sábado, 11 de abril de 2020

Jaque Mate Capítulo III






CAPITULO III
Berlín, diciembre 1944. Faltaban casi 4 años para que Lluís Sáyago llegase a este convulso mundo.
El fin de la guerra parecía inminente. O… al menos es lo que creían y deseaban la gran mayoría de la población de los países ocupados. Pero… el 16 de este mismo mes, la Wehrmacht inició la famosa ofensiva que dio lugar a la Batalla de las Ardenas, en Valonia. El éxito inicial de la ofensiva del ejército alemán, oxigenó al régimen Nazi. Alentando a los partidarios de la solución final no solo a seguir, sino a acelerar, con la acostumbrada eficiencia prusiana, el sistemático exterminio de seres humanos.
Los pocos supervivientes de la persecución que habían podido mantenerse ocultos desde que Hitler alcanzase la Cancillería, estaban siendo extraídos, casi literalmente, por la Gestapo y las SS, de los pisos francos, dobles fondos de armarios, áticos, sótanos, etc.
El profesor, Ludwig Himmelfahrt, reputado concertista, aclamado en varios países del mundo. El otrora pianista de la Orquesta Filarmónica de Berlín de la que era indiscutible solista, residía (en 1934) junto a su esposa Greta y Jakob, su primogénito recién nacido, en un amplio ático de la Kurfürstendamm, en el centro de Berlín. Llevaban una vida acomodada hasta que…

A finales de 1944, cuando ya llevaban más de 9 años de cautiverio “voluntario” en la casa de Wolfgang Ritter, violoncelista ario, pero contrario al Régimen Nazi, ocurrió lo impensable... El edificio, decorado con motivos del neo-barroco, de 6 plantas, construido a finales del siglo XIX, se encontraba en la residencial Auguststrasse. Allí sobrevivieron, en un habitáculo practicado tras una doble pared del desván, allí creció su hijo Jakob. Había terminado de cumplir los 11 años y… no recordaba haber visto la calle desde otro ángulo que el que le ofrecía una tronera-respiradero que había, casi siempre cerrada, en una pared del desván.
Greta estaba encinta de casi ocho meses y… esperanzados por el curso de la guerra, pensaban que su nuevo hijo llegaría a nacer en una Alemania liberada del nazismo. Poco podían imaginar que la cercana Navidad iba a ser, para ellos, la última…
La aciaga mañana del 27 de diciembre de 1944, quiso el infortunio que un bombardero aliado, dejase caer una de sus bombas muy cerca del número 16 de la Auguststrasse. La explosión del artefacto hizo que se derrumbase casi toda la fachada del edificio, dejando al descubierto el zulo-desván, refugio de la familia Himmelfahrt. La escalera de acceso al ático, había desaparecido.
Una hora después, Ludwig, Greta y el pequeño Jakob estaban detenidos en una dependencia de la Gestapo. Por suerte, la familia que les había acogido y alimentado todos estos años, había ido a pasar un par de días a casa de unos amigos, evitando así su detención y más que probable inmediata ejecución.
Una vez identificados, su (mala) suerte estaba echada. El profesor y Jakob fueron deportados justo al día siguiente, probablemente a Auschwitz. Greta nunca los volvió a ver.
Greta, que estaba a un mes del parto, fue conducida a una especie de siniestro hospital donde seleccionaban aquellas embarazadas cuyos frutos eran susceptibles de ser conservados, considerando el origen étnico de ambos progenitores.
Decenas de mujeres, la mayoría de entre 20 y 30 años, se hacinaban en una amplia sala, amueblada únicamente por varias hileras de camastros donde las detenidas yacían o permanecían sentadas en las camas. Casi todas ellas se encontraban en avanzado estado de gestación. Entre ellas, se movían frenéticamente algunos hombres portando el estetoscopio colgado al cuello, acompañados siempre por una o dos enfermeras que escribían anotaciones en una tablilla que portaban.
De vez en cuando, se podía escuchar el alarido de terror de una de las embarazadas, cuyo fruto acababa de ser desechado debido al excesivo porcentaje de sangre judía, o gitana o… daba igual. Los doctores, buscadores de la pureza aria eran muy estrictos, no permitiendo pasar por su cedazo, menos de lo que ellos estipulaban en un 75% de pureza aria. Es decir, cualquier bebé que tuviese en su sangre, sólo un 74% de esa pureza aria, era inmediatamente condenado a no nacer, provocando un traumático aborto a la desgraciada madre. Si esta sobrevivía al brutal aborto, su futuro inmediato la llevaría a ser esclava sexual de los guardias de Auschwitz-Birkenau o de cualquier otro de las decenas de campos que, en aquellos últimos meses de la II Guerra Mundial, funcionaban a pleno rendimiento. O…con algo de suerte, directamente a la cámara de gas.
Cuatro días después del desgraciado bombardeo que, de algún modo acabó con la familia Himmelfahrt, Greta fue conducida a una sala contigua, mucho más pequeña, limpia y confortable que la de triaje. Ella, que entonces contaba con treinta ocho años, pensó que todo había terminado. La acostaron en una de las 6 camas de la habitación y… se le acercó una enfermera con una enorme jeringa en una bandeja metálica. Le levantó la especie de camisón que le habían obligado a ponerse a su llegada y… sin más preámbulo, le practicó una dolorosa punción en el vientre, extrajo un turbio y acuoso líquido de su interior, le bajo el camisón y desapareció por una puerta lateral…
Para su sorpresa, Greta percibió una mejora considerable en el trato que recibía del personal de la siniestra clínica. Desde el día siguiente a la extracción, recibía mejor alimentación, le permitían asearse incluso con agua caliente. Y un médico la visitaba a diario, le auscultaba, le tomaba la tensión. Ella estaba un tanto perpleja. No sabía muy bien a qué atenerse. Lo que más le preocupaba era tener al bebé sano y que le dieran la oportunidad de alimentarle bien.
Pero… las cosas no iban a salir, ni remotamente como ella podía haber imaginado…
Greta Himmelfahrt, estaba a punto de dar a luz. Sentía las contracciones que le advertían de la llegada de su bebé. Aunque apenas si sentía dolor. Una enfermera rubia y corpulenta, con el pelo recogido bajo la cofia, se acercó a la cama que ocupaba Greta, le ordenó levantarse y ponerse un camisón limpio. Iban a llevarla a la sala de partos.
La auparon a la camilla con ruedas y salieron de la habitación donde había pasado los últimos días. Poco se podía imaginar que también serían los últimos de su vida.
Greta mantenía la esperanza de que le permitieran cuidar de su bebé, al menos durante el periodo de lactancia. Durante los últimos días comía mejor. Se concentraba en dirigir sus pensamientos hacia su hijo nonato. Por las noches, cuando cerraba los ojos, veía, cada vez más borrosos, los rostros de Ludwig y Jakob
El quirófano estaba preparado. Dos médicos y una enfermera se acercaron. Le hablaron con una amabilidad inusual. Le inyectaron algo mediante una enorme jeringa y en unos segundos se dejó ir en un plácido y… eterno sueño.
La niña pesó 3.400 gramos. Había nacido mientras su madre estaba bajo una sedación de la que ya no despertaría. Fue una suerte que alguien anónimo le regalase una muerte como la que tuvo. La niña estaba sana y era poseedora de unos ojos de un intenso color azul, como el azul de un atolón de la Polinesia…

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