miércoles, 2 de enero de 2013

Navidad en los 50 en mi pueblo. Manises

El meu pare, el meu germà Pepe (el del meló d'Alger) i jo a un paratge de La Presa en 1954-55
 
 
“Temps era temps, quan encara les bruixes campaven dalt el campanar i eren mestresses de nits i tempestes amb linies de vols regulars” Els meus ulls aquí,.. (Lluis Llach, 1980)
 
Como que estoy un poco hartito de referirme a la puñetera crisis (aunque, por lo visto y leído en los últimos días en los papeles, a nuestro ex alcalde y a algunos de sus familiares, ésta, la crisis, no lo es tanto) y a ciertos aspectos de la política, atropellos, abusos y desmanes de gran parte de la Banca, hoy domingo día 25 de noviembre, ya cercana la Navidad, he decidido firmar una tregua unilateral. Aunque no estoy muy seguro de que la cumpla hasta después de Reyes, ya saben que la cabra tira al monte y… me viene a la cabeza la fábula de la rana y el escorpión. 
 
Voy a tratar de plasmar aquí mis recuerdos personales de la Navidades de los años 50. La mía era una de las numerosas familias ídem, que, junto a las de losotros tres hermanos de mi padre, podíamos reunir, frente a la comida, mejor dicho comidas de “los días de Navidad” (recuerden que había 3), gente suficiente para iniciar una manifestación. Para los más pequeños, esas reuniones familiares, eran quizás las más esperadas del año, especialmente para los que (como yo mismo) teníamos un padrino rico. “Lluis, El Curt”, que me hizo poseedor, a mis 7 u 8 años, de mi primer billete de 500 pesetas. Billete que pasó ante mí fugazmente para ir al bolsillo de mi madre, que no será que no tenía, la pobre, agujeros que tapar. Era el día de “Les Estrenes”¡¡¡. Tras la ilusión de esos días y de “acumular” una pequeña fortuna con la suma de esas “estrenes”, poníamos nuestro objetivo en el siguiente acontecimiento: La Nit de Reis. La cabalgata, los juguetes que los traían los Reyes Magos… Siendo aún muy niño, demasiado pronto, creo, empecé a sospechar que no todo era lo que parecía. Especialmente cuando un año descubrí que, uno de mis juguetes y otro de mi hermana Matilde, 5 años menor que yo, se parecían sospechosamente a los que los Magos nos habían traído en ejercicios anteriores. Claro, mi “tio-abuelo” Nassio, el Fuster, al que muchos de ustedes recordarán, era nuestro juguetero familiar. Lo mismo creaba una casa de muñecas (juro que una de esas casas diminutas que él construyó se halla en una casa-quasi museo de Pedralba, su pueblo de origen), que me hacía un arsenal de armas de madera. Un año, fabricó para un servidor, una matraca monstruosa. Calculo que de unos 80 cm. en forma de Cruz de San Andrés. Hecha de madera de haya y concebida para mayor tormento de quienes la tuvieran que escuchar. Teníamos los niños la costumbre, la tarde de Nochebuena, de “visitar” comercios y algún que otro domicilio, a fin de solicitar, “amablemente” y armados de cualquier cosa que hiciese mucho (y molestísimo ruido), el aguinaldo. Consistente principalmente en chucherías y productos propios de la temporada: castañas, avellanas, polvorones, nueces y… ocasionalmente alguna moneda. Ese año, 55 o 56, ante el uso de mi exagerada matraca, o tan solo la “amenaza” de usarla, nuestros “clientes” aflojaban de inmediato el aguinaldo, tan amablemente solicitado. Lo de cantar villancicos, estaba reservado para unos pocos privilegiados. Lo más efectivo era montar una buena bulla, a fin de recoger la “recaudación” y partir hacia el siguiente comercio. Mi infancia no hubiera sido como fue, sin este “tío-abuelo” de adopción (estaba casado con una prima hermana de mi abuela Roseta) que tuve la suerte de tener. En otra ocasión, si se me permite, le dedicaré al “Tio Nassio” un capítulo aparte. Llegaba la NIt de Reis y… pasaba la cabalgata por la puerta de casa, al Carrer Nou, lugar (ironías del destino) donde hoy se ubica la sede del PP, y donde mis padres regentaban una Churrería. Las calles (esta también) estaban sin asfaltar y… en los días lluviosos, se ponían intransitables, incluso en ocasiones, si la ahora llamada “gota fría” nos pillaba en la doble sesión continua del Germanies, quedábamos aislados dentro del cine. Resultaba casi imposible cruzar la calle para volver a casa. El que no hubiese asfalto en la mayoría de calles, nos permitía a los niños excavar los necesarios hoyos para jugar “al guà” (canicas). No solo no había asfalto en las calles, que eran como una extensión de nuestras casas, echábamos el día en ellas, jugando y… también haciendo trastadas. Recordemos que no había tele. Eso sí, un par de días (o más) a la semana, teníamos cita en el Germanies. Dos pesetas, dos películas. Puedo asegurar que, una vez dentro, hubo ocasiones que visioné las dos películas, dos veces seguidas¡. Un día, con 6 o 7 años, me quedé dormido viendo, Quo Vadis… ¡por segunda vez esa misma tarde!. Tuvieron que llamar a mi familia para que viniese a recogerme. No parecía haber inseguridad en la calle. Solo me queda desear a los potenciales lectores de este nostálgico relato de cómo solíamos pasar la Navidad hace más de 50 años, unas Felices Fiestas y un mejor año nuevo. Nos volvemos a encontrar en estas mismas páginas, la primera semana de 2013

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio