“¿Cómo has podido hacerme esto?. Yo me enamoré de ti y me entregué
a ti incondicionalmente. Me has utilizado y me has traicionado. Nunca te lo
perdonaré.
Lluís visualizaba, segundo a segundo, cómo se vaporizaba, disipaba
y perdía, probablemente para siempre, el amor que le tenía Sabine. Con poca,
muy poca confianza, trató de acercarse a ella. Sabine Vogel le rechazó de plano
y se metió en el baño, dando un sonoro portazo.
Él, anímicamente muy maltrecho y con un sentido de culpabilidad del
tamaño de la Unión Soviética, tomó una manta y un par de almohadas de un
armario y se tumbó en el sofá que había en una salita contigua a la habitación.
Media hora después, Sabine seguía en el baño y Lluís hizo otro intento, si
éxito. Ella le dijo que no pensaba hablarle nunca más y que, por la mañana, no
quería ni encontrarse con él. Volvió al
sofá y, fruto del agotamiento por todo un largo día lleno de acontecimientos,
tensiones y hechos como el haber quitado la vida a dos seres humanos, cayo en
un profundo sueño.
Soñó con fragmentos de los días transcurridos en Austria, vio
nítidamente las caras de los dos desconocidos que murieron a sus manos horas
antes, vio claramente la cara del fascista Zorío, llevándose las manos a la
garganta, pugnando inútilmente por detener su hemorragia final
A las 3:57 h. Despertó sobresaltado. Su mente tardó unos segundos
en ubicarse y en discernir dónde estaba. Pronto su ordenada y entrenada
disciplina lo encajó todo. Se levantó, prendió una lamparilla de la salita y
fue al baño. Observó, con melancolía y una buena cantidad de ansiedad, que
Sabine, aunque un poco inquieta, dormía profundamente
Tras unos minutos, Lluís volvía a la salita dispuesto a intentar
dormir un rato. De repente, dio un
desgarrador grito de dolor, que trató de sofocar tapando su boca con la mano.
Se había golpeado el dedo pequeño del pie derecho con la esquina de una pequeña
cómoda, situada frente al sofá. Instintivamente fue a cogerse el pie con ambas
manos y… eso le salvó la vida. Una fracción de segundo antes, el francotirador
había disparado su rifle, equipado para esta ocasión con un eficaz silenciador.
La bala, del calibre 7,92 mm, atravesó el delgado cristal de la ventana con un
leve chasquido y pasó rozando la cabeza de Lluís, yendo a incrustarse en la
pared del fondo de la salita.
Se obligó a permanecer pegado al suelo, tratando de evaluar la situación
y establecer prioridades. Tras unos pocos segundos, se arrastró por la moqueta
del suelo hasta tener al alcance el cable de la lamparilla que minutos antes
había encendido, tiró del cable, dejando la habitación nuevamente a oscuras.
Gateando y guiándose únicamente con la escasa claridad procedente de un par de
farolas del parque, fue hasta la estancia donde Sabine dormía profundamente. Se
arrodilló en la cama, la despertó y, tapándole la boca con la mano, le instó a
guardar silencio. Ambos bajaron de la cama, pegando sus cuerpos a la moqueta.
“No sé cómo, pero nos han localizado y acaban de dispararme desde
el exterior, puede que desde el parque. Tampoco sé cómo pero se han debido
enterar de lo ocurrido en el piso de Steinberg. Han tratado de matarme.
Simplemente he tenido suerte, al agacharme en el momento del disparo. Hay que
avisar a tu padre y al comisario. Estos no se andan con remilgos”.
Sabine, aún confusa tras su súbito despertar, miraba a Lluís con
una mezcla de resentimiento y ternura. Al fin y al cabo, era (había sido) su
héroe.
Sabine: “Sí, hay que alertarles de inmediato. Todos estamos en
peligro”
Sin apenas luz, Sabine cogió el cable del teléfono, tiró de él para
acercarse el aparato y marcó directamente el 212 y… tras seis tonos de llamada,
se oyó la ronca voz de Helmut: “¿Quién?, ¿qué?. ¿Qué pasa?
Casi susurrando, Sabine le contó lo ocurrido segundos antes:
“Shhhhhh. Papá soy yo. Alguien nos está atacando. Han disparado a Lluís. Pero…
está bien, no le han dado. Es probable que hayan ido también a por el
comisario. Tenemos que advertirle de inmediato para que nos envíe ayuda.
Llámalo ¡ahora! y… No te expongas a las ventanas y, sobre todo, no enciendas
ninguna luz”…
La advertencia le llegó a Helmut demasiado tarde. Este ya se había
levantado y deambulaba por toda la estancia y con la débil luz de la mesilla de
noche. Una bala impactó de lleno en su hombro derecho, destrozándole la cabeza
del húmero, el acromion, la clavícula y
parte del omóplato, empujándole fuera de la cama. Tendido sobre su espalda, al
lado del lecho y fuera del campo de visión del francotirador, Helmut, presa de
un terrible dolor, miró a su derecha y… el auricular estaba a escasos
centímetros de él. Escuchaba los gritos de Sabine: “Papá, papá, ¿Sigues ahí?,
¿Estás bien”?
Tras unos eternos segundos, Helmut, con un hálito de voz, le
respondió: “He recibido un disparo en el hombro, y estoy casi en shock. Creo que voy a desmayarme. Llamad
a Klaus. ¡Ya!”.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Helmut se arrastró hasta la pared
de la cabecera de la cama, asió el cable que alimentaba la lamparilla
arrancándolo de cuajo. Mientras escuchaba la desesperada voz de su hija, a
través del auricular, “Papá, Papá, responde”. Perdió la consciencia. Estaba
perdiendo mucha sangre.
Sabine y Lluís, casi en completa oscuridad, aunque la claridad de
la aurora se abría paso lentamente, se vistieron rápidamente y, casi a rastras,
abrieron la puerta que comunicaba con la habitación de Helmut. Sabine,
literalmente, reptó hasta su padre, constatando que éste estaba inconsciente y
que, la herida parecía grave. Tomó una sábana y trató de contener la alarmante
hemorragia.
Lluís, desde el suelo de la otra habitación, intentó, vanamente,
acceder a la línea exterior del teléfono. Nada, no había comunicación. Llamó a
recepción. El conserje, carraspeando, respondió: “¿Que ocurre? ¿Están bien?,
“Qué nece… “. Lluís no le dejó seguir. “Llame inmediatamente a la policía. Nos
están atacando desde el exterior. ¡¡Que envíen ayuda ya!!”
El conserje colgó el auricular, prendió las luces y marcó el 0. Fue
lo último que hizo. Una bala impactó en su cabeza, salpicando los casilleros de
las llaves con partes de su cerebro. Un
segundo después su cadáver yacía en el suelo, tras el mostrador.
Mientras,
Otto, había decidido ir directamente a por sus presas. Ordenó a sus hombres que
le siguieran y, los tres se encaminaron a la puerta principal del hotel.
Oculto, tras las cortinas, Lluís trataba de vislumbrar algo ante la
creciente claridad que traía el nuevo día. De repente, observó movimientos tras
un seto. Apenas si podía ver algo y… de pronto… un pequeño resplandor surgió de
la oscuridad. Una fracción de segundo después, un chasquido y cristales rotos
en la planta baja.
A toda prisa regresó junto a Sabine. “Sé que tu padre, como alto
ejecutivo de Bayer, portaba un arma para su protección. Hemos de encontrarla.
Están ahí fuera, pero… vendrán pronto”.
Sin apenas luz y casi arrastrándose por la moqueta, encontraron el
arma, una Parabellum de 9 mm y una caja con 20 cartuchos, en una bolsa de
viaje, de piel, junto a una cómoda. Helmut no la había usado nunca, ni para
practicar.
Lluís, que reconoció el tipo de pistola de inmediato, vio que
estaba descargada. Rápidamente, llenó el cargador (12 cartuchos) y la montó,
presta para disparar y se guardó en el bolsillo los restantes 8 cartuchos
Además se colgó al cinturón el cuchillo de caza que horas antes le había
salvado la vida.
“Quédate aquí con tu padre. Voy a bajar, tengo que saber qué pasa.
No te muevas, te prometo que volveré pronto.”
Empuñando la pistola, bajó sigilosa y rápidamente las dos plantas
hasta tener a la vista la puerta principal. Tuvo que retroceder un par de pasos
y agacharse tras un mueble. Dos hombres intentaban abrir la puerta y, al
comprobar que estaba cerrada con llave, uno de ellos, dando un paso atrás, sacó una pistola equipada
con silenciador y disparo, volando la
cerradura. El tipo número 2 tiró de la puerta y ambos, empuñando sus armas,
avanzaron hacia el interior. El número 1 se detuvo frente al ascensor y pulsó
el botón. El número 2, se dirigía a donde estaba Lluís agazapado, justo al
inicio de la escalera. En el mismo momento en que número 1 se introducía en el
ascensor, número 2 giraba para iniciar la subida por la escalera. No tuvo la
más mínima oportunidad. Lluís, oculto en la semioscuridad, se abalanzó por la
espalda sobre él, atenazando su cuello con el brazo izquierdo, al tiempo que
hundía el cuchillo hasta el mango en el pecho del desgraciado. Lo dejó caer,
agonizante y emprendió la subida a la habitación 212. ¡Tenía que llegar antes
que número 1! Subió las escaleras de tres en tres peldaños… Demasiado tarde. La
puerta de la habitación estaba abierta y… número 2 apuntaba directamente a
Sabine, al tiempo que, sin darse la vuelta se dirigía a quien creía su
compañero en el asalto. “Friederik, vigila a esta zorra mientras busco al
listillo de su novio y los documentos. Su padre está listo”. Fueron sus últimas
palabras. Lluís puso su pistola sobre la sien izquierda del número 2,
disparando sin pensarlo. El hombre se desplomó con cara de asombro, muerto.
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