jueves, 9 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo I





CAPÍTULO I
Bonn, RFA. 7 de junio de 1972
Andreas König, alias del agente especial del MI6 Kevin McBreed, de 38 años, hijo de un comandante de la RAF, miembro del contingente de fuerzas de ocupación británicas y residente en Karlsruhe desde 1956. Con un alemán perfecto y un entrenamiento de élite, fue infiltrado hacía ya más de un año en la organización nazi ODESSA, acababa de tener un golpe de suerte. O... eso creyó él.
Su inmediato superior en la organización de antiguos combatientes nazis, le había mandado llamar para que acudiese a una dirección, una discreta casa, a las afueras de la bonita y flamante capital de la República Federal. Desde Bonn, llevaría un paquete a Berlín y lo entregaría a alguien muy importante de la organización ODESSA. La misión era peligrosa ya que, parte de su viaje tendría que hacerlo a través de la DDR o República Democrática Alemana y de forma clandestina. Era una excelente oportunidad para lograr conocer en persona a uno de los máximos responsables de la organización. De él solo sabía de unas iniciales: KV, y que podrían muy bien ser sólo una clave. Iría a Berlín. Pero…
Al día siguiente, al salir de la pensión en la que residía, ubicada en un barrio céntrico de Colonia, cogió su vieja moto, una
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KS 750 sin sidecar, de 1943, de la Zundapp*, muy popular años atrás entre las tropas de la Wehrmacht y se dirigió a Bonn con la intención de llevar a cabo su importante misión.
Mientras surcaba los verdes campos de cultivos, principalmente, remolacha, patata y maíz, que flanqueaban la carretera secundaría, L300, que discurre casi paralela por el margen izquierdo del Rin, y que, actualmente lleva el nombre de Willy Brandt. Lo de circular por carreteras de segundo o tercer orden se había convertido casi una costumbre para trasladarse y hacer los recados que le solían mandar, pensó que tenía que avisar a su contacto del MI6 de ese inesperado golpe de buena suerte que suponía su viaje a Berlín. Detuvo la moto en un pueblo llamado Tannenbusch, junto a una cafetería. Entró y, en un alemán, con un ligero acento de Baden Württemberg, pidió una taza de café y unas tostadas. Dejó el casco color caqui, también resto de la desaparecida Wehrmacht, sobre la silla y se metió en una cabina de teléfono que había al fondo del local.
—“Sturmtruppe am Apparat”. —Dijo Andreas a la chica de la centralita de la sede oficiosa del MI6 en Hannover—. La chica no pudo ocultar una risita, al escuchar el gracioso nombre en clave del agente. Tras un par de clics, sonó, potente, la voz de su enlace. “Ja, Ja”, —bromeó—. Cuando terminó de escucharle, en tono mucho más grave, le dijo “Sea lo que sea lo que contenga el paquete que te van a entregar, no vas a ir a Berlín. Las órdenes son: Ve a Hamburgo, llamas a este número, anótalo. —Indicándole un número con prefijo de Hamburgo—. Das la misma clave que has usado para identificarte aquí. Sigue las instrucciones que te indique tu enlace y… desapareces. No podemos arriesgarnos a
* Nota del autor:
Zündapp es la abreviatura de Zünder Apparatebau o «Fábrica de mecanismos de encendido», mecanismo en el que inicialmente se concentró toda la producción en los comienzos de la casa durante la Primera Guerra Mundial.
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que cruces por territorio de la DDR. Después, vuelves inmediatamente a Karlsruhe. Te irás a Londres de inmediato”
Kevin trató de argumentar, pero… la orden fue tajante. “NO, haz lo que te he dicho”
Volvió a la mesa, bebió un sorbo de café, dejó unas monedas en la mesa, cogió el casco y salió a toda prisa del Stube
Frente al número 8 de la calle Auf dem Hirschberg, había aparcado un inmaculado Mercedes azul con matrícula de Berlín
Estacionó su motocicleta detrás del Mercedes y llamó a la puerta…
Aunque con el gesto contrariado, Kevin iba a acatar las órdenes recibidas. Estaba entrenado para ello. Por tanto, en lugar de ir a Berlín, su destino era Hamburgo. En un portafolio, cerrado con dos cerraduras de seguridad de combinación y metido en una enorme bolsa de piel que colgó sobre su hombro, llevaba su enigmático paquete.
Se detuvo en un pequeño hotel, a las afueras de Colonia llamado Heide Klauste, no lejos de la Bundestrasse 59. Aparcó su motocicleta entre dos coches y entró en la cafetería del modesto hotel. Solicitó a la camarera una taza de café y algo de comer ligero. Sacó de su zamarra un mapa de carreteras de reciente edición, proporcionado, junto a unos cientos de marcos por la organización. Tenía por delante muchos kilómetros, tanto si iba a Hamburgo, del que distaban más de 450, como si hubiera tenido que ir a Berlín.
Desplegó el minucioso atlas de carreteras sobre la mesa y estudió la ruta hasta Hamburgo, siempre tratando de circular por carreteras secundarias o comarcales. Como ya estaba anocheciendo, decidió tomar una habitación y pasar la noche en el modesto y discreto hotelucho. El viaje con su vetusta moto hasta su destino inicial no le llevaría menos de ocho o nueve horas.
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A la mañana siguiente, muy temprano, desayunó copiosamente y volvió a su motocicleta. Sería un duro día. Pronto dejó atrás Colonia y después Dortmund, Bielefeld, Hannover…
Contactó telefónicamente con el número que le había dado la voz desde Hannover. Pero… cuando soltó su —“Sturmtruppe am Aparat”. La respuesta no fue, ni mucho menos la esperada. Voz al teléfono: —“¿Está de broma, gilipollas? ¡¡“Ve a tomar el pelo a tu puta madre!!”—. Colgó y llamó de nuevo a Hannover, repitió los mismos pasos que había dado esa misma mañana y explicó lo ocurrido.
—La voz: “Ha debido ocurrir algo grave”.
El retraso en la rutinaria llamada de control del enlace de Hamburgo ya les había puesto en alerta. Le dio nuevas instrucciones: “Mientras montamos un dispositivo de extracción, búscate un lugar donde esconderte y nos vuelves a llamar. En cuanto se den cuenta que no llegas a Berlín, iniciarán la caza.”
—No intentes abrir el maletín. Puede tener alguna trampa. Intenta averiguar qué ha pasado con Otto Brunn, (nombre en clave Fisch Haut) Él tendría que haber respondido al teléfono”. La voz prosiguió: “La tapadera, es un local porno, del centro del Rote Bezirk (Barrio Chino), junto a la afamada Reeperbahn.”
En ese tipo de locales, las chicas, mediando unos marcos, se desnudaban en una especie de cabina circular que podía ser visionada por varios clientes a la vez y que más tarde se denominaría Peep Show.
—“Otto, alias Fisch Haut, es el encargado. Acércate con mucho cuidado y discreción, como un mirón más y trata de enterarte de algo. Si Otto estuviese bien, ya nos habría llamado. Llama cuando sepas dónde vas a estar.” Clic.
Decidió deshacerse de la llamativa moto. De momento no convenía dar ninguna pista y los de la Organización sabían lo de
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la vieja motocicleta. La dejó en un garaje, cercano a la Estación, entre decenas de otras motos.
Andreas (Kevin) no tardó mucho en volver a llamar al local porno. Esta vez, omitiendo el absurdo “Sturmtruppen”, preguntó directamente por su primo Otto Brunn. Le dijeron que se había ido a pasar unos días al lago Constanza, en Baviera y que no sabían cuando volvería.
Buscó una pensión barata en el centro financiero de Hamburgo, cerca de la estación del Ferrocarril y decidió ir directamente al local, en calidad de cliente. Demandó los servicios de una de las prostitutas que había en la barra del bar y trató de sonsacarle información acerca de Otto. La chica dijo no saber nada del asunto. No obstante, le mostró su extrañeza por la súbita desaparición del encargado. Le pagó por sus servicios no prestados y salió del local a toda prisa, no sin antes pedirle que, tratase de averiguar algo.
“Te pagaré bien por la información. Volveré en unos días”.
Salió del bullicioso barrio chino de Hamburgo y se encaminó hacia su pensión, en el distrito financiero.
Dos hombres, amparándose en la oscuridad, le seguían a distancia.
Se detuvo ante una cabina, llamó a Hannover e informó de lo que había averiguado. Otto había desaparecido y nadie parecía saber nada.
“La Voz” le dio nuevas instrucciones: “Tenemos que saber qué hay en esa cartera. Ábrela con mucho cuidado y analiza su contenido. Tú sabes alemán y podrás evaluar la importancia de la documentación”. Escóndete unos días y… no llames si no es ab14
solutamente necesario. ¡¡Esfúmate!! A estas alturas ya han debido reunir todos sus recursos para encontrarte y eliminarte. Tienes que desaparecer”
Súbitamente, Kevin se percató de que le habían seguido. Reflejados en uno de los cristales de la cabina telefónica, vio a los dos hombres, uno de ellos con un parche negro en un ojo. ¡¡Lo había visto en el burdel, hablando con otros dos hombres!!
Sin esperar más, colgó y salió corriendo. Si algo tenía, debido a su afición a la bicicleta, era resistencia. ¡¡No podía dejarse coger!!
Minutos después, había conseguido despistar a sus perseguidores. Estos, pronto comprobaron que, ni por velocidad ni por fondo, iban a conseguir alcanzarlo. Por tanto desistieron y volvieron al garito de la Repperbahn. Informarían a sus superiores y estudiarían la forma de dar con el sospechoso
Estaba muy cerca de la pensión. Decidió meterse en un Café ubicado casi enfrente. Buscó una mesa discreta, pidió una cerveza y se sentó a pensar.
Cuando llegó a su habitación, fue directamente al lugar donde había escondido la cartera. Cogió una silla y alcanzó una de las placas de escayola del techo, desplazándola y sacando la valija.
Se olvidó de las cerraduras, fue directamente a su bolso y sacó una afilada navaja. Rajó el fondo de la cartera que es donde la piel parecía más delgada, metió la manó y palpó el portafolios, lo extrajo y, con la misma navaja, cortó la piel cercana a las cerraduras, abriendo la solapa de la cartera. Extrajo dos sobres amarillentos y sellados con lacre y (otra vez) las letras KV. Rompió los sellos y puso todos los documentos sobre la cama. En uno de los sobres había una especie de hoja de plástico, similar al material de una
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radiografía con unos orificios rectangulares distribuidos aleatoriamente por toda la superficie de la placa.
Pasó el resto de la noche analizando el contenido de ambos sobres. Y… siguiendo las instrucciones que había dentro de otro sobre, más pequeño, empezó a entender cómo desencriptar parte de la documentación.
Además, tras haber estado al servicio de ODESSA durante más de un año, empezó a atar cabos y a relacionar datos de la documentación que tenía delante con conversaciones captadas al vuelo entre sus superiores. Estaba claro que se trataba de un vasto plan para, a largo plazo, insertar a gente de ODESSA en sitios clave del tejido industrial y político de la RFA.
Por la mañana se las ingeniaría para poner el paquete en lugar seguro. Si le ocurría algo, todo estaría perdido. Recordó que alguien del mundo del deporte le había contado una historia acerca de cierta periodista de un periódico de Hamburgo. Ella había destapado una vasta red de apuestas ilegales y de partidos de fútbol amañados.
A la mañana siguiente, escondió la cartera, ya sin su contenido, en el falso techo. Cogió toda la documentación, la metió en una mochila y salió caminando, no sin antes comprobar si le seguía alguien, en dirección al río. No obstante, y debido a las prisas, al volver a colocar en su lugar la placa de escayola, no la ajustó correctamente, dejando una pequeña y visible rendija.
Se detuvo en una cabina y llamó a Hans Peter Schmidt. Le había conocido durante una carrera ciclista en Colonia. Simpatizaron de inmediato y, desde entonces habían coincidido en varios encuentros de aficionados a la bicicleta. Fue él quien le había hablado de la periodista del diario hamburgués. La conocía personalmente y era de su entera confianza.
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—Hans Peter, soy Andreas, el ciclista de Kalsruhe. ¿Podemos vernos? Dime dónde y cuándo ¿Puedes ahora? Ya te cuento.
La visita a casa de Hans Peter, fue muy fugaz. Andreas (Kevin) le contó una falsa (y creíble) historia acerca de la masiva contratación ilegal de inmigrantes turcos por un grupo de empresarios de Baden Würtemberg. Tenía que contactar con ella para entregarle cierta documentación relativa a la trama.
—“Necesito que me prestes una bicicleta y que me pongas en contacto con esa periodista”
Una vez conseguido su objetivo, no tardó mucho en salir del apartamento de Hans Peter, que resultó estar muy cerca de la casa de la periodista.
Los hombres que persiguieron, sin éxito, a Andreas, desde el club porno hasta donde le perdieron, en el barrio financiero, iniciaban, muy temprano y con la ayuda de otros tres “socios” del club, sus pesquisas para tratar de encontrar a su presa.
El grupo de cinco hombres, todos al mando del que llevaba un parche en su ojo derecho y al que se dirigían como “Ober”, y que conocían bastante bien la ciudad, empezaron por, partiendo del lugar en que tuvieron que desistir en la persecución, a hacer un listado de lugares donde pudiera haberse alojado su objetivo.
Encontraron únicamente doce posibles. Tres hoteles cinco pensiones de habitación con desayuno y cuatro solo con habitación.
El Ober (jefe) tomó la decisión, quizás por intuición, de empezar por las más baratas. Envió a los otros tres ayudantes a que investigasen, cada uno de ellos una de las restantes pensiones baratas, dirigiéndose ellos a la cuarta.
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A primera hora, la organización les había hecho llegar una foto de Andreas.
Con la ayuda de placas falsas de la Policía Secreta, y con la foto de Andreas, no les fue difícil dar con la pensión del agente infiltrado.
El propietario de la pensión, les informó que su huésped debía haber salido muy temprano, pero que volvería porque tenía que pagarle y recoger su carnet de conducir, dejado como garantía del cobro de la habitación. Efectivamente era el de Andreas König, de Karlsruhe. Les facilitó el acceso al cuarto. El Ober registró minuciosamente el cuarto, mientras su colega permanecía cerca de la puerta, oteando la posible aparición del traidor.
Cuando ya estaba a punto de desistir de su registro e iba a reunirse con su ayudante, su ojo izquierdo reparó en una pequeña rendija en el techo.
Informó a sus superiores del hallazgo y montó un dispositivo para cazar al espía. Apostó a sus cuatro hombres, uno, montado en una motocicleta, en cada lugar por el que se pudiera ver venir a su presa. No tendría escapatoria.
Ajeno a todo esto, Andreas (Kevin), irrumpía, apenas una hora antes, con su bicicleta prestada, en la Moltkestrasse, por la parte más cercana al canal. Apoyó el vehículo en uno de los Lindos que bordeaban la calle y se encaminó hacia el patio del piso de Sabine Vogel, la comprometida periodista.
Pretendía introducir los documentos en el buzón y desaparecer (Hans-Peter, le había informado que la periodista trabajaba hasta la madrugada y que era mejor tratar de verla por la tarde, en el periódico), pero…
Cuando estaba a punto de llamar a los timbres para que alguien abriese la puerta, esta se abrió repentinamente, estando a punto de golpearle en la cara. Una mujer rubia, alta y con los ojos azules, y que, apenas si le miró, emergió del portal.
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Kevin, se puso en su camino, impidiéndole que saliese a la acera.
—¿Es usted Sabine Vogel, del Hamburger Abendblatt? —Le soltó a bocajarro—
—“Si, ¿Por?”—Sin pretender detenerse—
Sabine, un tanto sorprendida, trató de zafarse del desconocido y salir corriendo de allí.
Pensó que era un tarado (de los que, a menudo, trataban de contarle alguna paranoica historia de conspiraciones o tramas de corrupción)
Kevin, literalmente, le colgó su mochila del hombro de Sabine, al tiempo que le decía “Haga lo que deba con ese material. Es muy importante para Alemania” y regresó corriendo hacia la bicicleta. Partió de allí en dirección al canal, a toda velocidad.
Durante su vuelta a la pensión (Maldijo haber dejado en prenda su carnet de conducir), pensó en cómo salir de Hamburgo y regresar al Reino Unido. La Organización había decretado su captura y eliminación.
Recogería sus escasas pertenencias y su carnet y llamaría a La Voz, no sin antes devolver la bicicleta a Hans-Peter.
Bonn, finales de junio de 1972.
Auf dem Hirschberg, 8. Casa unifamiliar. (Irónicamente ubicada a unos cientos de metros del cementerio judío de Bonn). Sede ultra secreta de la cúpula de la organización que estaba preparando la Operación Neuestrojanpferdes (Nuevo Caballo de Troya)
En el sótano de la discreta casa, se sentaban, alrededor de una enorme mesa de pino macizo, barnizado y oscurecido para que simulase el nogal, cuatro siniestros personajes:
Gerhardt Brackhane, 82 años. Ex general de la Wehrmacht, ferviente discípulo de Himmler. Se considera a sí mismo como el
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mejor candidato a presidir la cancillería de la RFA En un futuro no muy lejano. —Soñaba el anciano militar—
Otto Gruber, 48 años ex teniente de las SS. Obtuvo el grado de oficial con tan solo 20 años, por sus eficientes servicios en el campo de Dachau. Es el responsable de la seguridad y dirige los comandos de limpieza: De él depende directamente, el psicópata Heinz Branderhaus, jefe de comando.
Hans-Johakim Welauer, 55 años. Banquero. Miembro del consejo de administración de al menos 5 bancos privados, establecidos a nivel federal. Responsable de las finanzas de la organización
Fritz Weinbergen, (paradójicamente, apellido de origen judío) 58 años. Diputado del CDU (Democracia Cristiana) por Baden-Württemberg. Controla un buen número de diputados de su partido, (pero de extrema derecha) en el Reichstag, además de los de cada Parlamento Regional (Landers). Es la cara amable de este Comité de Crisis
Inicia la reunión, Gerhard Brakhane, como presidente del Comité
—Señores, se les ha convocado con suma urgencia por la extrema gravedad de unos hechos ocurridos recientemente y que, si no activamos el protocolo de crisis inmediatamente, la Operación Neuestrojanpferdes, acabaría sin haber siquiera iniciado la segunda fase. Les voy a pedir que actúen de forma drástica, coordinada y expeditivamente. Sin reparar en medios. Hay que de neutralizar esta situación.
Según hablaba Gerhardt, el resto de los asistentes, se removían nerviosamente en sus sillas, inclinándose hacia adelante, como para escuchar mejor.
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Sin dar pie a que empezasen a hacerle preguntas, Gerhardt desgranó, de una forma escueta y precisa los hechos:
»Un topo infiltrado en nuestra organización, se ha apropiado y enviado a la prensa, información muy delicada acerca de nuestros planes. Si esa información saliera a la luz, todos los aquí presentes y la gran mayoría de los que ya tenemos “colocados” en puestos clave, saldríamos muy mal parados y... no tengo que explicarles, qué pasaría.
Otto, que había pedido intervenir, obtuvo la venia del presidente.
—¿Tenemos información de la identidad de la persona que recibió la documentación? ¿Y del traidor?
—Gerhardt: aún no. La dirección del medio lo está ocultando y protegiendo, no obstante, tenemos ya a alguien trabajando en ello y, en breve será usted informado a fin de que nos aseguremos de cegar esa posible fuga, a cualquier coste. Es cuestión de días que sepamos quién ha sido el receptor de la documentación. El topo, Andreas König, nacido en Estados Unidos, hijo de Reinhardt König, de Graz, Austria y con carta de presentación del Partido Nazi Estadounidense*, y cuya identidad real no hemos podido establecer, llevaba trabajando para nosotros desde hace casi un año, sin que nadie sospechase nada. No hacía trabajos relevantes. Recados, transporte de personas, reparaba máquinas, y algo que llaman computadoras, etc. Desapareció cuando transportaba una valija de documentación a nuestra sede en Berlín. No hemos vuelto a saber de él. Hasta...
Hace tan solo un par de semanas, un agente nuestro en Hamburgo, recibió un soplo de un confidente sobre el encargado de
* Nota del autor: El Partido Nazi Estadounidense (PNE, en inglés ANP o American Nazi Party) es un partido político estadounidense fundado por el Comandante de la Armada de Estados Unidos, dado de baja, George Lincoln Rockwell, con el objetivo de revivir el nazismo en Estados Unidos de América, quien además estableció su sede en Arlington, Virginia.
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un local porno, de Reeperbahn Strasse. Un tal Otto Brunn. Tenían la sospecha, bastante fundada, de que era un espía británico, especialista en dar caza a ex-combatientes alemanes, especialmente de las SS y la Gestapo. Hubo un tiroteo y el presunto agente del MI6, resultó muerto de un disparo.
Días después, nos informaron de que alguien había hecho una llamada un tanto extraña al local y que un muchacho (cuya descripción, encaja con nuestro traidor) había estado merodeando por allí. Llegó a preguntar a una de las chicas si sabía algo de Otto Brunn. Yo mismo transmití la orden de capturarlo a nuestra gente en Hamburgo. Montaron un dispositivo a tal efecto y… en el transcurso de la persecución, el topo fue atropellado por un autobús urbano, en pleno centro de Hamburgo. Falleció en el acto. Nuestros contactos en la Policía y en el Hospital, informaron que, el hombre atropellado y aplastado por el autobús no portaba documentación alguna ni saben dónde residía. Tampoco nadie que reclamase el cadáver ni marca o indicio del que pudiera concluirse para quién trabajaba. La policía lo ha clasificado como un accidente sufrido por un indocumentado. Suponemos, sólo suponemos que, por su modus operandi, podría tratarse de un agente del Mossad o del MI6 británico. Hay que reconocer que estas dos organizaciones instruyen a sus agentes muy eficientemente.
Desconocemos cómo, pero…los documentos que portaba el traidor en la valija, ya están en poder de un grupo editorial, en su sede de Hamburgo, grupo en el que, afortunadamente ya tenemos a alguien situado en un puesto estratégico. Nuestro hombre ha tratado de acceder a esos documentos pero no lo ha conseguido. Por suerte, los documentos estaban convenientemente encriptados y ahora se encuentran custodiados en la caja fuerte del periódico, en Hamburgo. Es cuestión de tiempo que den con los medios para descifrarlos. ¡Hemos de actuar, ya!
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Otto: ¿Y el material del periódico?
—Gerhardt: Ahí, en el sobre que tiene usted delante, está la información que necesita para que proceda con la limpieza de la caja. Sabemos que se ha ordenado hacer dos copias microfilmadas. Suponemos, solo suponemos, que Hans Steinberg, director del periódico, se ha llevado una de esas copias a su propio domicilio.
Gerhardt se dirigió entonces a Hans Welauer:
—Hans, procede a asignar los fondos necesarios. No repares en gastos
—Welauer: Sin problemas, mañana por la mañana podrán disponer… ilimitadamente. Es vital que actúen con celeridad. Hay que detener esto de inmediato.
—Dada la extrema gravedad del fallo de seguridad… (Otto Gruber le lanzó una mirada letal al político del CDU), mañana mismo activaré todos mis recursos para que estén alerta ante cualquier indicio que nos permita localizar al periodista que recibió la información. Tengo gente en todos los niveles de la Administración y en todos los parlamentos regionales (Länder). Tranquilícense, atajaremos la crisis a tiempo. Para empezar, voy a ordenar que investiguen a TODOS los empleados, periodistas o no, del Hamburger Abendblatt. Sus familias, amigos… todo su entorno será escrutado a fondo. Cualquier indicio, por pequeño que parezca, será transmitido a este comité y, especialmente al camarada Otto Gruber.
—Gerhardt: Señores, no perdamos ni un minuto. ¡A trabajar!
Inicialmente llamado la Unión Mundial de la Libre Empresa Nacional Socialista (WUFENS), Rockwell le cambió el nombre a Partido Nazi Estadounidense en 1960 para atraer la máxima
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23 atención posible de los medios.1 El partido se basaba en gran medida en los ideales y las políticas de Adolf Hitler en Alemania en el Tercer Reich, pero mantuvo la fidelidad a los principios de la Constitución de Estados Unidos de Padres Fundadores. También se añade una plataforma de negación del Holocausto.
Desde el 14 de abril de 2012 el Partido cuenta con John Bowles como lobbista ante el congreso estadounidense. (Fuente: Wikipedia)
Eran más de las 02:00 AM, del día 17 de julio de 1972. El Volvo M122 S negro, se detuvo junto a la acera. En un callejón que había Junto al número 50 de la Kaiser-Wilhelm Strasse y no muy lejos de la Axel-Spriger Platz, en la ciudad portuaria de Hamburgo. El conductor apagó las luces y los tres hombres se mantuvieron en silencio un buen rato. Maciej, un malcarado y corpulento fascista polaco, reclutado recientemente por la organización, y con evidentes carencias intelectuales, hizo amago de encender un cigarrillo al tiempo que Heinz, que parecía ser el que llevaba la voz cantante, le golpeó en la mano, impidiéndoselo.
—Tú debes ser imbécil ¿Quieres que se enteren todos los vecinos de que estamos aquí?
Hans Steinberg, había salido de su despacho algo más tarde de lo habitual. Era pleno verano y este de 1972 estaba siendo inusualmente caluroso. Como su piso estaba relativamente cerca de la sede del periódico del cual era director, decidió recorrer los escasos centenares de metros que había hasta su casa, dando un paseo. Iba a ser el último de su vida.
Cuando Hans pasó junto al Volvo, sumido en sus pensamientos y jugueteando con las llaves, Heinz dio la señal y los tres hombres salieron del coche abordando a Steinberg. Maciej le puso un trozo de cinta de precintar cubriéndole la boca, arrancándole las llaves que llevaba en la mano. Mientras, sus colegas le sujetaban por los brazos,
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llevándole casi en volandas hasta el zaguán. Accedieron al interior del edifico y cerraron la puerta. Lo introdujeron en el ascensor, dejando a Maciej, de guardia y vigilando desde el coche. Heinz y el tercer hombre, Armin, el arquetipo del casi perfecto modelo ario, solo que albino, de ojos casi transparentes y mirada gélida como la de un tiburón. Subieron a la tercera planta y entraron en el piso, cerrando la puerta tras ellos. En la casa no había nadie. María, la esposa de Steinberg, se encontraba pasando el verano con sus dos hijas, en la población costera de Travemünde, en el cercano Báltico.
Ataron al aterrorizado director del Hamburger Abendblatt a una silla y... A fin de no perder tiempo, Heinz, que era un auténtico psicópata, desconocedor de la más mínima empatía hacia la raza humana, se enfundó unos guantes de látex, introdujo una cinta de casete en el equipo de música y ordenó a Armin (que parecía estar colocado), que buscase la plancha de la ropa y la enchufase. Heinz se puso a trabajar. De una bolsa de deportes que llevaba consigo, extrajo una pequeña caja de herramientas. La puso con sumo cuidado sobre la mesa del comedor, la abrió y sacó unos alicates de electricista, de los que se usan para cortar cables. Se dirigió al espantado Steinberg, le cogió de la mano y, sin mediar palabra, mirándole fijamente a los ojos…le rebanó de un sólo corte el pulgar izquierdo, cortando por la articulación, sin tocar el hueso. El alarido quedó amortiguado por la cinta adhesiva y por las voces de los coros de un fragmento de la ópera Cármina Burana que salían de los altavoces del moderno amplificador Maranz, encastrado en el mueble aparador. Cogió la caliente plancha con una mano y, con la otra, tratando de no mancharse, tomó el muñón del pulgar que acababa de amputar y lo puso sobre la plancha.
—Steinberg: ¡¡¡¡MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM, MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM!!!!
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—Heinz: Lo que te acaba de ocurrir, es tan solo una muestra de las que aún te quedan 19, además de tus 34 dientes y… aún no te he pedido que hagas nada. Esto, ni me divierte ni me importa una mierda. Pero… como has llegado del trabajo casi con media hora de retraso y tengo cierta prisa, vas a tener suerte. Voy a hacerte la pregunta, ya, sin cortarte, de momento, más dedos. ¿Dónde guardas los microfilmes? —Le preguntó, al tiempo que le arrancaba bruscamente la cinta adhesiva de la boca—
Steinberg, aterrado, lanzó una casi imperceptible mirada hacia un óleo de algún autor desconocido que colgaba de la pared, junto al aparador.
—Steinberg: No sé de qué me está hablando. Por favor, señor, no me haga daño. ¡Tengo dos hijas!
Heinz, sin mediar palabra, cortó un trozo de cinta plateada de precintar, tapó con la boca de Steinberg. Tomó de nuevo el corta-cables, asió la mano izquierda del periodista y, con una precisión casi quirúrgica, repitiendo la acción anterior, seccionó las primeras falanges de los 4 dedos restantes de la mano y cauterizó las heridas con la plancha.
Los coros de Cármina Burana, sonaban alto, amortiguando los alaridos que el pobre desgraciado trataba de emitir a través de la cinta. Hans Steinberg lloraba y suplicaba. Heinz hizo un gesto a Armin y este arrancó el cuadro que el periodista, involuntariamente, había señalado con su mirada. La caja fuerte apareció tras el óleo. Heinz giró la cabeza dirigiendo su gélida mirada a Hans Steinberg. Armin le volvió a arrancar la cinta de la boca. Esta vez, su respuesta no se hizo esperar.
—Steinberg: 7, 3, 4 y 1 izquierda; 14, 6, 8 y 2 derecha. Pero… por favor… ¡No me haga más daño!
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Heinz abrió la caja, cogió tres o cuatro fajos de billetes de 100 marcos y un estuche-joyero y los metió en la bolsa donde portaba su instrumental de tortura. Sacó varios documentos, los miró y los lanzó al suelo. Reparó en una carpeta de cartón, con unas gomas que hacían de cierre, en cuya tapa figuraba el dibujo de un caballo, de cuyo vientre, pendía una escala de cuerda.
—“Lo tenemos”. —Dijo triunfante, sin cambiar un ápice la expresión de su cara— Examinó someramente el contenido de la carpeta y, satisfecho, la introdujo en la bolsa.
Un examen más concienzudo, quizás les hubiera permitido percibir un diminuto orificio, del tamaño de un alfiler, en una esquina del fondo de la caja. Una simple ganzúa de un vulgar caco, hubiera bastado para liberar el resorte que abría un doble fondo de la caja fuerte cuyo contenido les hubiese alegrado mucho más el día, proporcionando a los tres un suculento sobresueldo.
Heinz, hizo un gesto a Armin y este, sin mediar palabra, se acercó a Steinberg, por su espalda, le pasó el brazo por su cuello y, con un movimiento brusco, le rompió las vértebras del cuello. Desordenaron el piso para tratar de simular un vulgar robo y, dejando la puerta abierta, bajaron por la escalera. Maciej, que estaba fumando, alargó el brazo para coger la bolsa que su jefe llevaba en la mano. Heinz, rehusó bruscamente y, casi empujando al polaco, subió al Volvo poniéndose al volante. Se sentía satisfecho del resultado de su encargo. Echó un último vistazo en ambas direcciones de la calle y se dirigieron a tomar la autopista, rumbo a Bonn. Alguien se iba a alegrar mucho de verle portando la carpeta con el dibujo del caballo.
La operación había sido un éxito. Igual que la que tan solo 18 días antes, el 30 de junio, este mismo equipo había llevado a cabo en la sede del Hamburger Abendblatt, periódico hermano del
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Bild y Die Welt, entre otros. Según la información que poseían, únicamente les faltaba una copia microfilmada del contenido de la carpeta que ahora iba camino de Bonn.
Pronto les facilitarían la información de la persona que la custodiaba. Alguien estaba ya en ello.
Kevin McBreed, cruzó el puente de Hoheluft, giró a la derecha, por la calle paralela al canal, para dirigirse hacia la pensión. Iba directo hacia una trampa mortal. Pero… cuando ya estaba en las inmediaciones de la pensión, tuvo un presentimiento. Su entrenada mente pensó durante unos minutos. Detuvo la bicicleta frente a un local de máquinas recreativas, billares, y futbolines. Buscó con la mirada a alguien de su estatura y complexión, le abordó y le propuso, mostrándole un par de billetes de 50 marcos, que le hiciese un sencillo recado. Tenía que ir en la bicicleta, a una pensión cercana, entregar una nota al propietario y un sobre cerrado, recoger su carnet de conducir, unas zapatillas de deporte y un pequeño zurrón. Después debía regresar al salón de recreativos, entregarle sus pertenencias y cobrar otros 100 marcos.
—Esperas 10 minutos, te pones esta sudadera y te subes la capucha, coges la bici y vas directamente a la pensión. Si notas algo sospechoso o alguien que te siga, pasas de largo y vuelves aquí directamente. —Le dijo Kevin—.
El muchacho, siguió las instrucciones y miró su reloj. Transcurridos los 10 minutos, se montó en la bicicleta y partió a toda prisa.
Mientras, Kevin se las arregló para subir a la azotea de uno de los edificios cercanos a la pensión. Desde allí tenía una visión casi completa de la puerta y de las dos esquinas más cercanas a la pensión.
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Casi de inmediato, reparó en el hombre del parche en el ojo. Hablaba con otro individuo que permanecía sentado en una motocicleta de trial, ligera pero potente. Un poco más alejado y cerca de la esquina, opuesta, otro hombre estaba alerta y sobre su moto. Aunque él no los podía ver, había uno más, en la siguiente intersección, listo y esperando órdenes.
De algún modo habían descubierto que había estado en la pensión y… le estaban esperando.
Kevin miró el reloj. El chico estaba a punto de aparecer en ese escenario.
El ciclista pasó por delante del hombre del parche en el ojo e hizo amago de detenerse delante de la puerta. Pero… con el rabillo del ojo, vio movimientos de los dos hombres que acababa de rebasar. El del parche venía en su dirección, casi corriendo y tratando de disimular una pistola bajo la cazadora, el de la moto la estaba arrancando al tiempo que se enfundaba un casco.
Advertido como estaba por Kevin, olvidó su idea de entrar en la pensión y… sin pensarlo dos veces echó a correr, pedaleando como un poseso, en dirección opuesta al sujeto que venía ya con la moto. Sopesó que como le era imposible huir de la desigual persecución, subió la bici a la acera y buscó algún hueco entre las casas. Cuando ya lo daba todo por perdido y casi notaba el aliento de sus perseguidores, encontró lo que buscaba. Un pasillo de apenas 60 cm entre dos propiedades y que conducía a la calle paralela. Corrió atravesando el pasillo, dejando atrás al de la moto (cuyo manillar, más ancho, le impedía seguir a su presa).
Mientras, Kevin, desde la azotea, confirmaba sus peores sospechas. Tenía que pedir ayuda al MI6. Todo se estaba complicando. Bajo de la azotea y se dirigió a una cabina. Informaría a Hannover y pediría nuevas instrucciones.
29
En una frenética carrera, el muchacho de los recreativos, saltando jardines y patios traseros, y con algunas balas silbando sobre su cabeza, casi consiguió despistar a sus perseguidores. Se detuvo junto a una recortada valla de cipreses. No tenía ni idea del porqué lo querían muerto. Pero no iba a pararse a preguntar. Sacó de la cazadora lo que Kevin le había pedido que entregase en la pensión, abrió el sobre y se guardó el dinero, metiendo el resto en el seto. Cuando ya se creía a salvo, se ocultó tras un tupido seto de más de dos metros, manteniéndose quieto y en silencio. Cinco minutos después, decidió salir de aquel jardín para volver a los recreativos. “Le voy a pedir el doble al pavo este”. —Pensó—.
Apenas puso la rueda en el asfalto, un disparo dio en un poste, a cinco centímetros de su cabeza. Salió pedaleando a toda prisa, al escuchar el motor de la moto. De nuevo se metió con la bicicleta por esos vericuetos, inaccesibles para los que le seguían, yendo a dar a una ancha avenida. Miró atrás mientras trataba de cruzar, esquivando el tráfico que venía por ambos lados. La suerte no le acompañó y, tras evitar dos vehículos, chocó contra el lateral de una furgoneta y salió despedido por encima del capó con tan poca fortuna que vino a caer al paso de un autobús urbano, cuyo conductor nada pudo hacer para evitar arrollar al chico.
Cuando el bus logró detenerse, los restos destrozados del muchacho de los recreativos se hallaban esparcidos por decenas de metros de la vía rápida.
Los perseguidores, dieron por hecho que el muerto no era otro que Andreas König, el infiltrado y traidor Andreas König.

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